El Maestro y la escritora

sábado, 28 de diciembre de 2019 · 09:30

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En su reciente libro, El amante polaco, Elena Poniatowska escribe parte de la saga de su aristocrática familia e intercala escenas de su propia vida. Al final de uno de los últimos capítulos pone:

Soy joven, sonrío a todas horas, río con facilidad. Una tarde, a media clase, el Maestro se yergue amenazante, flaco, los cabellos parados, un palo también dentro de su pantalón. “Usted es un pavorreal que ha venido a pavonearse a un gallinero”, me espeta. Su cuerpo, la expresión de su rostro, se distorsionan, es una calavera de José Guadalupe Posada absolutamente distinta a la que admiré hace unos días; no sé si grita; camina como enjaulado. Me acerco a la puerta. “Ah; no, no es tan fácil”, amenaza. Y pago por subir las escaleras con tanta premura, pago por Las cuatro estaciones de Vivaldi, que giran ahora su invierno para amortajarme, pago por la azotea y por cada escalón por el que ahora desciendo a toda velocidad hacia la puerta de salida y ya en la calle no entiendo, sólo sé que, así como él, la azotea con su sábana tendida me ha dado una bofetada.

¿Qué es una violación? Según el Diccionario de la Real Academia es tener acceso carnal con una mujer por fuerza. Existen las violaciones por hombres desconocidos, pero en su gran mayoría ocurren en ámbitos “seguros” (la propia casa, la escuela, el trabajo) y por varones cercanos o conocidos. Leo esas líneas e imagino a un Maestro harto de la candidez de esa jovencita ingenua, que subía a verlo y a platicar con él de literatura; un Maestro troquelado por el machismo, seguro de sí mismo, de su poder de seducción, para quien lo “normal” era convertir a sus alumnas en amantes. Y como Elena, la princesa fifí, la güerita sonriente, no se comporta como las demás, la toma a la fuerza.

Elena, que queda embarazada del Maestro, guarda silencio acerca de ese incidente, rehace su vida, se casa con Guillermo Haro, quien asume a ese hijo como propio, y con él tiene a dos más. Y en este libro, en el que vierte partes de sus vivencias, relata con exquisita altura el abuso sexual de su Maestro. Ese párrafo lleva a la familia de Juan José Arreola, el Maestro innombrado, a protestar: “Sabemos quién fue nuestro padre y abuelo. Acompañándolo en la vida conocimos muy de cerca de lo que era y no capaz. Su personalidad bondadosa siempre lo mantuvo lejos de cualquier forma de violencia” (Reforma 8 de diciembre de 2019). ¿Qué no sabrán que delincuentes, asesinos y violadores pueden también ser buenos padres y abuelos?

Para desmentir a nuestra escritora, la familia da a conocer extractos de cartas que Elena le escribió a su Maestro. En uno, ella le promete que: Yo de ti nunca hablaré una palabra con nadie, ni después del bebé… ¡Tú entiendes que estas cosas no se comentan!... Las gentes lo tomarán como se les dé su regalada gana, pero yo no trataré jamás de justificarme.

En otro extracto le hace saber que no piensa tener una relación con él: Tú eres un hombre casado, tu matrimonio tiene como sentido, tres hijos, y no tienes absoluto derecho en cambiar tu situación. ¡Yo nunca me reuniré contigo porque la vida no es eso, y porque no me sale!... Así que por mí no tomes decisiones algunas, porque no las compartiré…

Si la familia pensó que al mostrar que Elena le escribía a Arreola eso negaría la agresión sexual ocurrida, se equivocó. La violación es una práctica que ocurre dentro de parejas, incluso casadas. Por eso ya existe la figura jurídica de “violación dentro del matrimonio”, y se castiga por ley.

No es raro que Elena, quien buscó refugio en un convento en Italia para pasar su embarazo y el parto, mantuviera cierto vínculo epistolar con su agresor, pues en su seno llevaba a su criatura. Sin embargo, ella le dice: Cuando vuelva, decidirás y hablaremos, en lo que se refiere al bebé, y lo verás cuando quieras! Pero Arreola nunca buscó a su hijo, nunca le envió ni un libro, ni lo mantuvo, nada de nada.

Sesenta y cuatro años después la familia de Arreola pretende “limpiar” el nombre que Elena calló. Y el escándalo que provoca esa torpe jugada familiar resuena con la protesta de millones de mujeres en el mundo: “Un violador en tu camino”.

Al final de El amante polaco Elena relata el amor por su hijo, cuenta cómo se resigna a la presión de su madre para que lo entregue a su tía Carito para que lo críe de mejor manera: “Piensa en lo mejor para tu hijo”, “Sí, claro que sí, pero me hace falta hasta físicamente”, responde Elena. “No se trata de lo que tú necesitas, sino de lo mejor para él”.

Años de educación católica que inculcan el sacrificio y la abnegación la impulsan a desprenderse de Mane. Abnegación viene de ab-negare: negarse a sí mismo. Elena aúlla de dolor por no tener a su lado al hijo y cuando su abuela Elena Iturbe se entera, le dice: “Tienes que ir por él y traerlo aquí”. Así, Elena recupera la felicidad.

Elena Poniatowska es hoy la escritora más famosa y más querida de nuestro país. Y la insensata denuncia de la familia Arreola la ha impulsado a hablar públicamente de una herida, que es la de muchas, y que la hermana con esas mujeres que, en varias ciudades del mundo, recitan el canto de LasTesis chilenas. Su ejemplo de reconciliación con la vida, que cicatriza las heridas, ofrece un horizonte de esperanza a tantas otras que han tenido un violador en su camino. ¡Gracias, Elena!   Este análisis se publicó el 22 de diciembre de 2019 en la edición 2251 de la revista Proceso

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