Muere Francisco Pineda Gómez, experto del zapatismo

jueves, 19 de septiembre de 2019 · 22:26
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- No bien acababa de aparecer el cuarto volumen en Editorial Era con la cual cerró su investigación sobre la historia de la Revolución Mexicana comandada por Emiliano Zapata, cuando intempestivamente falleció el historiador guerrerense Francisco Pineda Gómez. A partir de 1988, Pineda Gómez emprendió la investigación para documentar de manera fidedigna y a fondo el movimiento revolucionario encabezado al sur del país por Emiliano Zapata Salazar, general en jefe del Ejército Libertador entre 1911 y 1919. Antropólogo y profesor del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Francisco Pineda Gómez publicó el estudio La guerra zapatista 1916-1919 (Secretaría de Cultura, INAH, Ed. Era. 449 páginas), tomo cuarto de once capítulos y epílogo que cierra la trilogía de sus libros anteriores: La irrupción zapatista. 1911, La revolución del sur 1912-1914, y Ejército Libertador 1915, publicados respectivamente en 1997, 2005 y 2015. En esta indagación revela aun más la injerencia permanente del vecino país del norte en el nuestro durante la Revolución Mexicana, a través de un dato que sería decisivo para enfocar el trabajo del autor (oriundo de Taxco, Guerrero, donde nació en marzo de 1955), según explicó al reportero Roberto Ponce y al camarógrafo Alejandro Saldívar la primavera pasada: “A mediados de 1911, el aparato de inteligencia militar de ese país (Estados Unidos) había terminado, casi por completo, las 27 tareas para actualizar el Plan de Guerra General de Estados Unidos contra México. “Se trataba de planes para movilizar las tropas del ejército regular y navales para ocupar los principales puertos mexicanos y establecer un bloqueo total en el Pacífico y el Golfo de México; reportes de campo acerca de las fuentes alimentarias; planes para mover y abastecer a las tropas invasoras en el territorio nacional; estudios tácticos para las líneas de avance; monografías militares, mapas y reportes de líneas ferroviarias, así como un estudio detallado de las inversiones extranjeras que pudieran ser atacadas por la resistencia mexicana a la invasión.” Es decir, abundó Pineda Gómez, cuando Porfirio Díaz controlaba la situación militar y cuando los zapatistas apenas tenían cinco días de haberse levantado en armas, el ejército de Estados Unidos ya tenía listo el plan de invasión y ocupación de nuestra república. “Hacia el año de 1914, además, Estados Unidos había realizado centenares de intervenciones militares, por medio de operaciones abiertas o encubiertas. Según cifras oficiales hasta entonces los países atacados por Estados Unidos con mayor frecuencia fueron China, México y Nicaragua. En total, unos 86 años de agresiones militares solamente en esos tres países y también la usurpación de la mitad del territorio mexicano. Imposible no estudiar el papel de Estados Unidos en el año decisivo de la Revolución Mexicana.” Así, un dato lo condujo a una información cada vez mayor: “Al iniciar 1915, los almacenes del puerto de Veracruz tenían en existencia 1.4 millones de cartuchos y 1 721 fusiles y carabinas. Después, los embarques procedentes de Estados Unidos proporcionaron al ejército de Carranza 25.3 millones de cartuchos y de 48 mil 744 fusiles y carabinas, entre otros materiales de guerra, recibidos sólo en el puerto de Veracruz y únicamente de enero a septiembre de aquel año.” En el tercer volumen de Francisco Pineda Gómez leemos que Venustiano Carranza y el entonces presidente estadunidense Woodrow Wilson “estaban ayuntados en sus propósitos revolucionarios y se dividieron el trabajo, las fuerzas armadas del primero lanzaron la campaña para exterminar al zapatismo y el ejército de Estados Unidos invadió México para exterminar al villismo”. –Usted menciona varias intervenciones estadunidenses para apoyar a Carranza y eventualmente invadir todo México. –Sí, en 1911, 1914 y 1916 por ejemplo, cuando no hubo sorpresa allá por la incursión villista en Columbus, porque tampoco el principal objetivo de la invasión yanqui fue el de castigar a Pancho Villa por esa acción. El secretario de Guerra de Estados Unidos, abogado Newton Baker, lo señaló en su informe anual de 1917. “La intervención militar abierta o encubierta de los gringos operó sobre la Revolución Mexicana desde sus inicios, pero en el periodo de las batallas decisivas inclinó la balanza a favor del carrancismo. Aparte, la invasión en 1916 tuvo un impacto decisivo sobre el reparto del mundo que efectuaron las grandes potencias de aquel tiempo.” Cita una carta de Emiliano Zapata “al pueblo mexicano”, criticando la actitud servil de Carranza: “Más impúdico que Huerta, más desvergonzado que Santa Anna, cien veces más infame que Porfirio Díaz, (Carranza) ha solicitado él mismo la intervención extranjera; ha ido a pedir de rodillas al gobierno norteamericano que lo ayudara en su lucha contra Francisco Villa, al cual sabe que no puede vencer pues conoce su valor y es testigo de su heroísmo…” –¿Cómo dio con estos documentos de las invasiones? –No buscaba eso, sino los intereses económicos de Estados Unidos en México y les pedí a los Archivos Nacionales de Washington me enviaran el precio por reproducir los documentos donde venía todo un estudio de las inversiones extranjeras aquí, pero como parte de la intervención militar en México. “Es el Plan General de Guerra, actualización de 1911, unas 70 páginas que me enviaron por correo. O sea, los gringos tienen un plan permanente de invasión a México, desde aquella actualización de 1911.” –Usted afirma que a Emiliano Zapata nadie le decía El caudillo del Sur… –Nadie le llamó caudillo a Emiliano Zapata, ni sus amigos ni sus enemigos, mira: La primera vez que reiteradamente le dicen caudillo a Zapata fue el 16 de abril de 1919 en un manifiesto del general asesino Pablo González dirigido al pueblo de Morelos y dice: “Se murió el caudillo, la revolución ha muerto”. El término de caudillismo fue esgrimido por sus enemigos contrarrevolucionarios. “Pienso también que lo utilizan aún los historiadores carranclanes (carrancistas) para quitarle el grado de general en jefe del Ejército Libertador. Zapata fue el jefe supremo de la revolución campesina de México. Pero por fijarse sólo en Zapata nos quieren perder a quienes derramaron su sangre en la lucha. Porque una revolución no existe sin las mujeres, los jóvenes y los viejos, máxime cuando era la primera del siglo XX. Hay estatuas de Zapata, pero falta el reconocimiento a los grandes luchadores de nuestro pueblo.” Terminaba Francisco Pineda Gómez con la profecía de que México recuperará su territorio “cuando caiga el imperialismo gringo, como decía mi padre”. El fallecimiento de Pineda Gómez acaeció el martes 17, aunque se dio a conocer al día siguiente. A continuación, un fragmento del texto que el historiador dio a conocer en exclusiva para el número especial de Proceso dedicado a Emiliano Zapata en este año de su centenario. Según informó Enrique Aguilar, amigo cercano, las causas del fallecimiento no fueron reveladas pero sus restos son velados en Taxco, Guerrero, donde el historiador será sepultado. ¡Zapata vive! Chinameca, Morelos, jueves 10 de abril de 1919. Luego de un toque de clarín, la tropa del ejército carrancista ensilló y emprendió su marcha rumbo a Cuautla. El sol comenzaba a esconderse en el monte; eran las seis y media de la tarde. El cuerpo del general Emiliano Zapata cabalgó, por última vez, con el pecho sangrante y amarrado, a lomo de caballo. Hombres, mujeres y niños de la Tierra Caliente salieron a ver la columna militar que pasaba por las rancherías. En la noche, la partida arribó a Cuautla. Ese día, en Palacio Nacional, Venustiano Carranza se reunió con “prominentes hombres de negocios” de Chicago. En sus “carros palacio” de ferrocarril, con fotógrafos y cinematografistas, también llegaron a México contingentes de las compañías petroleras, mineras, industriales, comerciales y bancarias de Estados Unidos. Mr. J. H. Haile, presidente de la Cámara de Comercio de San Antonio, Texas, expresó alegremente: “En México no ha habido revolución”. Mientras tanto, acorazados yanquis se colocaron frente a la costa de Tampico para exigir la entrega incondicional del petróleo mexicano. En Cuautla, el jefe de la operación para asesinar a Zapata, general Pablo González, ordenó que el doctor Loera inyectara el cadáver a fin de que fuera exhibido en la Inspección General de Policía. Miles de personas desfilaron delante del cuerpo; no sólo eran habitantes de Cuautla y poblados de la región, también llegaron de la ciudad de México. ¿Están completos los dedos de la mano derecha? ¿Tiene el lunar de la cara? ¿La cicatriz de una cornada en la pierna? ¿Y el lunar con forma de mano en el pecho? De inmediato, se expandió un rumor en el pueblo. No es Zapata. Eusebio Jáuregui –campesino de veinticinco años de edad, antiguo jefe de la escolta de Emiliano– al principio sostuvo que el cuerpo no era de Zapata, pero después se desdijo. La prensa aseguró: “Todos confirman la declaración de Jáuregui hecha ante el notario público”. Dos días después, en el panteón municipal de Cuautla, Jáuregui fue fusilado por un pelotón carrancista. La soldadesca se exaspera, maldice, golpea, fusila. “No hay ninguna duda. ¡Es Emiliano Zapata!” Los diarios hacen eco. “Las dudas hechas nacer por los escépticos o por los interesados en cultivar aún la incredulidad de los zapatistas en mente, desapareció al fin: Zapata identificado hasta por sus partidarios y parientes, lo fue sin duda en todo el país, por las fotografías que del cadáver ha publicado la prensa.” El sábado en la tarde, ocho prisioneros rebeldes, escoltados, entraron a la pieza donde se exhibía el cadáver. El pueblo se había congregado ya en la plaza. Tres mujeres –unos reportes dijeron que primas; otros, que sobrinas de Zapata– se negaron a encabezar el cortejo fúnebre. En su lugar, desfilaron los generales, tenientes coroneles, mayores y oficiales del ejército federal, según los diarios. Fotógrafos y camarógrafos registraron escenas para la prensa y el primer noticiario cinematográfico de la capital. La multitud se agolpaba y la marcha inició con dificultad rumbo al cementerio. Al caminar, se abrieron puertas y ventanas. El féretro fue conducido a hombros por los presos zapatistas Encarnación Vega, Manuel Vega, Rafael García, Serapio Marca, Carmen Morales, José Romero, José de la Cruz y Jesús Guzmán. Afuera del panteón, la muchedumbre abrió paso. El cadáver de Zapata fue llevado a una fosa situada a la izquierda de la entrada, en la segunda fila, cerca de la pared que limita el cementerio. Su cabeza quedó orientada a la puesta del sol, muy cerca de un árbol de guayaba. Arrodillada, una señora aguardó en silencio. Antes de que los enterradores empezaran a cubrir el féretro, la mujer se irguió, tomó un puñado de tierra y lo arrojó sobre la caja. En seguida se retiró, secándose la cara con el rebozo. Los golpes sordos del martillo y las paladas de tierra que caen sobre el ataúd se escuchan a distancia, en medio del silencio profundo. Suenan las campanas: seis de la tarde. La noticia del asesinato de Emiliano Zapata se propagó de inmediato en la prensa. El 11 de abril, uno de los diarios más importantes de la capital, Excélsior, encabezó su primera plana con caracteres rojos, a ocho columnas, con la siguiente leyenda: “Murió Emiliano Zapata: el zapatismo ha muerto”. Ése fue el sentido que se quiso imponer al acontecimiento. El Universal comentó en la primera página: “Emiliano Zapata, el jefe más tenaz de la región suriana ha muerto ya; el zapatismo, sin su viejo hombre-bandera, ha terminado”. Por su parte, El Demócrata expresó en otro encabezado: “Ahora es fácil la tarea de exterminar los restos del endeble zapatismo”. Todos los diarios de Nueva York publicaron la noticia. The New York Herald editorializó el asesinato de Emiliano Zapata, con una incitación abierta: “Si la actividad de las tropas del gobierno de México continúa, no es remoto predecir que Villa quedará también suprimido [...]. El derecho a existir de cualquier gobierno de México depende de la habilidad que demuestre para exterminar a sus enemigos”. En ese momento para la resistencia popular el problema no era alcanzar la libertad o producir un modelo, sino tan sólo salir del callejón sin salida que había impuesto el gobierno con la imagen de la muerte. Y aquella noche, en Cuautla, se abrió una salida para ese callejón. El poder maquinó un rostro de muerte. La resistencia salió del encuadre, desplazando la mirada. Buscó en la mano, en las piernas y en el pecho las señales que autentificaran su propia verdad. ¡No es Zapata, cabrones! ¡Zapata vive, la lucha sigue! Tres testimonios de Pineda Gómez        Coronel José Carmen Aldana, Ejército Libertador:  Íbamos a ver el cuerpo pa’ saber si jue Zapata o no. Por eso dormimos ahí [...]. Ya llegamos, estaba la gente afuera [...]. Nosotros buscábamos el dedo, acá mocho, aquí. Dice un guacho: “Ora sí cabrones, ya quedaron huérfanos, ya su padre se lo llevó la chingada. Despídanse de su jefe”. Agarraban la mano del jefe así y otros por ver su dedo. ¡Adiós, mi general! Dicen: “Ahora, despídanse de su padre”. –Sí, adiós mi general. Se nos acabó el orgullo. –Es Zapata, ¿verdad que él es? ¿Cómo jijos de la chingada dicen que no? ¡Ése es Zapata! –No es. ¡No es, cabrones! Les metían chingadazos. Capitán segundo de caballería Serafín Plasencia Gutiérrez, Ejército Libertador: Y dice: “¿Usted, conoció a Zapata?” –Sí, cómo no. –Pase a ver. Ya pasó a ver. Zapata tenía una cornada aquí, mire, en medio de la pantorrilla. Sí, lo alcanzó siempre el toro y le agarró aquí. Tenía aquí un lunar negro, de este lado, grande [...]. De menos tenía que tener la cicatriz. Tenía un dedo mocho [...]. Y el muerto no tenía nada de eso. Por esa razón dijo ese jefe: “No es. No es, señor Guajardo”. –Ah, ¿no es? Que lo fusila, luego, luego. Claro que, después, la gente pues tenía miedo; todos decían, aunque no fuera, pues que él es, que él era y que sí fue. Y a última hora, fue Juan Bustamante; el que mandaba los toros y todo el ganado de Coahuixtla, fue el caporal. Y le dice Guajardo: “¿Usted conoció a Zapata?” –Cómo no lo voy a conocer, era mi compadre. Y, luego, luego, pasó. Luego, dijo que no era. Que le dice: “¡Ey, Guajardo!” –ése sí le contestó feo– “pendejo, no tengas ciego al pueblo. ¡No es!” Y que lo sacan a culatazos a Juan Bustamante. Entonces, que entra el señor Mora. –¿Usted conoció al señor Zapata? –Sí, cómo no. Había sido mayordomo, después ayudante, había sido de la hacienda de Coahuixtla, y que entra. Luego, vio que no era. –¿Es Zapata o no es Zapata? Le dice: “Ay, señores, me van a matar por la mentira. Mátenme por la verdad. ¡No es!” Mayor de caballería Félix Vázquez Jiménez, San Juan Ixtayopan, Tláhuac, Ejército Libertador: –¿Y no decidieron licenciarse?Pues, yo por mi parte no, señorita. Pero, mis compañeros sí se licenciaron.Y usted, ¿por qué no se licenció, si ya la mayoría había dejado las armas?Pues, porque yo dije que nunca me iba a rendir; que mejor aventaba las carabinas, pero ser rendido nunca.¿Qué pensaba usted hacer?Pues nada [llora]. Es triste de que esté uno con… Agarra uno a Emiliano Zapata... se voltea uno solito... Pues, mejor muerto, que ser rendido.

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