El sultán de Brunei: del hombre más rico del mundo, al más retrógado

jueves, 4 de abril de 2019 · 21:46
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En 1988 el periodista Pierre Beaudeux, del ahora desaparecido mensuario francés de negocios L’Expansion, publicó un libro sobre las 200 fortunas más grandes del mundo (Ed. Hachette). Producto de “investigaciones muy indiscretas” en los cinco continentes, el texto buscó no sólo enlistar a los más ricos entre los ricos, sino exponer someramente las circunstancias en que se amasaban tan colosales riquezas. Premiado como el mejor periodista de finanzas de Francia, Beaudeux presentó un volumen de lujo, con gráficas y fotografías a todo color, en el que organizó a los “afortunados” por regiones y rubros de actividad económica. Pero una presentación aparte y con gran despliegue mereció el sultán de Brunei, Muda Hassanal Bolkiah, considerado entonces el hombre más rico del mundo, con una fortuna de 42 mil millones de dólares. Beaudeux no era el único que lo colocaba en ese puesto. Desde mediados de los setenta, la revista Forbes lo mantuvo por más de un decenio como cabeza de lista, gracias a los 400 millones de toneladas de reservas de petróleo y gas del sultanato, hasta que las sucesivas bajas del precio de los hidrocarburos y el ascenso de los magnates de las telecomunicaciones lo relegaron a posiciones más bajas. Aun así, se calcula que actualmente el sultán contabiliza en sus arcas unos 20 mil millones de dólares. En estos días, sin embargo, Hassanal Bolkiah ha vuelto a ocupar las primeras planas. Pero no por su riqueza, sino porque el 3 de abril Brunei puso en vigor la versión más estricta de la sharia (ley islámica), que contempla castigos físicos como la pena de muerte para la apostasía; el encarcelamiento, la flagelación o inclusive la lapidación para quienes cometan adulterio o mantengan relaciones sexuales con personas de su mismo sexo; y la amputación de manos y/o pies para quienes realicen un robo. Se trata de la segunda fase de la aplicación de esta ley, ya que en mayo de 2014 se empezó a aplicar la primera, que implantaba multas o penas de cárcel por tener hijos fuera del matrimonio, no cumplir con el rezo de los viernes, no respetar el Ramadán (el mes de ayuno musulmán) o difundir religiones distintas al Islam. Si bien esta normativa “sólo” se aplica a los musulmanes (dos tercios de la población), inevitablemente también afecta a los que no lo son y a los grupos islámicos que no siguen esta interpretación radical del Corán. El retraso de cinco años para dar vigencia a esta parte más draconiana de la sharia no se debió tanto a “las necesarias adecuaciones” que esgrimió el gobierno de Brunei, sino a la cascada de críticas internacionales que recibió desde un inicio como violatoria de los derechos humanos. Y ahora, como entonces, ha vuelto a desatar una tormenta mundial, pero al parecer la decisión está tomada y no habrá marcha atrás. Desde Naciones Unidas hasta organismos regionales y locales, pasando por organizaciones globales como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, han advertido que el nuevo Código Penal de Brunei no sólo viola el derecho humanitario internacional al imponer castigos crueles, inhumanos y degradantes, “sino restringe de forma descarada la libertad de expresión, religión y creencias; y tipifica la discriminación contra mujeres y niñas, y grupos minoritarios”. Activistas y personajes famosos también se han puesto en guardia. El actor George Clooney y el cantante Elton John, por ejemplo, llamaron a un boicot contra la cadena de hoteles de lujo que regentea la casa real de Brunei en diversas partes del mundo. Clooney admitió sin embargo que el gesto era más simbólico que efectivo, porque el que celebridades dejaran de asistir a estos locales no iba a mermar considerablemente los ingresos del sultanato ni, mucho menos, modificar el régimen absolutista que priva en él. Porque Hassanal Bolkiah es ciertamente un monarca absoluto. Aparte de sultán, es Primer Ministro, ministro de Defensa, ministro de Finanzas y, sobre todo, cabeza de la religión islámica en el país. Además, la Constitución de 1959, vigente aún hoy en el sultanato, establece que “el sultán no puede equivocarse nunca como persona privada ni en su capacidad oficial”. O sea que es “infalible” como el Papa. Está claro, por lo tanto, que el sultán convalida plenamente la aplicación de esta versión extrema de la ley islámica en su país. Lo que habría que preguntarse, en todo caso, es por qué este playboy educado en Occidente, amante de la buena vida y de los lujos, dio un giro de 180 grados que no se avizoraba cuando hace tres décadas el periodista Beaudeux escribió su libro. Enclavado en la costa norte de la isla de Borneo –que comparte con Indonesia y Malasia–, este minúsculo sultanato de 5 mil 765 kilómetros cuadrados fue protectorado británico desde 1888 hasta 1984. Sin embargo, en 1962, Gran Bretaña consideró que había que darle un barniz de democracia, por lo que impulsó al sultán Omar Alí Saiffudin –padre del actual monarca– a convocar a elecciones parlamentarias. Pero las cosas no salieron como se había planeado. Ganó el Partido del Pueblo (Rakiat Brunei), que de inmediato reclamó la independencia y la adhesión de Brunei a la federación malaya de Borneo. El intento fue aplastado por las tropas leales al sultán, apoyadas por lo británicos y sus temidos gurkas (milicias nepalíes famosas por su fiereza); y los líderes de la revuelta fueron detenidos, asesinados o partieron al exilio. El siguiente movimiento fue convencer a Saiffudin de que abdicara en favor de su hijo, Hassanal Bolkiah. El príncipe heredero de apenas 21 años y que estudiaba en la Real Academia Militar de Sandhurst, fue así precipitadamente regresado al sultanato en 1967, para ser coronado. Los ingleses asumieron que con su formación británica y su islamismo moderado, el nuevo monarca traería estabilidad en el interior y una mejor imagen en el exterior. Y en principio, así fue. El joven sultán se dedicó a gestionar los enormes recursos de su pequeño reino para mantener razonablemente tranquilos a sus súbditos; y aunque a la postre también reivindicó la independencia del Reino Unido, lo hizo de manera conciliadora y, cuando lo logró en 1984, de inmediato se sumó a la Commonwealth, donde aún permanece. En los siguientes años, Hassanal Bolkiah se hizo mundialmente famoso por sus lujos y extravagancias. Convencido de que la riqueza hay que mostrarla, sobre una superficie de 200 mil metros cuadrados hizo construir un palacio de mil 800 habitaciones, 290 baños y salones de fiestas que pueden acoger a miles de invitados. En sus cocheras se cuentan unos 5 mil automóviles deportivos y de lujo; en sus puertos fondean yates de diversos calados; y en sus hangares se ven helicópteros y aviones, incluido un Boeing 747 que después fue sustituido por un Airbus A-340. Todo, según testigos, decorado en oro. Pero el sultán ha sabido compartir las riquezas nacionales con su pueblo. Los alrededor de 450 mil habitantes de Brunei gozan de sanidad y educación gratuitas, están exentos de pagar impuestos personales y cuentan con apoyos para la vivienda; y el arroz, principal alimento del país, está subsidiado. Sus ayudantes más cercanos pueden ganar millones; el 40% de la población dedicado a la función pública gana por encima de la media y, con un salario mínimo de 500 dólares al mes, el ingreso per cápita anual se calcula en unos 22 mil 500 dólares. Esto también se refleja en variables internacionales. Con un 94% de alfabetización, la ONU ubica a Brunei con el 2º Índice de Desarrollo Humano más alto en el Sudeste Asiático; el FMI como el 5º en Ingresos per Cápita; y Forbes como el 5º país más rico a nivel global y con menor deuda pública en el mundo. En lo que el sultanato no se distingue, es en libertades políticas y sociales. Los tres poderes son encabezados y designados por el sultán, y los minúsculos partidos políticos son sólo testimoniales, ya que nunca se realizan elecciones. También el Consejo Religioso es liderado y dirigido por el soberano, y la libertad de expresión es ficticia, ya que todos los medios están sujetos a un órgano regulador del ministerio del Interior. En materia de la ley islámica que nos ocupa, hay que consignar que ya desde los años ochenta, cuando hubo un resurgimiento del Islam, como máxima autoridad religiosa del país Hassanal Bolkiah impulsó una corriente nacional denominada Monarquía Musulmana Malaya, que introdujo algunas medidas ortodoxas como la prohibición del consumo público de alcohol o un código de vestir más estricto para las mujeres. Vista entonces como una maniobra del sultán para adelantarse a cualquier iniciativa para modificar el status quo, y así retener el control religioso para sí, muchos analistas se preguntan si el endurecimiento de la aplicación de la sharia en Brunei obedece otra vez a una táctica para enfrentar la creciente radicalización del Islam en el contexto geopolítico en que se ubica el sultanato, y conjurar de este modo futuras expresiones extremistas difíciles de controlar. Eso se sabrá dependiendo de la aplicación real de las medidas que esta semana entraron en vigor. Pero en cualquier caso, adentrarse en la realidad de Brunei y de su sultán, es como retroceder en el tiempo.

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