Hedda Gabler, sin remedio

martes, 28 de mayo de 2019 · 10:39
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Hedda Gabler es un personaje icónico de Henryk Ibsen que refiere a la insatisfacción y el aburrimiento de una mujer que quiso ejercer su libertad, pero que naufragó ante las ataduras sociales, por lo cual se arruinó a sí misma y a las personas que la rodeaban. Hedda Gabler está llena de ira y enojo, envidia y dolor; con un vacío insondable que le impide cualquier sentimiento de empatía o afecto con sus semejantes. Nos preguntamos por qué ella, que quiere romper esquemas, es castigada duramente por Ibsen, su autor, a diferencia de su contraparte, Tea, quien cumple con el modelo de mujer que se sacrifica por un hombre, que lo sigue hasta el fin del mundo y muere de dolor cuando él sufre. Son dos mujeres radicalmente opuestas, donde a la protagonista sólo le queda la consigna de que si ella no es feliz, nadie lo será. La obra de teatro Hedda Gabler, escrita en 1890 por Ibsen (Noruega 1828-1906), es de un realismo psicológico riguroso que muestra la complejidad y las contradicciones de los personajes protagónicos. Hedda, dominada por los celos, violenta a Tea y sucumbe ante la imposición social de competir con las mujeres para obtener la aceptación, el reconocimiento y el afecto de los hombres. Ambas se someten al poder establecido: Hedda se casa con el que no quiere, pues sintió que su tiempo se estaba terminando, y Tea pasa de la obligación de cuidar de los hijos de un juez a la de salvar del alcoholismo a un escritor muy prometedor. Seguramente Edward Albee se vio influido por esta obra al escribir Quién teme a Virginia Woolf en 1960, pues sus personajes muestran problemáticas afines. Hedda Gabler, dirigida por Angélica Rogel –de reciente estreno en el Teatro Helénico–, es una versión realizada por Gabriela Guraieb ubicando la historia en los años setenta. Es una versión ágil que resuelve anacronismos y el exceso de información, acompañada de una dirección clara y precisa. La protagonista, Gabriela Zas, no expresa totalmente las contradicciones y la mala entraña de Hedda Gabler, y se queda en la imagen de la frivolidad e indiferencia afectiva, aunque en sus últimos momentos consiga transmitir esa angustia contenida que siente frente a las consecuencias de sus actos. La acompañan Jerónimo Best como su nuevo marido, y Verónica Bravo como Tea, que incursionan con éxito en la profundidad actoral dentro del realismo y que Iker Madrid, como Alberto, brilla por la energía y el desasosiego que transmite a su personaje. Paloma Woorlich como la tía, da un toque cómico a la tragedia y aligera el dramatismo, a diferencia de Omar Medina como Brack, hiperconsciente de sí mismo que se queda en el estereotipo de un mal hombre quien se aprovecha de las circunstancias, trabajado por el actor a partir de un exceso de gestos corporales de poses y manierismos, como si estuviera en un cómic. El trabajo de dirección de Angélica Rogel desmenuza a los personajes para mostrarlos vulnerables y complejos a la vez. Es una escenografía clásica con perspectiva, diseñada por Víctor Padilla, que yerra en su diseño de iluminación al no responder a las implicaciones de tener un ventanal al fondo como fuente de luz. El espacio exterior que crea es muy eficaz para las escenas simultáneas. Hedda Gabler es una obra poderosa que nos mueve emotivamente y cuyos personajes están construidos con complejidad y visión de un hombre del siglo XIX. Esta puesta en escena, que obtuvo el apoyo económico de Efiartes, nos permite adentrarnos en la psique humana y en la disociación del impulso vital y las exigencias que la sociedad impone y destruyen al individuo. Esta reseña se publicó el 26 de mayo de 2019 en la edición 2221 de la revista Proceso

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