Cinefilia verificada

sábado, 6 de julio de 2019 · 10:19
CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- Parece una obviedad que para opinar de una película primero hay que verla. Pues resulta que no lo es. Al menos, no en internet. Esta conclusión se desprende de la nueva política aplicada por el popular agregador web de reseñas cinematográficas Rotten Tomatoes. Desde finales de mayo, al abrir esa página se despliega un mensaje en el que aparece un recuadro con una palomita encerrada en un círculo y la leyenda “Verificado”, y la explicación de una nueva característica para fortalecer la autenticidad de las recomendaciones que emite el público en general. Cada vez que aparezca ese emblema en la reseña de un espectador, el lector sabrá que Rotten Tomatoes confirmó que el autor sí vio la película. O que al menos compró el boleto para ir a verla. [caption id="attachment_591338" align="alignnone" width="710"]"Noticias frescas: hemos mejorado el sistema de calificación de nuestra audiencia", advierte el agregador de reseñas de películas. "Noticias frescas: hemos mejorado el sistema de calificación de nuestra audiencia", advierte el agregador de reseñas de películas.[/caption] Parece un exceso tomando en cuenta que se trata de simple entretenimiento banal. No es un sitio de noticias serias, sino una página que recopila críticas especializadas publicadas en medios acreditados de Estados Unidos (y eventualmente de otros países), y a la vez ofrece al usuario la posibilidad de incorporar su propio punto de vista. De acuerdo con el balance de reseñas positivas y negativas se establece un puntaje. Una vez que se recoge el número suficiente de opiniones publicadas certifica si una película vale la pena o si es infumable. Es tal su influencia que incluso los sitios que venden películas para su descarga acompañan la sinopsis con los ratings que da esa página. Es la forma como internet llevó más allá la tradicional clasificación de los periódicos, que simplificaban al máximo la calidad de una cinta asignándole un número de estrellitas o colocando el símbolo de un pulgar alzado o hacia abajo. De hecho, esa fue la vocación inicial de Rotten Tomatoes. Su fundador, Senh Duong, era fanático de Jackie Chan y coleccionaba las reseñas que encontraba sobre sus películas de artes marciales. De ahí surgió el concepto que cristalizó en la página electrónica lanzada en 1998, y cuyo nombre alude a la práctica en la que el público de un espectáculo, cuando no está conforme con lo que está viendo, arroja tomates podridos al escenario. Tine Hreno, autora de un blog sobre escritores londinenses del siglo XIX, asegura que la tradición de arrojar comida descompuesta como expresión de inconformidad data del medioevo, y no se limitaba al teatro. En ese contexto recupera una anécdota atribuida a Bram Stoker, autor de Drácula, quien narra una historia sobre un político que se jacta de ser popular. “¿Popular?”, le increpa un amigo, “¡pero si vi anoche a la gente arrojándote huevos podridos!” “Sí”, le responde el político, “eso es correcto, ¡pero es que ellos antes solían tirar ladrillos!” Según el recuento, el primer registro histórico de esta manifestación de inconformidad data de 1883 y está descrito en un encabezado de The New York Times: “Un actor desmoralizado por los tomates”. Su nombre fue John Ritchie y debió lidiar con una multitud que le arrojó esos y otros alimentos en mal estado. Así habrá sido el espectáculo. Convertida en un lucrativo negocio casi desde un principio, Rotten Tomatoes cambió de dueño varias veces y hoy es propiedad de Fandango, un portal de venta electrónica de boletos de cine que forma parte del consorcio mediático Comcast (que aglutina a NBC y Universal), aunque con una pequeña participación de un competidor, Warner. Nunca se propuso tener algún rigor metodológico, pero la influencia que fue acumulando con el paso de los años la obligó a adoptar ciertos controles. El primero de ellos fue establecer categorías de críticos para separar a los top, aquellos con prestigio o que publican en medios muy conocidos. Una segregación que ahora se extiende al consumidor común. Y es que es muy probable que los aficionados a las palomitas no lean críticas de expertos, pero sí suelen ser influenciables frente a una calificación sintetizada en un número. Y ese ha sido el terror de la industria cinematográfica: inversiones millonarias en superproducciones se van a la basura gracias al efecto de un porcentaje mínimo de reseñas positivas. Ha sido tan perniciosa esa influencia que incluso cineastas prestigiados como Martin Scorsese han tronado contra una dinámica en la que los artistas están sometidos al escarnio antes de que sus películas sean estrenadas masivamente. Y es que Rotten Tomatoes resume uno de los peores vicios de las redes sociales: el troleo. Pone prácticamente en el mismo nivel la visión del crítico experto que el del espectador común que se ensaña contra una película por el solo disfrute de despedazarla. Y sin necesidad siquiera de haberla visto, como quedó de manifiesto por el hostigamiento que sufrió antes de su estreno la película Capitana Marvel por parte de una legión de misóginos que intentó a toda costa bajar su rating en esa plataforma. El tiempo dirá si la verificación logra abatir esta variante del discurso de odio en internet que toma como presa a las películas que no son del agrado de un sector fanatizado por ideologías. Ya se verá qué tan efectiva resultará cuando se estrenen películas como la versión live action de La Sirenita, que aún no se filma y ya desató febriles muestras de repudio con derivaciones racistas. Decidida a terminar con su propia y particular variante de fake news y de ciberbullying, Rotten Tomatoes parece intentar ser fiel al origen de su nombre. Y es que, para ser un legítimo arrojador de tomates, es obligatorio apersonarse en el teatro y no parapetarse detrás de una pantalla.

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