La madre de Greta Thunberg: mi hija se escondía en el baño a causa del bullying

domingo, 29 de septiembre de 2019 · 10:45
Celebridad mundial del activismo contra la contaminación ambiental, Greta Thunberg, de 16 años, sufrió problemas de salud y acoso escolar, revela su madre, Malena Ernman, en el libro Escenas del corazón. Recién traducido del sueco al alemán, el texto da cuenta de que la pequeña –que padece síndrome de Asperger– era golpeada en el patio del colegio o emboscada durante los recesos… Se escondía durante el tiempo que duraba el recreo para no ser agredida. BERLÍN (Proceso).- Un día la niña dejó de comer… A ello se sumaron episodios diarios de llanto permanente: de día, de noche, al dormir, al despertarse, de camino a la escuela, en las clases y en el recreo. Sólo la tranquilizaba la compañía de Moses, el golden retriever de su casa, al que acariciaba durante horas. Sumida en una especie de oscuridad, parecía como si su alma se hubiera apagado; dejó de tocar el piano, de reír y de hablar. Pero su alimentación fue lo que más le preocupó a la familia. Su mamá escribió un día: “Greta selecciona los gnocchi. Los voltea una y otra vez, los remueve, los observa. Y después de un rato comienza de nuevo. Luego de 20 minutos empieza a comer. Diminutas mordidas, muy lento (…) De pronto, ella dice: ‘estoy llena. No puedo más’”. En la hoja en la que sus padres registraban su consumo de alimentos quedó apuntado otro día: “Almuerzo: 5 gnocchi. Tiempo: dos horas y 10 minutos”. Esos episodios sucedieron en el otoño de 2014 y su protagonista es Greta Thunberg, la activista sueca de 16 años que cobró notoriedad mundial apenas hace un año, luego de comenzar una huelga escolar de tres semanas frente al Parlamento en Estocolmo, para exigir a su gobierno acciones concretas contra el cambio climático. Convertida en una celebridad, Greta convoca a cientos de miles de niños y jóvenes en todo el mundo, quienes aglutinados en el movimiento #FridaysforFuture replican viernes tras viernes sus huelgas escolares para reclamar a sus gobiernos respuestas prontas ante la emergencia climática que padece el mundo. Pero en 2014 ella y su familia atravesaron una crisis que los tuvo al borde del precipicio y que los condujo a una nueva vida que hoy dedican en exclusiva al clima. Malena Ernman, su mamá, escribió al respecto un libro que fue publicado justamente hace un año, unos días antes de que la adolescente comenzara su primera huelga por el clima. Traducido del sueco al alemán y publicado este verano por la editorial S. Fischer, Escenas del corazón revela detalles poco conocidos de la vida del icono en el que se ha convertido Greta, y del complejo y largo camino que llevó a su familia a vivir de una manera radicalmente distinta. Hasta hace un año, la famosa de su casa era más bien Malena Ernman. Criada en el centro de una familia cuyo precepto básico fue el humanismo, la madre de Greta se convirtió en cantante de ópera. Una de las mejores de su país. Su padre, Svante Thunberg, fue actor de teatro y más tarde productor musical y representante de su esposa. Los compromisos profesionales de ­Malena llevaron a la pareja a vivir 12 años de manera intermitente en las grandes capitales europeas, Berlín, París, Viena, Ámsterdam y Estocolmo, y en ciudades como Barcelona y Salzburgo. En su libro, ella describe como maravillosa toda esa etapa, cuando ya con Greta y tres años después con Beata la familia disfrutaba estancias aquí y allá. Todos juntos viajaban de un lado a otro cumpliendo con fechas de trabajo y disfrutando el tiempo libre. En 2009 llegó la oportunidad que la catapultó a la fama en su país. Representando a Suecia, la cantante participó en el Festival de la Canción de Eurovisión, que ese año tuvo como sede Moscú. Y aunque ocupó el lugar 22 en la final del concurso, su estatus pasó de ser una artista conocida a una cantante famosa. La vida siguió su curso, con altibajos normales en el ámbito profesional, pero con una cohesión familiar que parecía sólida… hasta ese otoño de 2014. El diagnóstico Greta había cumplido 11 años y comenzaba el quinto año de primaria. Fue entonces cuando todo cambió. A los episodios de llanto permanente y falta de apetito se sumaron los ataques de pánico generados por situaciones que la sometían a niveles de estrés insospechados para alguien normal. Por ejemplo, el día en que juntos hornearon los caracoles de canela que Greta solía comer y disfrutar –tras olerlos– la pequeña determinó que no podía consumirlos. La presión e insistencia de Malena y Svante para que tan sólo los probara le causó un ataque de gritos y llanto que duró más de 40 minutos, y que cedió sólo con el abrazo de su madre y el consuelo de Moses. Durante dos meses fue constante la falta de hambre. Si el almuerzo se limitaba a cinco piezas de esa especie de pasta italiana (gnocchi), el desayuno no era mejor: un tercio de plátano en 53 minutos. No más. Ernman revela cómo, luego de dos meses sin probar casi alimento, Greta estuvo a punto de ser ingresada al hospital. En esas ocho semanas bajó casi 10 kilos y su pulso y presión arterial mostraban claras señales de hambre, además, su temperatura corporal era cada vez más baja. La impotencia de no saber cómo ayudar a su hija era mayor frente a la incertidumbre de no saber qué era exactamente lo que causaba la situación. Fueron semanas de desvelos, de lecturas interminables a medianoche sobre trastornos alimenticios, innumerables llamadas y envíos de correos electrónicos a centros de atención y asesoría médica, y largas visitas a hospitales para realizar en Greta los estudios necesarios que permitieran llegar a un diagnóstico. Luego de una consulta en la clínica psiquiátrica para niños y jóvenes, Greta decidió volver a comer. La doctora les dijo que si durante ese fin de semana las cosas no cambiaban, la niña tendría que ser ingresada. Callada, porque además había dejado de hablar con la gente y sólo lo hacía con sus padres y hermana, Greta abandonó el consultorio, pero a solas en las escaleras del hospital dijo: “quiero comenzar a comer de nuevo”. Muy lentamente comenzó a ganar peso. Una vez estable fue posible realizarle los estudios neuropsiquiátricos que arrojaron finalmente un diagnóstico: Asperger, autismo altamente funcional acompañado de trastorno obsesivo-compulsivo. Por ese entonces, los padres de Greta descubrieron también el bullying del que era víctima en la escuela. Svante acompañó a su hija al festejo navideño del colegio; perplejo, se dio cuenta de que aún en su presencia los compañeros la señalaban y se burlaban de ella. Durante esas vacaciones de invierno Greta contó a sus padres historias de cómo era golpeada en el patio de la escuela o emboscada durante los recesos. Habló sobre la sistemática exclusión en la que vivía y de los lugares, como el baño, donde buscaba refugio y se escondía durante el tiempo que duraba el recreo para no ser agredida. Cuando Svante y Malena informaron de los abusos a la dirección de la escuela, la respuesta los sorprendió. Según las autoridades escolares, todo era culpa de la niña: muchos de sus compañeros aseguraban que era rara, hablaba demasiado bajo y nunca saludaba. En Escenas del corazón Ernman describe lo difícil que fue y lo mucho que les tomó, como familia, aceptar y adaptarse a la condición de la pequeña Greta. Esos años fueron los peores porque cuando la crisis de Greta comenzaba a resolverse –al contar con un diagnóstico y tratamiento correspondiente– Beata, su hermana menor, comenzó a sufrir arranques de ira más allá de lo normal. Intolerante a todo tipo de ruido, a todo imprevisto que alterara en lo más mínimo la cotidianidad y, sobre todo, intolerante a la presencia y convivencia con los padres, era evidente que la menor de las Thunberg tampoco estaba bien. De nuevo vinieron semanas difíciles, de agotamiento físico y emocional que concluyeron con un diagnóstico para Beata: trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). El impacto En una clase de Greta hubo una proyección sobre la contaminación de los mares. Todos los alumnos se impactaron de saber que en el Pacífico sur existe una isla forma­da de desechos plásticos (casi del tamaño de México). Pero para la menor la información no sólo fue mucha, sino contundente. Tanto que rompió en llanto. En el comedor estudiantil las conversaciones versaron sobre mil temas, menos el de la contaminación de los mares. Sólo una persona –Greta– la retuvo en la mente y no pudo dejar de pensar en ello. La vivió. La sufrió. “Greta recibió un diagnóstico, pero eso no descarta que ella tenga razón y que el resto de nosotros estemos tan equivocados como podamos. (…) Porque ella ve lo que nosotros no queremos ver. Greta es una de las pocas personas que puede ver nuestro dióxido de carbono a simple vista. Ella ve los gases de efecto invernadero saliendo de nuestras chimeneas, elevándose hacia el cielo con el viento y transformando la atmósfera en un gigantesco vertedero de basura invisible”, reflexiona Ernman en su libro. Y sí. Gracias a lo que ella misma llama su superpoder –el síndrome de Asperger–, Greta Thunberg ha sido capaz de comprometerse de tal manera con la causa ambientalista. Luego del episodio con la película sobre la contaminación de los mares, comenzó a informarse con obsesión sobre la enfermedad que aqueja al planeta: el cambio climático. Con argumentos y datos contundentes convenció a sus padres de no sólo cambiar su estilo de vida –ya no comen carne, ese consumo ha desaparecido de sus vidas; además ya no vuelan en avión, entre otras medidas–, sino de dedicarla al clima. Se hicieron cotidianas las reuniones y consultas con científicos para informarse con mayor profundidad sobre el tema; la impotencia de ver que pocos son conscien­tes de la crisis que enfrenta el planeta la hicieron idear lo que nunca imaginó que se convertiría en un movimiento mundial: la huelga escolar por el medio ambiente. Su idea se regó como pólvora en Alemania, Francia, España, Islandia y Reino Unido, entre otros países, dando nacimiento al movimiento #FridaysforFuture. Pronto brincó continentes y llegó a África, Asia e incluso México. A un año de haber iniciado su huelga, Greta busca juntar más y más adeptos. Estados Unidos y el resto de América son hoy su objetivo. Tras dos semanas de un viaje en alta mar sin emisiones, a bordo del yate-regata Malizia II, la joven ambientalista y su padre desembarcaron en Nueva York. Tienen planeado estar en suelo americano hasta fin de año, cuando en diciembre visiten Chile para asistir a la Cumbre Climática de la ONU. Esta reseña se publicó el 22 de septiembre de 2019 en la edición 2238 de la revista Proceso

Comentarios