Pese a sus derrotas, el EI sigue siendo una amenaza

domingo, 15 de diciembre de 2019 · 05:00
Convocados a finales de noviembre pasado en Niza por Guillaume Denois de Saint Marc, director general de la Asociación Francesa de Víctimas del Terrorismo, expertos en seguridad hablaron del ascenso de ese fenómeno –tanto de la ultraderecha como del yihadismo– que azota sobre todo a países de Asia Central, Oriente Medio, África e incluso Europa. Gilles de Kerchove, coordinador de la Unión Europea en la lucha contra el terrorismo, advierte que el Estado Islámico sigue activo pese a que fue desplazado de su reducto en Siria y de que su líder, Abu Bakr al-Baghdadi, fue eliminado. NIZA, Francia (Proceso).– “Hoy el yihadismo representa la principal amenaza terrorista en el mundo, incluso después del derrumbe del autonombrado califato del Estado Islámico y de la muerte de su líder, Abu Bakr al-Baghdadi. Pero no es la única. En los últimos años asistimos a la emergencia preocupante de un terrorismo de ultraderecha en un número creciente de países occidentales”, advierte Gilles de Kerchove, coordinador de lucha antiterrorista de la Unión Europea. “La amenaza terrorista evoluciona”, insiste por su parte Jean-Charles Brisard, presidente del Centro de Análisis del Terrorismo, con sede en París. “A raíz de las derrotas que le infligieron la coalición internacional y las Fuerzas Democráticas Sirias, el Estado Islámico (EI) tuvo que volver a la clandestinidad y reorganizarse, pero sigue teniendo fuerza”. Precisa: “Según informes recientes del Pentágono, el EI contaría todavía con 18 mil combatientes en Irak, donde estaría consolidando su capacidad insurreccional, y con 14 mil en Siria, donde sigue muy activo en el noreste del país. De hecho, el EI logró perpetrar más de 400 atentados en esa región desde la caída de su último baluarte de la ciudad de Baghuz en marzo pasado”. Y agrega: “El Estado Islámico, Al Qaeda y sus respectivas redes de grupos afiliados esparcidos en el mundo muestran una resiliencia a toda prueba. En realidad, esas organizaciones se inscriben en un tiempo largo que nada tiene que ver con el tiempo occidental. La eliminación de Bin Laden no implicó el fin de Al Qaeda; la de Bakr al-Baghdadi y el derrumbe de su califato territorial tampoco significan la desa­parición del Estado Islámico. Los líderes yihadistas suelen considerar los golpes que les toca encajar como etapas de un proceso de muy largo plazo”. Wassim Nasr, periodista y especialista de los movimientos yihadistas –cuyo libro Estado Islámico, el hecho cumplido es en Francia una referencia sobre el tema– subraya por su parte: “Se equivocan quienes afirman que a raíz de la pérdida de Raqqa y Mosul, capitales del califato en Siria e Irak, los combatientes del EI improvisaron un repliegue precipitado en otros territorios y que su expansión internacional se debe a su derrota miliar. No es así. Antes de la caída de estas dos ciudades e incluso antes de la proclamación misma del califato en 2014, el EI ya estaba llevando una dinámica política de implantación internacional.” Enfatiza: “En 2013 Al-Baghdadi envió a uno de los más altos dirigentes religiosos del Estado Islámico a Libia para asentar su presencia en ese país y en 2014 selló alianzas con Boko Haram en Nigeria y con organizaciones yihadistas en Filipinas”. Brisard abunda: “El Estado Islámico anticipó su desaparición territorial; luego, a partir de 2016, pidió a sus integrantes y a sus partidarios en el mundo que se enrolaran en grupos terroristas afines diseminados en África y Asia Central. En 2018 instó a sus seguidores a no salirse de los países occidentales en los que vivían y a perpetrar en ellos ataques contra todo tipo de blancos con ‘bombas, navajas o vehículos’”.

Un encuentro internacional

  Los tres especialistas debatieron sobre la evolución de la amenaza terrorista en el mundo ante una audiencia de 700 sobrevivientes y familiares de sobrevivientes de atentados yihadistas o de ultraderecha oriundos de 80 países, que participaron en el VIII Congreso Internacional de Víctimas del Terrorismo. Convocado por Guillaume Denois de Saint Marc, director general de la Asociación Francesa de Víctimas del Terrorismo, el encuentro se llevó a cabo del 21 al 23 del pasado noviembre en Niza, ciudad que sufrió el 14 de julio de 2016 un ataque terrorista que costó la vida a 86 personas y dejó 458 heridos. A lo largo de tres días tomaron la palabra en el Centro de Convención Niza Acrópolis expertos internacionales, responsables de instituciones europeas y de la ONU, así como representantes de numerosas asociaciones de víctimas de actos terroristas. Entre los temas discutidos fue sin duda el relacionado con la amenaza terrorista el que más llamó la atención de esa especial audiencia. El panorama mundial pintado por Brisard, De Kerchove y Nasr dista de ser alentador. Los tres hicieron hincapié en la situación cada vez más incontrolable creada por el retiro de las fuerzas estadunidenses del Kurdistán sirio y la intervención concomitante de Turquía en esa región. “Las fuerzas turcas se apoyan en grupos extremistas sunitas para afianzar sus posiciones en el noreste de Siria, mientras que las de Bachar al-Asad instrumentalizan milicias chiitas para reconquistar territorios en esa misma área. Eso agudiza aún más los enfrentamientos sectarios que siempre beneficiaron al Estado Islámico. “Por si eso fuera poco, los riesgos de evasión masiva de los combatientes del EI presos de los kurdos son cada vez mayores. De hecho, el Pentágono asegura que el EI ya empieza a aprovechar la situación para reforzarse”, asegura Gilles de Kerchove. Tras recalcar que “lejos de haber desa­parecido del mapa” Al Qaeda aprendió de sus derrotas y se afianzó como fuerza política sin abandonar su capacidad militar, los expertos mencionan las múltiples y complejas zonas de influencia que tanto esa organización como el EI lograron consolidar en distintas regiones del planeta.

Las alianzas

  Al Qaeda y el EI cuentan con “filiales” muy activas en la inmensa zona del Sahel (al sur del Sahara), en particular en regiones occidentales de Níger y en el norte de Burkina Faso, pero sobre todo en el centro y el norte de Mali, donde se enfrentan con una fuerza militar francesa de 4 mil 500 hombres apoyada por soldados del G5 Sahel, un grupo de cinco países –Mali, Mauritania, Burkina Faso, Níger y Chad– afectados directamente o amenazados por el yihadismo. Por otra parte, el EI busca aprovechar el caos libio, aunque no siempre con éxito, y en cambio logró imponer una fuerza de alrededor de mil 500 combatientes en la región del Sinaí. Además está activo en las fronteras de Libia con Túnez y Argelia. Al Qaeda está implantado en Yemen desde 2009 y el EI desde 2014. En Somalia, los yihadistas de Harakat al-Shaabaab al-Moujahidin, que controlan amplias zonas del país, están afiliados a Al Qaeda desde 2012, mientras que, en Nigeria, Boko Haram selló alianza con el EI en 2014. El Khorasan –nombre dado por los yihadistas a la región que abarca Afganistán, Pakistán, una parte de Irán y de Asia central– es el feudo de Al Qaeda. En 2015 Ayman al-Zawahiri, líder de la organización –que aparentemente vive escondido en la zona fronteriza pakistano-afgana– y el mulá Akhtar Mansour, quien encabeza a los talibanes, anunciaron oficialmente su alianza, al tiempo que el EI incrementó su presencia en varias provincias de Afganistán. En el informe ¿Cuál es el porvenir del yihadismo?, publicado el pasado 19 de enero, los expertos del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI) aseguran que el EI toma muy en serio su implantación en Afganistán. Destacan: “Meses antes de la caída de su califato, el EI transfirió millones de dólares en el llamado Khorasan al tiempo que trasladó a Afganistán a centenares de yihadistas afganos y pakistaníes que habían combatido en Irak y Siria, así como a importantes cuadros políticos y militares árabes”. También advierten que la presencia del EI en Afganistán y los sangrientos atentados que perpetra en todo el país agudizan la hostilidad creciente de Al Qaeda en su contra y perturban el ya muy complejo proceso de negociación que los talibanes iniciaron con el gobierno afgano y emisarios estadunidenses. Más allá de Medio Oriente, Asia Central y África, desde 2015 el EI extiende su influencia en el sureste asiático, en particular en Filipinas, Malasia e Indonesia, donde también lleva a cabo ataques mortíferos. Brisard insiste sobre la dimensión planetaria del yihadismo que, a su juicio, pasa demasiado inadvertida en la opinión pública occidental. Es precisamente para evidenciar la amplitud del problema del terrorismo yihadista que la Fundación para la Innovación Política (FIP), con sede en París, creó a mediados del año pasado un banco de datos en el que recopiló toda la información disponible sobre los atentados islámicos perpetrados en el mundo entre 1979, año en el que tropas soviéticas invadieron Afganistán, y agosto pasado. Los investigadores de la FIP analizan y sintetizan esa masa de informaciones de un documento de 70 páginas publicado el pasado 13 de noviembre, cuando Francia conmemoró los ataques terroristas lanzados en 2015 contra terrazas de cafés parisinos y la sala de conciertos Bataclan. Según estimaciones, en los últimos 40 años las organizaciones yihadistas llevaron a cabo 33 mil 769 atentados en el mundo y causaron la muerte de 167 mil 96 personas, 97.4% de las cuales son oriundas del norte de África, del sureste asiático y del África subsahariana, y 91.2% son musulmanas.

Los países más afectados

  La lista que establecen de los 12 países más golpeados por el terrorismo islámico es impactante. La encabezan Afganistán, con 8 mil 460 atentados, e Irak con 6 mil 265. Les siguen Somalia, 3 mil 114; Nigeria, 2 mil 260; Pakistán, 2 mil 184; Argelia, mil 390; Siria, mil 340; Yemen, mil 185; Filipinas, mil 37; Egipto, 977; India, 816 y Libia, 699 atentados. Los expertos del IFRI reconocen, sin embargo, que esas cifras están por debajo de la realidad porque muchos atentados escapan a todo registro o no pueden ser confirmados. Y enfatizan que si bien Europa “sólo” concentra 0.7% de los atentados y 0.9% de los muertos, la situación no deja de ser inquietante en el continente. “Los atentados yihadistas lograron asestar golpes en el corazón mismo de los países occidentales, en Nueva York, Madrid, Barcelona, Londres o París. La violencia ciega y recurrente de esos ataques inocula miedo, desconfianza y odio en la población y fortalece corrientes, partidos y líderes políticos autoritarios y xenófobos que amenazan la democracia”, advierten. En Francia, país de la Unión Europea más afectado por la violencia islámica, con un saldo 71 atentados y 317 muertos, la tensión es máxima. “No es para menos”, sostiene Brisard, quien descarta sin embargo la eventualidad de acciones terroristas de gran envergadura, como las que enlutaron el país en 2015, aunque teme “un recrudecimiento de atentados perpetrados por terroristas con lazos reales o ‘virtuales’ (electrónicos) con el EI. “Existen tres tipos de individuos con capacidad de golpear el país”, explica el director del Centro de Análisis del Terrorismo, conocido por tener contactos estrechos con los servicios de inteligencia galos. “Los primeros son los ‘frustrados de la yihad’. Se trata de quienes fueron impedidos de enrolarse en Siria, Irak o en los demás frentes internacionales y que buscan ‘desquitarse’ con actos violentos. Los segundos son presos a punto de ser liberados. “Se habla de un centenar de individuos que fueron condenadas a varios años de cárcel (entre cinco y 10 años) por su afiliación a grupos islámicos extremistas y sus intentos frustrados de perpetrar atentados. Recobrarán su libertad en las próximas semanas o en los próximos meses y se teme que algunos, quizás muchos –es imposible prever cuántos– salgan aún más combativos que antes de su encarcelamiento”. Según Brisard, la tercera categoría de individuos peligrosos está integrada por los “radicalizados”. Los servicios de inteligencia franceses tienen identificados a 21 mil y mantienen bajo vigilancia a 9 mil, pero saben que muchos practican la taqyia, palabra árabe que designa el arte de disimular su fe para evitar persecuciones. Brisard recalca que 50% de los ataques perpetrados últimamente en Francia los cometieron terroristas que no estaban en la mira de los servicios secretos. El caso más reciente y más inquietante es el de Mickael Harpon, un informático que trabajó durante 16 años como técnico para el Servicio de Inteligencia de la Prefectura de Policía de París y que tuvo acceso a informaciones protegidas. Armado con un cuchillo, asesinó el pasado 3 de octubre a tres policías y a una empleada administrativa en el interior mismo de la prefectura antes de ser abatido a tiros por un joven policía de guardia. En la medida en que avanza la investigación judicial sobre el ataque, se descubre que el terrorista se había convertido al Islam en 2009 y que frecuentaba una mezquita salafista radical. El EI reivindicó el atentado, pero hasta la fecha no se sabe si se trata de una reivindicación oportunista o si Harpon era un infiltrado en el corazón mismo del servicio de vigilancia de los yihadistas más peligrosos. Este reportaje se publicó el 8 de diciembre de 2019 en la edición 2249 de la revista Proceso

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