El Pegaso en Palacio, símbolo de la liberación virtuosa
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cuando en los años setenta el arquitecto Sergio Zaldívar repuso en el Patio Central de Palacio Nacional una réplica de la fuente virreinal que remataba con la efigie de un caballo alado, el historiador Guillermo Tovar se preguntó: “¿Qué hace un Pegaso en ese lugar?”
En 1983, Tovar (1953-2013) publicó un primer texto con sus pesquisas –un verdadero estudio de la vida novohispana en el siglo XVII– en la revista Vuelta (no. 86) que dirigía Octavio Paz, quien a decir del autor “estaba fascinado por el juego de relaciones etimológicas, astrológicas y ontológicas que esto le presentaba”.
Una versión más extensa de la investigación, ya como libro, apareció en 1986, y corregida y aumentada en 2007 la reeditó Renacimiento de Andalucía, España, en un hermoso volumen de 230 páginas para el cual tres destacados especialistas escribieron estudios introductorios: David Brading, José Pascual Buxó y Jacques Lafaye. Como apéndice, se incluyeron dos conversaciones sobre el tema con el autor, obra de la historiadora Guadalupe Lozada y de la poetisa Verónica Volkow.
En el volumen Tovar asentó:
“La escultura del caballo alado fue puesta en ese lugar porque se sabía que en el siglo XVII hubo una similar en la fuente que presidía el entonces Palacio Virreinal en el libro titulado El llanto de Occidente en el caso del más claro Sol de las Españas, relativo a las exequias del rey Felipe IV, impreso en 1666, de Isidro Sariñana, donde escribe: ‘Tiene este patio 50 varas en cuadro y en su centro, una fuente ochavada con su tasa y pilar de mármol que remata en un caballo de bronce’.
“El uso del emblema con fines políticos resultó frecuente en el siglo XVII. El caso más característico de Nueva España lo ofrece Carlos de Sigüenza y Góngora, pues utilizó un mismo emblema para la portada de sus libros: Pegaso y su mote Sic itur ad astra (Así se viaja a los astros).
“(…) Para Sigüenza, según veremos, el Pegaso era el símbolo de su amor a la Patria. Pegaso, sobre una fuente en el Palacio, en la entraña del espacio político novohispano puede ser comprendido por un criollo del siglo XVII como signo de la liberación virtuosa ante la ambivalencia existencial del imperio español y su desgarradora condición ontológica e histórica. También, quizá, como una advertencia a los virreyes: gobernar con sublimidad e imaginación, sin el nerviosismo trivial de los moralistas puritanos que intentaban imponer los culposos intentos de reforma de los políticos asustados ante la decadencia del imperio en el que nunca se puso el Sol.”
Igualmente, Tovar señala que Sor Juana Inés de la Cruz, entrañable amiga de Sigüenza, era también devota del Pegaso, que fue colocado en 1625, a resultas del motín de 1624, “la primera causa social exaltada en contra de la Nueva España, el más violento estallido social desde los años de la Conquista”. Sigüenza escribió la crónica. El palacio quedó arruinado y tuvo que ser reconstruido para alojar al nuevo virrey, Rodrigo Pacheco de Osorio, marqués de Cerralbo, quien tomó posesión de su cargo en 1625. Explica Tovar:
“Al entrar a palacio, una de las primeras cosas que lo debe haber impresionado es que la fuente ochavada estaba rematada por un Pegaso. ¿Cómo habrá leído el flamante virrey este enigmático mensaje?”
El arquitecto Manuel González Galván, especialista en iconología del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, fue comisionado por el Departamento de Monumentos Coloniales y de la República para reinstalar, en el equipo de Zaldívar, la fuente. En el volumen Palacio Nacional de la Secretaría de Obras Públicas (1976), tras citar que aquel sugiere que “de acuerdo con el espíritu barroco que privaba cuando se erigió la fuente de Palacio, ese motivo, entre muchos que se escogieron con temas mitológicos de carácter universal, trasladaba a la Nueva España el humanismo renacentista, en la medida en que se inspiraba en tradiciones grecolatinas”. Y por ello, la investigación de la restauración del edificio recuerda el origen simbólico del Pegaso:
“El rey Polidectes anuncia su boda con la bella Hipodamia; Perseo, semidiós hijo de Zeus y Dánae, le pregunta al rey qué regalos preferiría; ‘Quiero caballos’, contesta Polidectes, a lo que a su vez Perseo comentó con burla que eso era cosa fácil, pues hubiera preferido regalarle la cabeza de Medusa; Polidectes acepta la promesa y obliga a Perseo a cumplirla, demandándole la cabeza de la más terrorífica de las gorgonas. Esa promesa pudo ser cumplida por Perseo después de correr peligrosas aventuras en las que fue ayudado por Mercurio y Atenea, símbolos de la habilidad y la inteligencia.”
Y remata:
“He aquí la lección: la habilidad y la inteligencia son cualidades sin las que un gobernante no puede llevar a cabo las empresas que se propone. Medusa, emblema del mal y del horror, fue vencida y decapitada por Perseo mediante las armas que Atenea, la sabiduría, le había prestado. ¿Tendría la presencia del Pegaso en el Palacio de los Virreyes la razón de recordar a los gobernantes la necesidad de usar la habilidad, la inteligencia y la sabiduría?” Este texto se publicó el 22 de diciembre de 2019 en la edición 2251 de la revista Proceso