Premios a Tatiana Huezo, Lenin Treviño  y Andrea Martínez

miércoles, 27 de noviembre de 2019 · 10:26
Tres miradas de intensidad peculiar para dirigir buen cine se llevaron altos reconocimientos durante el octavo encuentro fílmico más importante de Baja California Sur. Hablan la salvadoreño-mexicana Tatiana Huezo, quien recibió La Ballena por su aportación documental a la industria del Séptimo Arte; Carlos Lenin Treviño Rodríguez con su amorosa La Paloma y El Lobo, y Andrea Martínez Crowther por Observar las aves, una oda a lo efímero de la vida. LOS CABOS, BCS.- Discurrió sobre la injusticia y la violencia con los documentales El lugar más pequeño (exhibido en más de 80 festivales internacionales) y Tempestad (Ariel a Mejor Dirección y visto también por alrededor de 70 festivales en el mundo). Pero ahora, Tatiana Huezo pasó a la ficción con el largometraje Noche de fuego. “Era lo que seguía y no logro separarme de esos temas”, despliega la mexicana-salvadoreña, reconocida por su aportación a la industria cinematográfica en la octava edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos, efectuada del 13 al 17 de noviembre. Ahí recibió la presea La Ballena, del artista El Nacho, de manos de Nicolás Celis, su productor. Además, en dicho encuentro fílmico, presentó un avance de Noche de fuego, sobre “tres amigas que viven en un pueblo pequeño en la montaña, en un contexto violento, marcado por la siembra de la amapola”, adelanta Huezo en entrevista. El tercer reto La egresada del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) y una maestría en documental de creación en la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, continúa: “También es una historia que habla de lealtad, de un profundo amor y me interesa mucho mirar desde los ojos de un niño, desde esa mirada limpia que poseemos en esa etapa de la vida. Es una mirada honesta, incluso contestataria frente al silencio de un adulto.” Ciertamente es otro universo; “pero mis anclas –ya que mis brújulas vienen del quehacer documental– inevitablemente estaban bien puestas a la hora de encarar esta ficción”. Son dos secuencias las que exhibió de Noche de fuego. En la última un hombre golpea la puerta de una familia. La madre sale de la casa para enfrentarlo, con un machete en la mano. Ana, de 14 años, observa la escena escondida. –Hemos venido por la niña –menciona el individuo. –No hay una niña aquí –contesta la madre, mientras otro hombre entra en la casa para buscar a la hija. El primero amenaza con dispararle a la madre si no entrega a la niña. No obstante la madre no se doblega. El segundo tipo informa que no hay nadie en la casa y pregunta si dede matar a la madre, quien aclara: “Trabajo en los campos de amapola”. Los dos tipos se van. La madre se arrodilla, pero una descarga se estrella contra la pared de la casa; no se ve si ella se encuentra viva o muerta. –¿Cómo se siente al realizar una ficción? –se le pregunta a la cineasta nacida el 9 de enero de 1972 en San Salvador y quien vive en México desde sus cuatro años. –No sé cómo me siento… Estoy todavía revolcada por el proceso que ha sido muy intenso y muy fuerte, pero estoy contenta. Creo que Noche de fuego es tal vez el reto más importante que ha habido ahorita en mi camino y las otras dos películas anteriores ya fueron un reto muy grande en sí mismas. No obstante uno se queda con cosas adentro que luego hay que limpiar para poder volver a mirar. “¡Qué puedo decir…! Noche de fuego está lleno de retos enormes. Yo necesitaba esto, por eso me metí en este tremendo lío. En El lugar más pequeño y Tempestad, aunque han sido cintas muy difíciles con muchos desafíos narrativos y personales, emocionales también, me sentía cómoda, y fue importante salir de esa zona de confort. Seguía efectuar una ficción, a la cual no la veía ajena. En mis dos filmes anteriores hay un acercamiento importante a nivel narrativo y la construcción dramática. Además, sólo me sé aproximar a las cosas desde como las vivo, desde mi vínculo con la realidad, con estos tópicos que llevo ya un tiempo explorando y de los que no sé por qué no logro alejarme.” Confiesa que aún no logra separarse de la violencia, “es algo que esta ahí latente, que me sigue, que me agita cada día, que me mueve el tapete muy fuerte, y el contexto de esta historia es muy violento”. –¿Qué le produce la violencia para plasmarla en la pantalla grande? –Los temas han llegado a mi vida de una forma que yo no calculé, de una forma intempestiva las historias han llegado a mi vida, me han sacudido. No he logrado ahuyentar esta cosa de ver lo que significa la violencia en la vida de un ser humano, las resonancias que deja en una persona la violencia y creo que las resonancias que intenté construir en Noche de fuego a través de mis personajes, pues sí vienen de atrás y resuenan. “Están en mí y no me puedo deshacer de ellas porque me duelen mucho, me afectan mucho estos eventos en la vida de un ser humano que la trastocan de una forma irreversible, es algo que no logro apartar la mirada de ahí. Sí es algo que me mueve, que me preocupa, que me duele, que me enferma, que me apasiona.” Tardó varios meses en encontrar el lugar para rodar Noche de fuego: “Me hubiera gustado rodar en la montaña de Guerrero, pero ahí están en guerra literalmente. Filmamos en un lugar muy lejano, en la Sierra Gorda de Querétaro, que también la recorrí hasta que encontré este pueblo hermoso. Muy pequeñito, ya en la frontera con Hidalgo, que se llama Neblinas, entre 800 y 900 metros de altura; lo que yo quería para que hubiera la vegetación, la atmósfera, los colores y el clima. Nico (Nicolás Celis, su productor) siempre se embarca en mis viajes y en mis aventuras. Yo agradezco mucho eso. “Mucha gente del pueblo participa en la película. El casting fue otro reto enorme, las protagonistas niñas y adolescentes son todas de la montaña, excepto Maya que pertenece al circo y que lleva una vida de gitana. El casting duró un año, donde se vieron a más de 800 niñas.” Noche de fuego se encuentra en la etapa de postproducción. Estará listo a principios de 2020. “La Paloma y El Lobo” Carlos Lenin Treviño Rodríguez ganó en la sección México Primero con su primer largometraje de ficción La Paloma y El Lobo, interpretada por Mónica del Carmen, Armando Hérnandez, Pablo Mendoza y Paloma Petra. Es una historia de amor entre dos jóvenes (La Paloma y El Lobo) quienes enfrentan la violencia del crimen organizado, por ello salen de su pueblo, y en la urbe donde radican no encuentran las oportunidades laborales para un futuro mejor. Treviño Rodríguez –quien ya obtuvo el Premio Orona al Cortometraje Más Innovador del Festival de San Sebastián edición número 64 y el Mejor Cortometraje en el Festival Internacional de Cortometrajes México, Shorts México por 24º 51’ Latitud Norte– expone a este semanario que sus vivencias en nuestro país con amigos y familiares lo impulsaron a crear este relato, escrito por Jorge Guerrero Zotano y él mismo: “Me arriesgué a ubicar esta historia en este contexto específico del país para que nos analisemos.” Se le comenta al realizador (nacido el 30 de noviembre de 1983 en Monterrey, Nuevo León) que en el filme, de 106 minutos, no sólo se observa a los jóvenes ante la falta de oportunidades, pues lo mismo le pasa a un personaje de 50 años de edad y el enojo violento de estudiantes de secundaria, y específica: “Quizá resulta muy sencillo hablar de la violencia limitándonos a entenderla como los balazos y las muertes; pero igual existe la violencia cotidiana del trabajo mal pagado y donde explotan a la gente, el ‘no futuro’. De existir en un presente en el que muy fácilmente te queda claro que esa pared que se halla enfrente es tu tope, que hasta ahí llegas. “A mí me intriga mucho e igual lo he vivido como joven ver que justo no hay futuro, de ‘voy a estudiar estas cosas y voy a aspirar a disponer dos o tres empleos mal pagados’, pero la ciudad tampoco me ofrece actividades recreativas, ni de disfrute, incluso se halla la violencia del narco que está todo el tiempo tocando la puerta y el Estado mexicano permite que todo eso suceda una y otra vez, y además aguantamos la violencia laboral que se percata en la película.” El personaje femenino de 50 años pide trabajo con la esperanza de conseguirlo, pero de alguna u otra forma ella sabe que por su edad no va a obtenerlo. “Lo quiere porque es la forma en la que podemos seguir adelante; pero no es algo que realmente desee. Me parece importante empezar a construir discursos en los que logremos articular o hablar de la violencia de las distintas perspectivas o desde los distintos frentes en los que nos está atacando, que sí es la explicita, brutal, sangrienta, pero también está la violencia cotidiana de promesas laborales que no ofrecen un futuro.” Graduado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (ahora Escuela Nacional de Artes Cinematográficos), Treviño Rodríguez redondea: “Y desde pequeños se crece viendo que en efecto no hay futuro, que de qué vale que vaya y me saque un diez, si mis posibilidades de desarrollo concretas es que deba, no sé, integrarme a las filas del narco. Lo que tengo enfrente simple y sencillamente no lo disfruto, no me gusta; pero me dicen que eso es lo que debo asumir y entender como futuro, como promesa, como felicidad. Eso a mi me parece muy violento y por ello entiendo que los chicos, los adolescentes, estén también muy enojados; por eso los adolescentes en mi largometraje se encuentran enojados.” En la trama existe una escuela con el nombre del hijo desaparecido de Rosario Ibarra, Jesús Piedra Ibarra, y se nombra al maestro Rafael Ramírez Duarte, también desaparecido. En tanto, el actor Armando Hernández platica: “Al leer el guion y ver que hay deseperanza para la sociedad como tal, no sólo para los jóvenes, en un país tan rico en muchas otras cosas, además de padecer la violencia día a día, se ve difícil poseer sueños. Los personajes La Paloma y El Lobo emigran de su lugar natal que es Linares para llegar a Monterrey, donde podrían existir todas las posibilidades y sin embargo, al verse envueltos en la violencia, son frenados. Me pareció interesante mostrar este reflejo de la sociedad y de estos personajes que a final del día somos nosotros.” La Paloma y El Lobo también formó parte de la sección de Largometraje Mexicano en la 17 edición del Festival Internacional de Cine de Morelia. “Observar las aves” El Premio del Público y el galardón Tráiler Art Kingdom los logró la ficción Observar las aves, de 108 minutos, dirigida por Andrea Martínez Crowther, quien dice a Proceso que “es una película que celebra la vida”. Aquí, a una reconocida escritora se le dianostica Alzheimer (interpretada por Bea Aaronson) y ella misma decide filmar su descenso hacia el olvido; pero al darse cuenta que no podrá concluir la película, busca a una cineasta. Ambas entretejerán una oda a la bella efimeridad de la vida. También actúan Anna Cetti, Rob Cavazos, Jerry Marette, Ella Powell y Martínez Crowther, misma que menciona que ella escribió el guion, el cual cotiene elementos de su mamá que tuvo Alzheimer: “Es un tema muy cercano a mí y muy doloroso. El desvanecimiento de mi madre lo sentí todos los días durante años. Entonces el filme surge del dolor y del miedo, de este último porque estaba convencida de que me iba a dar Alzheimer y eso de alguna manera me paralizó hasta que lo pude canalizar en una historia y lidiar con él de esta manera. No es una historia basada en mi mamá, pero sí en la situación que viví con ella.” Martínez Crowther cursó comunicación en la UAM Xochimilco. Tuvo la Beca Fulbright para estudiar en Los Ángeles en 1997. Participó en los talleres de guion de Sundance con la ficción Cosas insignificantes, texto fílmico que además conquistó el concurso de guiones de la Sogem y el segundo lugar en el Hartley Merryll Screenwriting Prize, otorgado por la Motion Picture Association of America (MPAA). Además, fue apoyada por la fundación internacional IBERMEDIA y contó con el respaldo de la productora internacional Bertha Navarro y del multipremiado director y productor Guillermo Del Toro. Dirigió los documentales Icto Oculi y Urukúngulo y el corto Novia duranguense. De los galardones a Observar las aves sostiene: “Me da mucho orgullo y me motiva porque fuimos un equipo muy pequeño que logró hacer la película en siete años con muy pocas personas. No necesitamos tanto. Si hay una buena historia se pueden realizar grandes cosas, y esta cinta es una prueba de ello.” Este texto se publicó el 24 de noviembre de 2019 en la edición 2247 de la revista Proceso

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