La construcción de un soldado

sábado, 1 de junio de 2019 · 10:32
Los reporteros Daniela Rea y Pablo Ferri ganaron el Premio de Periodismo 2018 Javier Valdez Cárdenas con La Tropa. Por qué mata un soldado, una acuciosa investigación que los llevó a inhóspitos territorios para responder a esa punzante pregunta, Hoy, el Grupo Editorial Random House Mondadori ofrece los resultados en un volumen puesto en circulación en su sello Grijalbo, del cual ofrecemos fragmentos del tercer capítulo con la autorización de esa casa editorial. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La biblioteca pública de este pueblo del sureste mexicano no es más que una sala pequeña con estantes vacíos y un cuadro de Benito Juárez decolorado en la pared. Pero allí está Ulises, un sargento retirado que trabaja como secretario del juez en la oficina adyacente. Ulises atiende las audiencias, elabora acuerdos, media en los pleitos entre vecinos, los choques viales, los reclamos de deudas y los divorcios. Es de mañana y hoy ha decidido robar un par de horas a los expedientes para contarnos sus andanzas como militar hace poco más de dos décadas. Ulises es un tipo amable con una vida común: trabaja de lunes a viernes y pasa los fines de semana con su familia. Tiene algunos achaques en la espalda, resultado de sus años en el Ejército cargando mochilas de 20 kilos y durmiendo en literas de tabla. Habla quedito, se mueve con lentitud. En la biblioteca hace mucho calor y la humedad es agobiante. Entra y sale gente que pide a Ulises en un murmullo que firme varios formularios; Ulises los firma sin prestar atención mientras se limpia el sudor de la frente con un pañuelo de algodón. Con esa parsimonia arquetípica de burócrata, tan inmune al clima del trópico como a su propio relato, Ulises cuenta el ejercicio final de adiestramiento de un grupo de élite al que perteneció: él, con otros 30 soldados mataron a una perra a palos, desgarraron su carne con manos y dientes, la cocinaron en una fogata y la devoraron. No era por hambre: era un ejercicio de capacitación para la soldadesca. Tenían prohibido dejar caer una sola gota de sangre al suelo; si lo hacían, un oficial les daba un tablazo en las piernas. La perra estaba recién parida y ellos, La Tropa, libraban la prueba final de su curso de sobrevivencia y cacería. Era una perra recién parida, nos hicieron cargarla a la sierra ocho días, viva, y dos pollos. Era de color café, estaba grande, la estuvimos cargando, la amarrábamos para que no se escapara, ella también sin comer porque nadie llevaba comida. Cuando nos fuimos, uno no sabe cómo íbamos a pasar el fin del curso. Nos dijeron que teníamos que descuartizar sin utilizar cuchillo y prender la lumbre sin utilizar cerillo. Me acuerdo cómo descuartizamos el pollo con los dientes en el pescuezo, tenías que jalarlo y ya después soplar, hasta que se infle todo y ya después quitarle el cuero y como puede descuartiza uno, con las manos, abrir todo lo que tiene por dentro y sacarlo. Igual la perra, descuartizarla. A la perra la matamos con una vara, haz de cuenta que una vara es un cuchillo, se tenía que atravesar por el pecho. Lo descuartizamos lo asamos y sí olía bonito, pero a la hora de comer era amarga la carne, pero como teníamos hambre, ocho días sin comer, y nos daban dos minutos para terminar la pieza, uno lo tenía que tragar… Éramos una sección de 33 elementos. Entre cuatro la agarramos… (Dominar la mente, anular lo que se siente, lo que se piensa, aprender a hacerlo. Cuando Laura Rita Segato, una antropóloga y feminista argentina, estudió a los hombres violadores en una cárcel de Brasil reflexionó sobre la pedagogía de la crueldad: una persona no transita de la calma a la violencia de un momento a otro. Ejercer la violencia y la crueldad contra otros se aprende y, casi siempre, este aprendizaje comienza en el cuerpo de uno). Cuando acabamos el curso llegó el secretario de la Defensa, nos felicitó. Hasta vasitos con carrizo y nos hicieron brindar. Fue la ceremonia de cazador y nos sentimos muy orgullosos porque el uniforme ya era diferente de los demás militares, ya teníamos boina negra. Ya eran otros. Ulises ya era otro. Ulises ingresó al Ejército a los diecisiete años, en la década de los noventa, apenas concluida la secundaria. Sus papás eran campesinos y aunque él trabajaba en el campo desde los ocho, quitando hierba o arando el surco, en casa ya no había dinero para mantener y alimentar a los hijos. Un domingo cualquiera un reclutador visitó su pueblo, tal como lo hacen en la actualidad. Ulises vio en el Ejército una posibilidad para salir de esa pobreza. El Ejército lo acogió. Le dijo: aquí puedes comer, dormir, tener un sueldo. Ser alguien. Ulises fue uno de los primeros miembros del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE), una unidad de élite del Ejército mexicano que se fundó en 1986 y fue encargada de hacer operaciones especiales o encubiertas. Se convirtió en francotirador. Disparaba un fusil de francotirador de 7.62 mm. Antes Ulises participó en combates en Chiapas, durante el conflicto zapatista; en Michoacán sufrió emboscadas; en Guerrero y Oaxaca destruyó plantíos. Los aprendizajes de Ulises en el curso de supervivencia en la sierra chiapaneca son conocimientos útiles para un soldado si debe enfrentar un par de semanas extraviado en la selva. En la selva, Ulises aprendió a dejar de ser quien era… Fue construido como un soldado… El fin de lo que eras En la novela Tropa vieja, el escritor y general Francisco I. Urquizo cuenta la historia de un peón que llegó al Ejército como castigo por haber arrojado una piedra a un juez durante una borrachera. Su pena fue pasar cinco años en servicio forzado en las fuerzas militares, que entonces combatían a los rebeldes de la Revolución. Espiridión Sifuentes era un hombre común, tenía una vida poco menos que miserable, vivía con su madre y laboraba para un hacendado español. Era un tipo al que no le gustaba meterse en problemas, con una existencia simple: trabajar, comer, ayudar a su mamá, emborracharse de vez en cuando. Cuando Espiridión ingresó al cuartel lo raparon y le quitaron la ropa que llevaba puesta; a cambio le dieron una camisa, calzones y huaraches usados. La ropa del recluta. Espiridión pidió al sargento permiso para quedarse con un morral, el único recuerdo de su padre. “Aquí se acabaron los recuerdos”, le contestó el sargento. Espiridión no dijo palabra y obedeció. Siguió el paso del sargento vestido con la ropa vieja de un soldado. Es cierto que Espiridión es un personaje imaginario y Tropa vieja una novela. Pero los eventos que narra Urquizo, los años de la Revolución, son historia viva de México. Y sus personajes están basados en su experiencia de 40 años como militar. A principios de 2019 conocimos al teniente coronel Carlos Guajardo en Guanajuato, en pleno operativo contra los ladrones de combustible, la primera misión militar a gran escala del gobierno de López Obrador. Guajardo recordaba cómo se hizo soldado… Conoció al comandante de la zona militar en una reunión… el comandante supo que a Guajardo le interesaba el Ejército. “Ven a visitarme”, le dijo. Guajardo fue y le contó su interés de estudiar ingeniería. “En el cuartel, así hablando, me dijo ‘¿quieres ser médico, ingeniero o soldado, hombre de verdad, de bien?’. Y yo, que era chamaco, dije, ‘quiero ser hombre de verdad’”... Aquí, en los cuarteles, los hombres se hacen otros hombres –o dejan de ser hombres, como le advierten a Espiridión en Tropa vieja– a partir de la aplicación permanente de la jerarquía. La obediencia al superior es un valor absoluto; no puede ser discutida. Como tal, construye la aspiración de ocupar un día el lugar del mando para sentir la posibilidad del poder sobre otro, de la ventaja. “Aquí no hay hombres; de la puerta del cuartel para adentro se acabaron los hombres, todos somos Borregos atemorizados delante de las cintas coloradas de las clases”, le dice un soldado a Espiridión en la novela. “A punta de trancazos lo hacen a uno soldado”. En Tropa vieja –y en los cuarteles–, el recluta tiene la obligación de limpiar los trastes sucios y hundir las manos en los retretes sucios para dejar los baños brillando. Su deber es obedecer… Hiram, el soldado que patrulla en la frontera entre Tamaulipas y Texas, ingresó a las Fuerzas Armadas por tradición familiar: su abuelo, su papá y su hermano egresaron del Colegio Militar. Él los miraba con orgullo y con ganas de seguir sus pasos. Sin embargo, no fue de ellos, sino en el cuartel que aprendió su lección más pragmática: –Hay un lema: aquí el soldado se hace a putazos. Nada más. También aprendió una frase que data de la época del general Lázaro Cárdenas, el lema que reza: “Para mandar aún mejor, quien sepa mejor obedecer.” La violencia como formadora Pilar Calveiro es una académica argentina radicada en que se ha dedicado a estudiar las violencias de Estado –la guerra contra las drogas, la guerra antiterrorista–. En su libro Política y/o violencia plantea que la disciplina del soldado se basa en un largo proceso de violencia sobre los cuerpos de militares a través del entrenamiento castrense, que controla el cuerpo en sus tiempos y movimientos hasta extender sus límites de lo que es posible. Pero esta violencia no comienza en los cuarteles, sino desde que el niño –futuro soldado– empieza a vivir en sociedad; cuando empieza a aceptar como válido el principio de autoridad lleva a la “obediencia debida”. Calveiro hace referencia concreta a la sociedad argentina de la dictadura y a la obligación que todos los hombres tenían de hacer el servicio militar, pero el fenómeno tiene espejo en México. En estos años de investigación el futuro soldado aprende a ser violento en la precariedad, la exclusión y exigencia de la vida en sociedad. Como hombres deben mostrarse fuertes, valientes, poderosos, controladores, sin temores y sin derrota. Esa demanda los ha condicionado a asumir como ventajas las violencias sobre ellos. Al cabo lo aceptan como un hecho natural y convierten la dureza recibida en un incentivo. Este adelanto se publicó el 26 de mayo de 2019 en la edición 2221 de la revista Proceso

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