De los desiertos  y las deserciones

lunes, 2 de diciembre de 2019 · 13:43
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Es muy satisfactorio para esta columna poder conversar con el doctor Rafael Pérez-Taylor, quien desde hace décadas se empeña en descifrar las complejidades de nuestra patria, en construir puentes entre pasado y presente para reforzar la identidad nacional, en preservar las memorias colectivas y, además, es director del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. Para dar una idea somera de su quilate intelectual baste anotar lo siguiente: Es profesor en los posgrados de Antropología y Estudios Mesoamericanos de nuestra Máxima Casa de Estudios. Ha realizado múltiples trabajos de campo en Baja California, Quintana Roo, Sonora, Veracruz y Yucatán, así como en el estado de Arizona de la Unión Americana y en el desierto de Atacama en Chile. Ha publicado más de 90 trabajos –entre libros y artículos como autor único y como coautor– en prestigiosas editoriales nacionales y extranjeras. Estro armónico: Su interés por los paisajes culturales denota una seria preocupación por su deterioro. ¿Cuál es, en su manera de ver, aquel que requiere la mayor atención de parte de nuestros gobernantes? Rafael Pérez-Taylor: Me parece que si hablamos de paisajes culturales, su principal peligro reside en los efectos, no siempre benignos, de la globalización. Por ejemplo, los otrora menospreciados pueblos de indios, segregados de los centros de desarrollo urbano, se han conectado con el mundo merced a los medios de comunicación y lo que les llega rara vez contiene los valores, educativos, cognitivos o recreativos que los enaltecen. ¡Los contenidos que reciben los van despojando gradualmente de sus raíces, conectándolos con un cosmos ajeno que les vende la quimera de una supuesta inclusión! Desde las canciones en un inglés que no entienden, hasta la oferta de objetos que no necesitan, todo apunta hacia el despojo sistemático de su identidad. En ese sentido, a las autoridades les compete fiscalizar las políticas públicas de los medios, propiciando los mensajes que anclen a esos pueblos, mágicos por su esencia, con sus orígenes, con sus lenguas, con sus costumbres y con sus rituales. –Hablando de paisajes sonoros, la alarma por su destrucción es igual de acuciante, díganos qué medidas habría que contemplar para revertir los estragos. –Para acabar pronto, yo diría que estamos ante un problema de salud pública que, innegablemente, ya ha excedido el ámbito de lo privado. El ruido está triturando nuestros horizontes, y la sordera se ha vuelto una compañera intrínseca de nuestras vidas y nuestras comunidades. A donde quiera que vayamos nos topamos con la inconsciencia y con el desdén por el silencio. El vínculo entre ruido y violencia se afirma cada día más y nuestros gobernantes, lamentablemente, no atinan a diseñar campañas que apunten hacia su efectivo control. Urge que se hable, como ya se está haciendo con las drogas y el alcohol, sobre los efectos nocivos que tiene el ruido en nuestras psiquis y en nuestros cuerpos. Es necesario insistir, perseverar y volverse cada uno en su parcela vital un celoso guardián de su entorno. No debemos permitir que nadie lo ultraje, pues con ello se corrompe, aunque a muchos les cueste trabajo creerlo, nuestra dignidad humana. Yo diría que el ruido es como una mano invisible que va desconectando los fusibles de la inteligencia de forma irreversible. –Debemos mencionar su obstinación para que un programa de antropología de la música arranque en las aulas. ¿Cuáles son sus vislumbres sobre el tema? –Llevo algún tiempo tratando de crear en nuestro instituto posibles líneas de investigación sobre antropología de la música para que puedan resguardarse acervos sonoros, tanto digitales como analógicos, en nuestra Biblioteca Juan Comas. Urge que fomentemos la preservación. Además de buscar investigadores que quieran internarse en estas temáticas, siempre bajo una perspectiva de la cultura, la sociedad y la conciencia de clase. Hay que ayudar a construir un campo de estudio que pueda analizar cualquier manifestación musical mucho más allá de la música académica, como comúnmente se le llama hoy a la de los conservatorios. Espero poder hacerlo realidad próximamente, y puedo afirmar que en el Instituto de Investigaciones Antropológicas hay espléndidos proyectos de investigación que se basan en nuestras cuatro disciplinas: la Antropología Física, la Arqueología, la Etnología y la Lingüística; de ellas se desprenden más estudios, por ejemplo, en sistemas evolutivos, en estudios sobre cultura material en arqueología, en la antropología social y en la lingüística histórica, sólo por citar algunos. También contamos con el Sistema de Laboratorios en Ciencias Antropológicas con 14 laboratorios que sirven para construir las fuentes de primera mano y las bases de datos para la clasificación, sistematización y ordenamiento de los diferentes procesos antropológicos. Disponemos, asimismo, de la impresionante tecnología LiDAR para la ubicación de sitios arqueológicos, y en la última convocatoria de Conacyt para infraestructura adjudicamos varios equipos. “En su gran mayoría, nuestros investigadores pertenecen al Sistema Nacional de Investigadores (SNI), y tienen proyectos con financiamiento Conacyt y PAPIIT que es interno de la UNAM, pero fuera del instituto nuestras áreas de trabajo van desde el pasado lejano a nuestros días y cubren muchos rubros, como son la alimentación, la etnicidad, las culturas prehispánicas y los sitios arqueológicos en Mesoamérica y el norte de México, así como los estudios sobre género, las migraciones, las ritualidades y sus mitologías, los pueblos originarios, las culturas del desierto, la antropología-arqueología forense y el origen del hombre, entre muchos proyectos más.” –Con respecto a la renovación moral que propone el nuevo gobierno y el combate a la corrupción, ¿cree usted que hay congruencia y que lo obtenido hasta ahora puede garantizar que, efectivamente, habrá una transformación de fondo en la vida nacional? –Me parece que todavía es muy pronto para poder evaluar a fondo los resultados de la nueva administración. Subvertir y retransformar la herencia de los gobiernos anteriores requiere, en lo moral, de esa participación de todos que no acaba de lograrse. El impacto de las inercias “inmorales” es descomunal, y revertirlas, naturalmente, lo es aún más. –Lleva usted años estudiando las formas de vida y sobrevivencia de los desiertos. ¿cuáles serían las enseñanzas que tendríamos que adoptar a nivel patrio, ahora que la desertificación tiende a convertirse en metáfora de las políticas culturales? –En el desierto, la sobrevivencia se basa en aprovechar al máximo cada recurso, en no dilapidarlo jamás y en enfrentar las carencias con paciencia y reciedumbre espiritual. Si esa actitud de vida la trasvasamos a la realidad patria que por fuerza nos toca afrontar, la imperiosa austeridad republicana resultará más llevadera y más productiva, puesto que la nación la demanda para poder atenuar esa insultante brecha entre los explotadores y sus explotados, entre los acaparadores y los desposeídos, entre los que todo se roban y los que sobreviven en la miseria más absoluta. –Para concluir, le pediría que nos hablara un poco de su abuelo y homónimo, pues fue un personaje que dejó huella en el quehacer intelectual de nuestro país sin recibir, como es la norma, el reconocimiento actual que le corresponde por derecho propio. –Con mucho gusto. Mi abuelo vio la luz en Glasgow, Inglaterra, en 1887, y murió en la Ciudad de México en 1938. Fue un militante activo del movimiento anarquista nacional y miembro fundador de la Casa del Obrero Mundial. También se involucró a fondo, doblegando resistencias y enfrentando intereses mezquinos, en la conformación de varias asociaciones sindicales. Como periodista fue conocido en los diarios Monitor, Nueva Era y El liberal, bajo el seudónimo de Hipólito Seijas, y también fue uno de los pioneros en la crónica cinematográfica en México. Se desempeñó como director del Museo Nacional y dedicó todas sus energías creativas a la escritura de dramas de denuncia social. Entre ellos, siempre de actualidad, recuerdo Un gesto, Del hampa, La infamia, El líder, ¡Mi hijo!, y su drama postrero, Lo que devuelve la ciudad, de 1935. En todos se manifiesta su desazón por las injusticias que han imperado siempre y, al leerlos, sólo me ronda la idea que no puedo volverme un desertor de su legado. Esta columna se publicó el 1 de diciembre de 2019 en la edición 2248 de la revista Proceso

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