Toledo, por amor al beisbol

domingo, 22 de septiembre de 2019 · 10:28
El idilio entre Francisco Toledo y el beisbol comenzó de niño, pero maduró en 1996 cuando pintó un óleo de unos 30 centímetros sobre un pitcher lanzando. Toledo inédito, su obra ligada a este deporte va más allá de la reja que hizo para el estadio de los Diablos Rojos, está compuesta por al menos 60 piezas: grabados, dibujos, bates y pelotas intervenidas, principalmente. En entrevista con Proceso, la fotógrafa Graciela Iturbide (quien compartió su material gráfico), el empresario Alfredo Harp Helú y su esposa, Isabel Grañén, esbozan un cariz poco conocido del artista juchiteco que falleció el jueves 5. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En el verano del año 2000 a Graciela Iturbide se le antojó tomarle unas fotos a Francisco Toledo “con avestruces”. Sabedora del amor que el artista oaxaqueño le tenía a los animales, lo animó a viajar a la Mixteca a un criadero. “Pero espérate, le voy a pedir a Alfredo Harp que me preste unos arreos. Fíjate que las patas de avestruz se parecen a lo que se ponen los catchers en las piernas”, le dijo. Toledo el artista. Muchas de las fotografías que Iturbide le tomó a Toledo durante las casi cuatro décadas que la amistad los mantuvo juntos fueron idea de ambos: ella proponía y él, como artista, la influenciaba. Lo que encontraron en el criadero en realidad eran emúes, esas aves corredoras más bajitas que las avestruces, pero de gran parecido; tienen tres dedos en las patas cuando las otras, sólo dos. “Lo que me encantó es que efectivamente tenían las patas así, con la misma forma que los beisbolistas cuando están vestidos. Se puso hasta la careta. Lo bonito fue cómo se le ocurrió pedir prestado el equipo porque relacionó el beisbol con avestruces. Esa idea de Toledo, como muchas de mis fotos, fue una creación maravillosa”, cuenta Iturbide en entrevista con Proceso. Influencias La maestra Iturbide nunca publicó las fotos. Entre imágenes diluidas por el tiempo ­apenas recuerda que un día caluroso de ­agosto de principios de siglo viajaron en coche a quién sabe dónde a ver los bichos esos a los que Toledo se quiso parecer poniéndose un peto en el pecho y los arreos encima de los huaraches. Toledo el pelotero. Y cómo no, si en Juchitán, la tierra que lo adoptó –“al fin que uno es de donde se siente”–, de puro beisbol se habla. Si en Minatitlán, el hijo del aprendiz de zapatero a quien un trabajo en Petróleos Mexicanos lo llevó al sur de Veracruz, vivió entre los seis y los 12 años. Ahí respiró beisbol, ese de los peloteros negros que el racismo despreció en Estados Unidos; ese que arrojó a México a Monte Irvin, Cool Papa Bell, Josh Gibson, Ray Dandridge; a los cubanos Martin Dihigo y Ramón Bragaña. El beisbol veracruzano invernal. Toledo se alimentó de esas leyendas, las de los Azules del Veracruz del empresario Jorge Pasquel. Toledo el fanático. Por eso en sus grabados y dibujos los peloteros negros llevan mano. Los inmortalizó en su obra. Toledo el defensor de minorías. Un trozo de papel, un poco de grafito y su mente brillante fueron los ingredientes para plasmar el brazo de un pitcher en movimiento pelota en mano; de un catcher en cuclillas esperando la esfera de hilo, corazón de caucho, cuero de tono marfil y costuras coloradas. Sobre cuatro paredes hay unos esqueletos con gorra, manopla y “alguien” ­blandiendo un madero; hay jugadores en un diamante que se “mueven” en busca de las pelotas que bailan en el aire. Colores arcilla, el verde del pasto y su autorretrato en una bola montada sobre la empuñadura de un bat. La única fotografía de Toledo el pelotero descansa enmarcada en el corazón de Coyoacán, en la oficina del dueño de los Diablos Rojos del México y de los Guerreros de Oaxaca, Alfredo Harp Helú, quien trabó amistad con el artista desde finales de 1996, gracias a su esposa, María Isabel Grañén, doctora en historia del arte a quien Francisco Toledo invitó en 1993 para organizar un acervo muy importante de libros antiguos en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. La máscara de catcher [caption id="attachment_600486" align="alignnone" width="768"]Toledo en la Mixteca. Foto Graciela Iturbide Toledo en la Mixteca. Foto Graciela Iturbide[/caption] La obra de Francisco Toledo relacionada con el beisbol se compone de entre 60 y 70 piezas; la mayoría da cuerpo a una colección privada de Alfredo Harp e Isabel Grañén: fotografías, dibujos, bocetos, cuadros, piezas como bats y pelotas intervenidas, monedas, timbres postales, entre otras, descansan en su casa de Oaxaca, en las oficinas del empresario y en el palco del estadio de los Diablos, para cuya tienda de souvenirs el maestro diseñó papalotes y libretas que los aficionados pueden comprar. El inmueble, inaugurado en marzo último, está decorado con una reja de acero que el óxido ya tiñó de rojo y que enseña bats y pelotas en movimiento. Bastó que una mañana la pareja le comentara a Francisco Toledo la idea de colocarla en el nuevo estadio para que el artista ese mismo día mandara una fotografía del diseño. Toledo el espontáneo. “A los dos días nos trajeron una maqueta de triplay ya cortada con rayo láser. Toledo le decía al herrero: ‘Estos recortes de bats los quiero acá arriba, uno hacia la derecha y otro a la izquierda para que se vea movimiento. Las costuras de las pelotas hay que pintarlas de rojo, hay que lijar acá para que tenga pátina y se vean los swings de los bats’. Al mes ya la estaban instalando. “Hace un mes le escribí. Le mandé fotos de la reja. Yo ya sabía que estaba mal. Le dije: ‘Francisco, mira la reja del estadio, se está pintando de rojo como los Diablos, mira cómo se está oxidando’. ‘Se ve muy bien’, me dijo. Estaba muy contento. Le hubiera encantado haber ido al estadio. Ya no nos dio tiempo. Es una obra pública que los aficionados están disfrutando”, dice Grañén. Toledo el enfermo. Al estadio de los Guerreros de Oaxaca solía ir de vez en cuando. No se quedaba las nueve entradas, pero luego les contaba a Isabel y a Alfredo que en la televisión había visto un juego de Grandes Ligas. En 2017, cuando los Guerreros de Oaxaca y los Diablos Rojos se enfrentaron en la final de la Liga Invernal que organizaba la Liga Mexicana de Beisbol (LMB), una de sus obras fue utilizada para promocionar los juegos. Las obras sobre beisbol de Francisco Toledo son inéditas porque nacieron de una idea de Alfredo Harp. ¿Qué tal si haces algo para la emisión de un timbre postal que conmemore los 75 años de la Liga Mexicana de Beisbol? ¿Cómo verías, Francisco, una obra para el aniversario de los Diablos? Y ya Toledo inspirado: ¿qué tal si me mandan una pelota? Quiero saber qué tiene adentro. Ahora quiero un bat para montarle la pelota. ¿Y si me mandan una máscara de catcher, una vieja, esas metálicas, a ver qué se me ocurre? Toledo el curioso. [caption id="attachment_600487" align="alignnone" width="768"]Los peloteros negros llevan mano. Francisco Toledo Los peloteros negros llevan mano. Francisco Toledo[/caption] “¡Cómo el beisbol inspiró al artista!”, reflexiona Grañén. “¡Cómo percibía las jugadas! Sabía de beisbol, lo entendía, quizá no sabía las estadísticas o todos los nombres de los jugadores. Se quedó con la careta vieja que pidió para intervenirla. Esa ya no la hizo. Se le acabó el tiempo. Me mandaron a recogerla y me la voy a quedar. Le gustaban las manoplas viejas”. Las obras de Francisco Toledo no tienen nombre. El único cuadro que sí, es el que Isabel Grañén bautizó. Es un óleo de unos 30 centímetros que en 1996 le regaló a ella y a Harp. El empresario pretendía a la alumna del maestro que se encelaba porque la distraía de sus labores en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO). “Se le ponían sus pelos negros parados de coraje. Un día que me iba temprano me dijo que pasara a la galería Quetzalli. ‘Te hice algo. Si te gusta, llévatelo’. Pasamos Alfredo y yo, había un cuadro de un pitcher lanzando. Le puse La Aceptación. Fue el primer cuadro que tuve de él. De alguna manera ya había aceptado mi relación con el novio. Lo hicimos un timbre conmemorativo”. Fanático de la lucha libre y del boxeo también, Francisco Toledo agradeció aún más haber conocido a Alfredo Harp el día que éste le presentó al hijo del Santo. Enmudeció ante aquel hombre de carne y hueso ataviado en el traje de licra plateada. Toledo, un niño con ojos de plato. “La mayoría de estas obras fueron prácticamente un regalo. En algunos casos él pedía que se le pagara sólo al grabador. A veces nos pedía algo para el IAGO. En el caso de la reja del estadio nos pidió un camión para los niños de una secundaria de San Agustín Etla, arreglar una cisterna y una cortadora para el CASA (Centro de las Artes San Agustín). Jamás pidió un centavo para él, siempre era para un proyecto que beneficiara a la comunidad”, aclara Grañén. Toledo el generoso. Toledo, maestro inmortal. [caption id="attachment_600488" align="alignnone" width="660"]Las 108 costuras en un papalote. Francisco Toledo Las 108 costuras en un papalote. Francisco Toledo[/caption] Este texto se publicó el 15 de septiembre de 2019 en la edición 2237 de la revista Proceso

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