La tierra natal de Zapata, con títulos históricos pero fraccionada

martes, 9 de abril de 2019 · 10:34
A lo largo de una centuria, el ideal de “tierra y libertad” que enarboló Emiliano Zapata al iniciar su revolución agraria no logró cristalizar a cabalidad en Anenecuilco, Morelos, lugar de nacimiento del Caudillo del Sur, de cuyo asesinato, ocurrido en 1919, se cumplen 100 años el próximo miércoles 10 de abril. Los documentos históricos que reivindican la legalidad de las tierras de la región en favor de los campesinos locales sobrevivieron a la violencia y a la depredación, pero esos terrenos no han resistido a las pugnas políticas ni a la lotificación para viviendas. ANENECUILCO, MOR. (Proceso).- Las tierras por las que Emiliano Zapata Salazar inició la revolución en marzo de 1911 se han venido reduciendo en los últimos 100 años. Los cultivos tradicionales –maíz, frijol, calabaza, hortalizas, caña– han sido sustituidos por varilla, cemento y ladrillos. Miliano, como lo llamaban, nació el 8 de agosto de 1879 en esta comunidad. Fue bautizado con el nombre que le dio el calendario. La casa donde su madre dio a luz es ahora un museo olvidado que atesora en su caja fuerte los documentos originales de la propiedad de la tierra. Estos papeles le fueron entregados al caudillo el domingo 12 de septiembre de 1909, el día en que fue nombrado calpulelque de Anenecuilco, según escribió Jesús Sotelo Inclán en su libro Raíz y razón de Zapata. En esa misma asamblea se eligió al “secretario”, que estaría a cargo de cuidar los títulos originales de la tierra. Esa función recayó, por orden de la asamblea, en Francisco Franco Salazar, primo hermano de Emiliano, a quien todos apodaban Chico. Él se hizo cargo de la custodia de los documentos aun después de que el Caudillo del Sur fue asesinado y continuó con las gestiones para defender la tierra por muchos años, hasta que, en 1947, luego de cuidarlos por más de 30 años, se los entregó a su esposa. El 21 de diciembre de ese año fue asesinado por elementos de la Policía Estatal y del Ejército. Sotelo Inclán cuenta cómo, después de este crimen, la viuda hizo saber de los documentos, que permitían la protección legal de las tierras de Anenecuilco, aquellas que la comunidad entregó a Emiliano para su defensa.  En una carta inédita hasta hace poco, que Proceso pudo revisar en el archivo de la familia Franco, se da cuenta de la lucha que Chico Franco, como guardián de las tierras, tuvo que librar, incluso contra los propios descendientes de Emiliano. Está fechada en Anenecuilco el 26 de junio de 1943; la firman Chico Franco y Tirso Quintero, quienes la dirigen al entonces presidente Manuel Ávila Camacho:  “Como Ud. podrá recordar, el 11 de abril del presente año, tuvimos la honra de hablarle en la ex-hacienda de San Nicolás, hoy Galeana [...] En aquella ocasión expusimos a Ud. cómo habíamos sido interrumpidos en nuestra pacífica posesión por un grupo de vecinos de Villa de Ayala, que armados y protegidos por algunas autoridades de la Delegación Agraria del Estado, se apoderaron de nuestras tierras que ya estaban preparadas y aún sembradas para los cultivos de este año [...] Habiendo escuchado Ud. nuestras razones ordenó que se nos dejara a nosotros en posesión de esas tierras mientras se preparaban otras para darlas a los vecinos de Villa de Ayala, quienes debían dejar las nuestras inmediatamente para que no fueran a seguir creando intereses. Pero a pesar de haber sido sus órdenes tan claras y terminantes algunas autoridades inferiores del Departamento Agrario se han empeñado en desconocerlas [...] Entre otras cosas afirman que Ud. pidió que se respetara la parcela de Nicolás Zapata, pero no todas las afectadas.” En la carta se denuncia al hijo mayor reconocido por Emiliano Zapata, Nicolás, de haberse apropiado de una cantidad mayor de tierra de la que tenía en dominio.  En el reportaje histórico “Zapata: su pueblo y sus hijos”, publicado por la revista Historia Mexicana (El Colegio de México, octubre-diciembre 1952),  el historiador Mario Gill señala que la defensa de las tierras y la denuncia de despojo, dirigida incluso contra algunos de los familiares de Zapata, le pudo traer la muerte a Chico Franco. De acuerdo con Mario Gill, el primero en despojar a Anenecuilco de las mejores tierras fue Nicolás Zapata, quien en 1940, cuando fue diputado local y federal priista, “abusando de su influencia política y sobre todo de su apellido, y aprovechando la tolerancia de Eleazar Roldán y Sebastián Luna, comisarios ejidales, se apoderó de las mejores tierras de Anenecuilco”, que arrebató a otros ejidatarios. A mediados de los años cuarenta, Nicolás tenía más de 400 hectáreas que convirtió en cultivos de riego. Los Títulos Primordiales Luego del asesinato de Chico Franco, los documentos de Anenecuilco recorrieron un largo camino. Existen copias de ellos: “Son varios lotes con las copias de los Títulos Primordiales de Anenecuilco. El primer lote lo tenía Esperanza Franco –hija de Chico Franco–; se lo llevó a la Ciudad de México. Entre 1947 a 1990, el archivo estuvo en la casa de Jesús Sotelo Inclán”, dice a Proceso el periodista Mario Casasús.  Añade: “El segundo lote lo tenía Demetria Sánchez, viuda de Franco, y se lo entregó –mediante amenazas– a Nicolás Zapata. Este juego de copias fue repartido entre algunos amigos de Nicolás. Son copias con poco valor, sin el fetiche de las huellas dactilares de Zapata. El ‘lote original’, el que anduvo en ‘La Bola’ (las batallas de la revolución), el archivo que tocó Zapata y le encargó a su primo Chico Franco lo conservó hasta el día de su muerte Jesús Sotelo Inclán en 1989. Lamentablemente el historiador sufrió un accidente automovilístico y murió intestado”. Según Casasús, “Guillermo Sotelo Inclán (hijo de Jesús) vendió en abril de 1991, en 5 millones de pesos, el archivo que resguardaba su hermano, al entonces presidente Carlos Salinas. A partir de entonces las autoridades locales impusieron un oscurantismo sobre los Títulos Primordiales y la biografía de Chico Franco. En 1993 designaron como director del Museo Casa de Zapata a Lucino Luna, hijo del comisario ejidal Sebastián Luna, pieza clave en el asesinato de Chico Franco; el equivalente sería que designen como director del Museo de Chinameca a un hijo de (Jesús) Guajardo, o a un nieto de Victoriano Huerta”. El problema es estos documentos, explica, “son Patrimonio Cultural de la Humanidad, pertenecen al pueblo de México. El hijo menor de Zapata, Mateo Zapata, dijo en 1991, ante el presidente Carlos Salinas, que ‘el gobierno de México debería sacar copias de los Títulos Primordiales de Anenecuilco y repartir las copas en todo el país’. Estoy de acuerdo con don Mateo. En aquella época no había acceso a internet; hoy es viable el sueño de Mateo Zapata”, dice Casasús. Y es que, agrega, es necesario reconocer la historia de Francisco Franco Salazar, pues “su importancia histórica tiene que ver con su congruencia. Le ofrecieron comprarle los Títulos Primordiales; incluso viajaron coleccionistas del extranjero. Vivió la clandestinidad protegiendo los documentos de su pueblo, los dio a conocer con Jesús Sotelo Inclán en Raíz y razón de Zapata, lo torturaron y asesinaron, pero nunca entregó los Títulos Primordiales. Chico Franco está a la altura de Zapata, pero en Morelos pocas personas lo reconocen”.  El periodista considera que una buena forma de conmemorar el asesinato de Zapata sería justamente dándole su lugar a Chico Franco y desempolvando los documentos históricos de Anenecuilco. “Debemos conmemorar el Centenario luctuoso de Zapata exhibiendo los Títulos Primordiales de Anenecuilco, debatiendo el significado de la defensa de la tierra, reconociendo la organización de una comunidad”, sostiene. Casasús ha tenido acceso a los documentos originales que guardó Chico Franco y los está escaneando. “Debo aclarar –dice– que la transcripción data de la década de 1990; (se realizó) por iniciativa del antropólogo Carlos Barreto Mark. El archivo digital será nuestro aporte en abril de 2019”. Finalmente, advierte: “Los políticos y pepenadores electorales no deben apropiarse del Centenario luctuoso de Zapata. Basta del oportunismo de alcaldes, gobernadores y presidentes mal asesorados. Regresemos a la raíz y razón de Zapata, parafraseando a Jesús Sotelo Inclán. De hecho, don Jesús proponía que el Museo Casa Zapata muestre permanentemente los Títulos Primordiales de Anenecuilco. Nadie le hizo caso –con la calidad de las reproducciones actuales se puede hacer una gran exhibición–, pero el Museo Casa Zapata es un elefante blanco que proyecta películas de Walt Disney o 20th Century Fox: es un museo sin contenido, y eso significa un agravio del Estado mexicano contra Chico Franco y el propio Emiliano Zapata”. Tierras en riesgo Concluida la lucha armada, el 10 de julio de 1920, poco más de un año después del asesinato de Emiliano Zapata, José G. Parres tomó posesión del gobierno de Morelos. Entonces Chico Franco le presentó los títulos primordiales que tenía en custodia e hizo la solicitud para la restitución legal de las tierras del poblado de San Miguel Anenecuilco.  En octubre de 1921, los ejidatarios de Anenecuilco tomaron posesión de 700 hectáreas. El 30 de noviembre de 1922, por resolución presidencial, se creó el ejido Anenecuilco. Según documentos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y del Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares (Procede), de las 700 hectáreas originales 381 se tomaron de la hacienda de Cuahuixtla y 319 hectáreas de temporal y riego de la hacienda La Concepción de El Hospital, en beneficio de 95 jefes de familia y 18 varones mayores de 18 años. Es decir, fueron 113 ejidatarios en total. Sin embargo, en mayo de 1950 se emitió una nueva resolución presidencial que dotó al ejido de 4 mil 105 hectáreas: 244 de riego, 232 de temporal y 3 mil 629 correspondientes a cerros. Esta tierra se entregó a 90 personas en septiembre de 1950.  Pero también hubo una segunda ampliación de 67 hectáreas expropiadas a la finca de Tenextepango, por resolución presidencial, el 28 de agosto de 1974, que benefició en marzo de 1977 a 69 personas. Finalmente, en junio de 1987 hubo una tercera ampliación de 152 hectáreas, aunque éstas correspondieron a áreas comunes y cerriles. Las 4 mil 872 hectáreas fueron distribuidas entre 270 ejidatarios. Actualmente el Registro Agrario Nacional tiene reportadas 4 mil 770 hectáreas con 424 metros de plano general del ejido, de las cuales mil 939 hectáreas con 765 metros estarían parceladas y 2 mil 713 con 423 metros serían superficie de uso común, haciendo un total de 4 mil 659 hectáreas, en beneficio de 514 ejidatarios, 58 personas con posesión de tierra y 10 avecindados. Según Bruno Castro, presidente del comisariado ejidal de Anenecuilco, ahora hay aproximadamente 443 ejidatarios reconocidos y algunos avecindados, más 500 posesionarios de la tierra. En entrevista, señala que sólo se observan lotificaciones en las parcelas que limitan con el bulevar que comunica Cuautla con el municipio de Ayala.  A decir de Castro, no existen unidades habitacionales o fraccionamientos en la zona: “Pura casa y sólo en las orillas del bulevar, pero no tengo idea de cuánta tierra se haya lotificado”. Y es que, al final, la mayor parte de la tierra en Morelos sigue siendo propiedad social. En prácticamente todos los ejidos del estado la tierra se vende a través de una constancia de posesión que el comisariado le entrega a quienes compran la tierra. Sin embargo, a menos que sea avalada por la Comisión para la Regularización de la Tenencia de la Tierra (Corett), cuyos procesos no son frecuentes, la tierra ejidal sigue teniendo ese carácter y sólo se le entrega una constancia a quienes construyen casas, pero no una escritura. Así, el comisario asegura que “son pocas” las constancias de posesión que ha entregado en su periodo como líder agrario, y no existe realmente un control de éstas. Por ello es complicado saber cuánta tierra se ha vendido. En todo caso, a lo largo de los cinco kilómetros que conforman el bulevar entre los límites con Cuautla y la cabecera municipal de Ayala pueden observarse casas construidas y lotificaciones de varias parcelas. No obstante, nadie puede confirmar cuánta tierra se ha vendido. Bruno Castro asegura que la mayoría de los campesinos de Anenecuilco tienen parcelas de riego y se dedican a la siembra de caña de azúcar, pues es la que menos agua necesita, aunque también es un producto con precio fijo. Una parte de los ejidatarios entrega su caña al ingenio La Abeja de Casasano, en Cuautla, y otra parte entrega la vara dulce al Emiliano Zapata, la vieja molienda fundada por el líder guerrillero y zapatista Rubén Jaramillo, ubicada en Zacatepec. Aquellos que siembran por temporal prefieren el cultivo de maíz y sorgo “porque la siembra ligera –las hortalizas– no conviene; luego se levantan buenas cosechas, pero no hay precio y terminas perdiendo”, comenta el líder ejidal.  Jorge Zapata, nieto del Caudillo del Sur, afirma que nadie quiere vender la tierra, pero la falta de apoyo a los productores hace que éstos prefieran lotificarla a arriesgarse a perder la cosecha. La historia de las tierras de Anenecuilco, que provocaron la lucha revolucionaria de Zapata, siguen ahí, destinadas a la siembra pero amenazadas por megaproyectos y el abandono oficial.  Este texto se publicó el 7 de abril de 2019 en la edición 2214 de la revista Proceso

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