La revolución empezó en Leipzig

miércoles, 13 de noviembre de 2019 · 11:02
Leipzig fue escenario de una marcha preludio de un hecho que marcó al mundo: la caída del Muro de Berlín. A 30 años de esos acontecimientos, Uwe Schwabe y Christoph Wonneberger, ideólogos del movimiento, reflexionan sobre los defectos de la reunificación de Alemania y los pendientes de ésta que han dado pie al fortalecimiento de la extrema derecha. “Es necesario recuperar a toda esa gente que perdió con la unificación (…) tomar en serio su frustración por la desigualdad de salarios y el miedo que sienten frente a los extranjeros y la violencia”, advierten. BERLÍN (Proceso).- La historia coloca el 9 de octubre de 1989 como el día que condujo a la caída del Muro de Berlín. En esa fecha cientos de alemanes se dieron cita en la explanada de la iglesia de San Nicolás, en la ciudad de Leipzig, para exigir reformas radicales en lo que entonces era la República Democrática Alemana (RDA). El ambiente fue tenso aquella tarde de otoño. A la manifestación convocada para ese lunes precedió una serie de movilizaciones desde principios de septiembre, en las que abiertamente los grupos de oposición plantaban cara al régimen y reclamaban cambios. Más aún: en la colectividad estaban presentes los sucesos de la Plaza de Tiananmen del 4 de junio anterior, en el que el gobierno de China reprimió a miles de manifestantes matando a cientos de ellos. El temor a una agresión similar no era poco, toda vez que desde temprana hora la población presenció cómo las fuerzas de seguridad tomaron la ciudad; además, días previos no cesaban los rumores sobre una escalada de violencia. Pese a ello, al término de la jornada laboral de ese día, cerca de ocho mil alemanes se concentraron dentro de la iglesia de San Nicolás para participar en las Oraciones por la Paz de los lunes, que desde hacía meses cobraron un significado especial por estar altamente politizadas. Al término del acto, los feligreses abandonaron la iglesia con velas encendidas en las manos. En la explanada ya los esperaban miles más. La cifra oficial se calculó en 70 mil. Algo inédito en la vida de la RDA, que no había registrado una concentración de tal magnitud más allá de las organizadas por el mismo Estado. La multitud avanzó lenta y pacíficamente por las calles de la ciudad. Sin más armas que las velas encendidas y el grito de “nosotros somos el pueblo”, la manifestación logró romper el cerco de los policías antidisturbios y realizó una protesta multitudinaria. Ese 9 de octubre fue un parteaguas para la denominada Revolución Pacífica que acabó con el régimen comunista de la RDA. Tanto el gobierno como la población fueron conscientes de que algo imparable llegaba. Mucha gente se despojó del miedo y luego de ese lunes miles salieron a protestar en los siguientes días: el 16 de octubre hubo 120 mil manifestantes; el 23 de octubre, 200 mil; el día 30, 300 mil; el 6 de noviembre, 400 mil… Así, llegó el 9 de noviembre, cuando cayó el Muro de Berlín. Jóvenes contra el sistema Pero todos estos eventos no fueron fortuitos. La Revolución Pacífica fue un proceso que comenzó desde 1988. Fue liderado por un grupo de jóvenes de la ciudad de Leipzig, en Sajonia, que canalizó su frustración –por no poder ir más allá de las reglas que imponía el sistema– formando grupos de discusión, debate y acción, base de la resistencia. “Los revolucionarios pacíficos de 1989 eran jóvenes atrevidos que no se sometían al sistema; más bien lo retaban. Vivían en casas demolidas y pasaban las noches planeando acciones, imprimiendo volantes en secreto y manifestándose durante el día en la primera línea”, describe el periodista Peter Wensierski en su libro Die Unheimliche Leichtigkeit der Revolution (La increíble ligereza de la revolución). Se trataba de jóvenes a quienes el sistema les había quitado la posibilidad de estudiar porque en algún momento de la adolescencia mostraron una actitud crítica contra el Estado o se rehusaron a participar en actividades como el servicio militar. Eso bastaba para quedar marcado. Así, la joven oposición en la RDA la formaron, en su mayoría, individuos cuyas opciones profesionales se reducían a trabajos de mensajeros, jardineros, cuidadores de ancianos o ayudantes de cocina. De rechazar estos oficios, que no satisfacían sus ambiciones intelectuales, se les amenazaba con la aplicación del artículo constitucional 249, conocido como el de los “asociales”, que por cierto provenía desde la época nazi y que señalaba que todo aquel que no trabajara podía ser recluido en correccionales. Aunque esta disidencia no se limitó a Leipzig –la hubo, de hecho, por toda la RDA y con mucha fuerza, incluso, en Berlín–, lo que marcó la diferencia fue el papel de la iglesia protestante y la relación que ésta tuvo con esos grupos. El movimiento pacifista protestante que germinó muchos años antes –en reacción a la disputa ideológica de la Guerra Fría entre Occidente y Oriente– arropó de alguna manera a la revolución que desde 1988 se gestó en Leipzig y le brindó un espacio permanente de reunión, inexistente y prohibido en la Alemania socialista, para organizarse y articularse. Ideólogo Uwe Schwabe fue uno de los protagonistas de la Revolución Pacífica. Su decepción por el sistema ocurrió a los 19 años, cuando se enlistó en el ejército por tres años para lograr una plaza de estudio y cumplir su sueño de ser miembro de la flota mercante alemana. Al servir en un aeródromo, reparando aviones de combate, descubrió que la RDA arreglaba en secreto las máquinas de guerra de su aliado, el dictador sirio Hafez al-Asad. Y no sólo eso. Presenció y vivió en carne propia los defectos de las fuerzas armadas: oportunismo, mentiras, traición y subordinación. La gota que derramó el vaso fue el acoso y humillación al que eran sometidos los nuevos reclutas. Nunca quiso participar en ello. Al término de su servicio voluntario en el ejército no recibió la plaza de estudio que esperaba. A él ya no le importó demasiado, pues la decepción que le causó la experiencia lo hizo buscar nuevos horizontes. Se convirtió en cuidador de ancianos de un asilo y por un amigo supo de las Oraciones por la Paz en la iglesia de San Nicolás, donde pronto se incorporó a un grupo de jóvenes comprometidos con el medio ambiente. Por aquella época la RDA tenía niveles de contaminación muy elevados. Su aire y el agua de sus ríos era de pésima calidad. Schwabe estaba convencido de que las mejoras ecológicas estaban vinculadas con las reformas políticas y fue así que, junto con otros 30 amigos, fundó la Iniciativa Vida en mayo de 1987, que se convirtió en una de las agrupaciones más importantes dentro de los grupos de base que lideraron la Revolución Pacífica. Con un corte más radical, Iniciativa Vida organizó días de acción, exposiciones itinerantes, marchas y otras manifestaciones que en más de una ocasión fueron disueltas, y sus miembros detenidos y observados con lupa por la Stasi, el órgano de inteligencia de la RDA. El pastor Christoph Wonneberger fue una de las figuras más importantes que arroparon a la Revolución Pacífica. En 1982 propuso un servicio social en la RDA que fuera alternativo al servicio militar que a los jóvenes –en el contexto de la Guerra Fría– les resultaba más que aterrador. Wonneberger entendió que el trabajo en comunidad, sobre todo el pacifismo, era la llave para lograr un cambio. Pero sus superiores y el Partido Socialista Unificado de Alemania, que gobernaba la RDA, rechazaron su propuesta. En 1985 fue trasladado a Leipzig y promovió con ahínco las Oraciones por la Paz, que desde años antes se habían convertido en una especie de tradición de la Iglesia protestante en muchas ciudades de la RDA: siempre los lunes a las 17:00 horas. En ese contexto, las diversas iniciativas –como la de Schwabe– encontraron en la iglesia el espacio para debatir y discutir las ideas que dieron forma a la revolución. El mismo Wonneberger fundó en 1986, dentro de la iglesia, un grupo de trabajo sobre los derechos humanos. Considerado por muchos activistas de la época como uno de los ideólogos más importantes de la revolución, Wonneberger tuvo a su cargo las oraciones pacíficas hasta agosto de 1988, cuando sus superiores lo removieron de su función. El motivo: permitir en la iglesia una colecta para pagar la multa de un activista que había sido detenido por realizar unas pintas en un túnel peatonal de la ciudad. En septiembre de 1989 retomó la conducción de la oración de los lunes y en la memoria colectiva permanece su sermón del día 25, que en realidad fue un discurso político sobre la violencia. Wonneberger supo transmitir a la resistencia que el pacifismo era la mejor arma que podían usar contra el Estado, pues éste mismo por sí solo había comenzado a desmoronarse. El 9 de octubre, el día de la gran marcha que marcó un antes y un después en la Revolución Pacífica, Wonneberger, vía sus contactos con periodistas, dio una entrevista telefónica al noticiario nocturno de mayor audiencia de Alemania Occidental. Su foto fue vista por todo el país. La noche del 30 de octubre de 1989 lo sorprendió un inesperado y fulminante derrame cerebral. Perdió el habla y durante semanas estuvo postrado en una cama. Meses después, luego de una ardua rehabilitación, supo que aquello que había sembrado floreció: el Muro había caído. Un Estado absorbió a otro A 30 años de aquellos sucesos, Schwabe y Wonneberger reflexionan en entrevistas por separado para Proceso sobre lo acontecido. Aunque para ambos es bueno el resultado general, coinciden en que muchas cosas pudieron hacerse de distinta manera. “El balance es positivo porque alcanzamos nuestro objetivo: se terminó con el sistema de partido único, tuvimos libertad de expresión, de prensa, derecho a la libre circulación y de viajar sin restricciones. Sin embargo, también supimos pronto que la vida no era un paraíso”, reconoce Schwabe. –¿Cuál es su balance, a 30 años de la Revolución Pacífica? –se le pregunta a Wonneberger vía telefónica. –Hubo cosas que no se resolvieron de la manera adecuada. Por ejemplo, las negociaciones entre ambas Alemanias, para lograr la posterior reunificación, no se dieron a un mismo nivel. Y eso tuvo que ver con que la población de la RDA quería lo más pronto posible un cambio y una “mejor vida”. Creían que todo lo que tenía que ver con Occidente era mejor, pero después se dieron cuenta de que todo era una ilusión y ya fue muy tarde. Schwabe también cree que hubo omisiones después de 1989, cuyas consecuencias negativas son visibles hasta hoy: “No hubo tiempo de reflexión antes de la reunificación, y tampoco hubo un precedente para orientarse. La gente quería una unión económica y monetaria lo más rápido posible y votaron en las primeras elecciones libres a la Cámara del Pueblo de 1990 por los partidos que así lo prometieron. “Por desgracia no sólo gente bien intencionada proveniente de la República Federal vino a ayudar a levantar el nuevo país, también llegaron oportunistas que se aprovecharon de la situación”, señala. La pronta reunificación alemana en octubre de 1990 causó un cambio radical en la vida de los alemanes del este. El cierre y privatización de miles de empresas estatales al cambiar a un sistema económico de libre mercado tuvo como consecuencia el desempleo de cientos de miles que no lograron su inclusión y adaptación al nuevo sistema. En retrospectiva, Wonneberger y Schwabe coinciden en que el error fue no haber fundado un nuevo país con una nueva constitución. En cambio, lo que hubo –desde su punto de visa– fue una absorción de un Estado sobre el otro. –¿Qué pudo haberse hecho distinto? –Es difícil de decir, pero creo que Occidente pudo haber sido más generoso y no simplemente haber ejercido su poder frente al otro. Me parece que debió crearse una nueva Constitución, aprovechar el impulso que había en la RDA y plasmarlo en un nuevo documento. Pero fueron de la idea que en la República Federal todo lo habían hecho bien y que así debía seguir –responde Wonneberger. Schwabe considera que todavía debe discutirse el proceso de transformación y seguir trabajando para equilibrar todos los desequilibrios que aún existen en la Alemania unificada. Se refiere específicamente a los millones de alemanes del este que, como protesta ante la desigualdad que sigue privando en el país, han volteado su cara hacia el populismo de extrema derecha y a movimientos xenófobos, cuya popularidad en los últimos cinco años se ha disparado de manera insospechada en esa región del país. “No existe un estado ideal y debemos trabajar constantemente para mejorarlo y luchar por más justicia. Hay opciones que son mucho más costosas y elaboradas que simplemente salir a gritar y protestar en la calle. “Es necesario recuperar a toda esa gente perdedora resultado de la reunificación e integrarla a la democracia. Y un primer paso para ello es tomar en serio su sentimiento de frustración respecto de las regiones olvidadas del país, la desigualdad de salarios y condiciones de vida, las bajas pensiones y el miedo real que sienten frente a los extranjeros y la violencia.” Agrega: “Si una enseñanza nos dejó la Revolución Pacífica del otoño de 1989 es la autoliberación del paternalismo y el autoempoderamiento para actuar y cambiar las cosas”. Este reportaje se publicó el 10 de noviembre de 2019 en la edición 2245 de la revista Proceso

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