Danza y crisis de género

jueves, 2 de mayo de 2019 · 12:41
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Este abril, un emotivo estreno y una sorpresiva revelación escénica guardaron relación con la actual crisis de género, enardecida por la tensión entre el suicidio del músico Armando Vega Gil (1955-2019) y el movimiento de denuncia de las violencias sexuales contra las mujeres #MeTooMx. La nueva coreografía de ASYC/El Teatro de Movimiento, En mi memoria… jacarandas, está basada en la biografía de Alicia Sánchez Rojero, quien tiene actualmente 90 años. Ordena cronológicamente la narrativa de las etapas de esta mujer mexicana. Su infancia, juventud y adultez. Consigue destacar sus hábitos de vida en cada una de ellas, los cuales no coincidieron con el estereotipo femenino de la segunda mitad del siglo XX –época que la enmarcó–, presentándolos con carácter revolucionario. Este tratamiento es lo que distingue la propuesta de una fácil historia. Pueden verse las imágenes de la actividad física de la infancia de la protagonista, como brincar charcos en lugar de jugar a las muñecas, proyectadas sobre una estructura móvil de superficies blancas de diferentes dimensiones y formas. Dichas imágenes son parte del video documental, principal recurso coreográfico, realizado por Octavio Iturbe.  Este audiovisual se mueve, bajo el diseño multimedia de Moisés Regla Damaree, por la directa, precisa y ágil manipulación que el elenco de la compañía realiza de aquella estructura, a manera de teatro físico de interacción con objeto. También se presenta el testimonio de una de las hijas de Alicia; en él reconoce visiones revolucionarias de la madre por el hábito de promover el estudio en sus hijas con la misma exigencia que en sus hijos, y la costumbre familiar de asistir al cine –medio de vanguardia de su época. El conjunto de la narrativa biográfica está acompañado de la improvisación de la bailarina Natalia Torres como metáfora de la memoria. Sin embargo, este recurso dancístico es tan abstracto que en algunos momentos se desconecta de los relatos testimoniales. La propuesta de la coreógrafa mexicana Alicia Sánchez, estrenada en el Teatro de la Danza, es un emotivo gesto frente a la crisis de género encrudecida este mes. Traza una genealogía del feminismo desde un enfoque familiar, al recordar a las abuelas o a las mamás de las feministas de hoy por medio de la protagonista. Otra propuesta sorpresivamente reveladora de danza ligada a la crisis de género, es el último trabajo de los coreógrafos uruguayos Magdalena Leite y Aníbal Conde, titulado Flicker (Madrid, 2017), por su aportación en expandir las formas de escuchar, utilizando otros sentidos del cuerpo y medios, además del oído y las palabras.  En una de las blancas galerías de exhibición del Museo Universitario del Chopo, ella y él desarrollaron un performance de improvisación de varios recursos de una conversación: miradas, palabras, sonidos, movimiento y gesto.  Su acuerdo es que no hay acuerdo. Pero sí hay percepción entre sí a través de los ojos, los oídos y la piel. Mientras él mantiene su alta energía y entrega sin variaciones, ella le contrasta positivamente con una energía colocada que encuentra matices entre un suave balanceo de los pies y una franca explosión de voz. Ambos intentan emularse bajo la idea de mimetizarse y conectarse. Logran crear una esfera inmaterial –tercer cuerpo, que simboliza la comunión–. Es una esfera principal, plástica, móvil y nunca perfecta. La encogen, hasta el tamaño de una canica cuando ellos se tocan, y la engrandecen, hacia una burbuja gigante al tomar cierta perspectiva.  El performance siempre es frontal y la esfera nunca se esfuma, aunque los recursos sensibles como los sonidos permitirían una exploración desapegada de los ojos. Funciona como una alternativa para el acercamiento entre géneros frente a la reciente polarización de sus posturas. Este texto se publicó el 28 de abril de 2019 en la edición 2217 de la revista Proceso

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