Rodolfo Reyes: La danza y la justicia social

sábado, 4 de enero de 2020 · 10:40
El arte del movimiento recibió en el artista el máximo tributo del Instituto Nacional de Bellas Artes, tanto por su interpretación personal en el escenario como por su creación coreográfica, la fundación de instituciones en varios países y la formación de indígenas y negros. A sus 83 años, Rodolfo Reyes repasa con este semanario momentos clave de esa larga trayectoria que involucró la lucha armada y la tortura. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Dueño de una memoria precisa y montañas de anécdotas joviales, el coreógrafo y bailarín chiapaneco Rodolfo Reyes Cortés no se permite quietud alguna, máxime luego de que el 10 de diciembre recibió la Medalla Bellas Artes 2019 por una trayectoria dancística ininterrumpida durante casi seis décadas. Nacido el 24 de abril de 1936 en San Cristóbal de las Casas, Rodolfo Reyes recibió la presea en la sala Manuel M. Ponce, con palabras de Lucina Jiménez, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL); la investigadora Margarita Tortajada Quiroz, y Marco Antonio Silva, de Utopía Danza, quien lo llamó “Hércules del movimiento”. Creador en los sesenta del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba (a petición del Che Guevara), director del Ballet Folklórico de Chile –hasta su detención y tortura tras el golpe a Salvador Allende en 1973–, fundador de la compañía Barro Rojo y autor de unas 150 coreografías que incluyen danza contemporánea con ideas estéticas marxistas y etnocoreografías para grupos indígenas o de negritud, un alegre Reyes recibe a Proceso: “Jamás me imaginé obtener un premio de ese nivel. Y luego, la gran cantidad de bailarinas, bailarines y coreógrafos que estuvieron durante mi premiación, fue de lo más entusiasmante. Yo sigo bailando y yendo con gran energía pa’lante.”

Hombre de izquierda

–Política y danza fueron los dos caballos que llevaron su vida. ¿Hubo algún momento en el cual uno de los dos quiso tomar ventaja sobre el otro y definitivamente dirigir el corcel? –Claro que sí. Uno de los dos caballos que tomó la rienda ocurrió cuando yo era marxista-leninista y había luchado toda mi vida en toda América Latina, en Europa, en África y en Asia por la clase obrera, los trabajadores y los pobres. Yo fui y seguiré siendo un hombre de izquierda. Estuve en Kenia, Angola, en el Congo y de donde vinieron los esclavos negros a nuestro continente que trajeron esas personas horrendas, los españoles. “Pero mi papá (José Trinidad Reyes Hernández) era de la zona alta de Tabasco pegadita a Chiapas, y allá en más de una ocasión lo acompañé para vender ganado a San Cristóbal de las Casas. Todos los meses llevaba diez, veinte o treinta animales, y allá por Tapilula encontró a una muchacha preciosa que se llamaba María y dijo: ‘¡Puta madre!, ¡qué bella es!, ¡vamos dándole!’. Fuimos siete hermanos. Yo, el último de su matrimonio porque el quinto no nació.” Cordial, invita a su casa conocida como El castillito, “un edificio de tres pisos muy famoso donde vivimos por el Ajusco”. Y cuenta: “Mi historia es muy curiosa. Yo vengo de San Cristóbal a la capital, me meto a trabajar a la Escuela de La Esmeralda y allí estudio escenografía, pintura y escultura. Tenía yo 11 años de edad. Mis papás decían: ‘Este muchachito no va a hacer nada, lo tenemos que mandar a México porque algo tiene que aprender’. Hubo ingenieros, doctores, abogados, y yo, el bruto, me pasaba haciendo esculturitas de barro cuando era un enano, aprendiendo de los coletos y chamulas; entonces dijeron: ‘No puedes estar así haciendo monos todo el tiempo’. Mi papá me trajo en un tren, que tardó dos días desde Tapachula al DF, a donde vivían ya mis hermanos terminando carreras muy importantes. Me decían ‘hijo de pollo’ porque era yo un güerito de mierda y chiquitito”. Su papá había alquilado una casona en la colonia Guerrero para tener la certeza de que pudiera entrar a La Esmeralda y estudiar escultura, y ríe al decir: “Era un barrio fuerte pero estaba a tres cuadras de La Esmeralda, donde a los trece o catorce años conocí a Diego Rivera, a Siqueiros, a Tamayo…”.

Ruta marxista

Arriba el fotógrafo Raúl Pérez, quien propone salir a tomar el fresco decembrino y unas fotos. Rodolfo Reyes se alza cual rayo y de muy buen humor asegura que su fortaleza proviene de haber nacido bajo el signo de Tauro. Al regresar revive la charla: “Cuando yo llegué a La Esmeralda conocí a genios como (José) Revueltas, quienes trataban de salvar a los pobres y luchaban en contra del odio de las comunidades ricas. Frida Kahlo se hizo amiga mía muy preciada, estuve varias veces en su casa hasta que lamentablemente se fue. Lo mismo me pasó con (José Clemente) Orozco y los demás muralistas que fueron mis maestros; obviamente, yo tenía ya una ruta marxista-leninista a seguir que ellos me enseñaron: la lucha de los hombres y las mujeres por su liberación.” –Política y danza. ¿Cree que se logró en algún momento de las últimas décadas una síntesis entre ambas con un impacto social? –Yo creo que sí. Se hicieron cosas muy importantes, por ejemplo, con Xavier Francis, un coreógrafo afroamericano que vino invitado en los cincuenta a México, ¡nos metió todo en la cabeza para limpiarla, lavarla y darle un sentido a la visión política que teníamos, para luchar por ella y por la libertad a través del arte! Era un negro fabuloso, murió en el año 2000… –¿Qué piensa de que lo consideren a usted un etnocoreógrafo? –Lo que pasa es que sí lo soy: ¡etno (pausa) coreógrafo!, trabajé directamente con las comunidades indígenas, con la gente regional de América Latina entera y el Caribe. Yo luchaba y luchaba por eso cuando viví seis años en Chile, antes de que asesinaran a Salvador Allende. Cuando mataron a Allende (el pinochetazo del 11 de septiembre de 1973) me tomaron preso, me torturaron y me rompieron los huevos en el Estadio Nacional; ahí mataron al cantor Víctor Jara. Por todo lo terrible que significaba yo como gente de izquierda, me rompieron algo más que los huevos: los dientes, los ojos, la espalda, durante dos meses tras el golpe. Salvé la vida con la profesora Tencha (Hortensia Bussi, esposa del doctor Salvador Allende). Me curaron en el Hospital de Pemex luego de volver, ¡todavía tengo una serie de cicatrices! –¿Ya perdonó a los militares? –A un traidor nunca se le perdona. –¿Cuál fue su experiencia en Nicaragua? –¿Nic Anahuac? Es que Nicaragua quiere decir “hasta aquí llegan los del Anahuac”. Fui invitado y me quedé trabajando varios años, pero fue bastante terrible porque no había una lucha concreta ni un programa político definitivo; no había una visión fundamental aparte de tirar a Somoza, y hasta ahorita carecen de ella porque Nicaragua sigue hecha pedazos. Llegué allá por 1976, después de Chile. Estaba este monje mentiroso (Ernesto) Cardenal y él quería que todo fuera cristiano, apostólico y romano, pero, ¿a dónde iban a llegar con eso? Se le menciona que el poeta Cardenal enmarca la lucha por la justicia en el contexto de la Teología de la Liberación con su Evangelio de Solentiname. –No tengo nada en contra de la Teología de la Liberación. Lo que tengo en contra es la cantidad de hombres, mujeres y niños que murieron por la Teología de la Liberación; porque no se hizo lo que se suponía iba a hacerse, no se dio la libertad en ese país. El resultado lo vemos hoy: el fulanito de tal (Daniel) Ortega, sigue de presidente después de cuántos años… –Pero usted fue combatiente armado en Nicaragua, ¿verdad? –Por supuesto que sí fui combatiente en Nicaragua. Estuve un determinado tiempo; pero después me mandaron salir los chilenos porque yo pertenecía al MIR de Chile, Movimiento de Izquierda Revolucionaria, ellos me mandaron a ayudar a la gente de Nicaragua y el resultado fue un desastre.

Con “El Che” Guevara

–¿Reconoce en algún movimiento artístico o representación de la danza contemporánea lo que usted ha buscado? –Sí, claro que sí lo encuentro, porque he trabajado en los países de nuestro continente y del Caribe, en Europa, y en África, en Asia, en la India, en China… Cuando vivía en Cuba estaban sacudiendo la nación los norteamericanos tratando de quedarse con la isla. ¿Y qué ocurrió? Un movimiento tremendo que hizo de mí un miliciano. ¡Era yo un coreógrafo miliciano, no era ningún bobo, sino un muchacho que cargaba todo el tiempo una ametralladora luchando por la Revolución Cubana! “Así la entendí, desde dentro, pues en abril de 1961 iban los gringos a invadir Cuba; yo trabajaba en el tercer piso del Teatro Nacional de Cuba, al lado del monumento a José Martí, y arriba había unos grandes espacios, a donde me subieron a trabajar con los negros. Trabajaba con la negritud: la etnia yoruba, los carabalís, los malongo, ñáñigo, congo... De pronto todo se cimbró y pensé: ‘Estos son los norteamericanos que llegaron a invadir Playa Girón’; pero no, eran cubanos que iban subiendo para defender esa región; yo que mando a esos chicos, cuando se me acerca una persona y dice: ‘Oye, chico, no los mandes parar… tú no eres cubano, ¿de dónde vienes?’. Yo le dije: ‘De México’, y me contestó: ¡‘Qué maravilla, chico, yo viví algún tiempo en tu país!’, y se despidió: ‘Ah, por cierto, yo me llamo Ernesto Che Guevara’. Imagínate tú lo que significó aquello para mí. Y así pasó, mandaron al carajo a los norteamericanos, dejando a Cuba más o menos libre, ¿no?” En la entrega de la Medalla Bellas Artes, Lucina Jiménez mencionó que el Conjunto Folklórico Nacional de Cuba se creó “a petición del Che Guevara” y que con él Reyes realizó hasta 45 giras mundiales. –¿Cómo conoció a Alicia Alonso, fundadora del Ballet Nacional de Cuba? –Cuando Guillermina Bravo (fundadora de la Academia de la Danza Mexicana con Ana Mérida) me llevó, yo trabajaba con Xavier Francis y ella se fue, quedándome yo 10 años en La Habana. Ahí conocí a Alicia Alonso, quien me quería muchísimo y a quien yo también quise, porque como nadie había hecho obra coreográfica de negros ni nadie se había comprometido con las comunidades cubanas en aquellos tiempos para presentarlos en un teatro, entonces me llamó; me abrazaba, me besaba, me abrió senderos para caminar. Acude a su mente la coreógrafa danesa Bodil Genkel (1916-1991): “Una mujer extraordinaria que falleció en México y estuvo con Xavier Francis en el Nuevo Teatro de Danza hacia 1956; ella impulsó acá su técnica desarrollada por Martha Graham en la Academia Mexicana de la Danza.” –Si hablamos de movimiento más que de danza, ¿cómo lo define? (ver recuadro). –Todo es movimiento. Movimiento es todo lo que los hombres, las mujeres, los océanos, las aves y los árboles hacemos diariamente. Pero la danza es la construcción de esos movimientos que nos pertenecen para darles un idioma particular. “Es lo que hizo Xavier Francis. De un movimiento que inventó saca toda una obra coreográfica. No anda inventando los ‘a, b, c, d, f’, no… Así hizo la Novena sinfonía de Beethoven –alarga las dos primeras letras “e”– en Xalapa, y después al Palacio de Bellas Artes con teatros repletos, no se ha visto otra cosa igual. Una obra coreográfica de tres, cuatro, cinco movimientos correspondientes a los de la sinfonía de Beethoven, que es lo que hace la diferencia de los coreógrafos de hoy cuando inventan los chapurrones, las caídas y esas tiradas, sin una visión concreta.” –Ya que mencionó haber estado en la India y en China, ¿qué influyó del budismo en su vida? –El respeto, la visión y el amor hacia sus divinidades. Pero a mí me pasa una cosa muy curiosa: yo soy totalmente anti-religioso. ¿Y por qué? ¡Por todo lo divino! Yo en El castillito tengo una escultura de Buda y le rasco la panza cada que paso porque me gusta; pero no creo que me va a resolver los problemas, es uno el que le mete las ganas, el que saca el puño y dice: ‘Por aquí voy a caminar’. Hay un montón de grupos cada 12 de diciembre que van con la Virgen de Guadalupe, pasan a El castillito y yo les digo: ‘Perdónenme. Todas las religiones son maravillosas, pero no creo en ellas’. Aunque es bueno que la gente crea en algo. –¿Todavía realiza objetos de cerámica? –¡Claro que sigo trabajando el barro! No tengo horno, pero lo busco y llevo mis cositas a cocinar. Lo que me gusta de los alfareros es que transforman la materia prima en un objeto maravilloso. Como la danza, que es un lenguaje de mi cuerpo y de mi alma para quien está frente a mí. Y gracias a lo que yo le digo, ella (la danza) va a creer o va a dejar de creer. Todos tenemos la obligación de dar empuje a nuestras vidas para ayudar a los demás, hasta que se abra un hoyo en la tierra y nos echen ahí. Así pensaba el comandante Marcos en su movimiento zapatista en Chiapas, así lo decía Buda, así lo dijo un señor que se llama Cristo. Y todos ellos tuvieron posturas frente a las desgracias de los seres humanos y a lo mal que estamos. Cita gustoso que conoció al poeta católico tabasqueño Carlos Pellicer, “un hombre maravilloso, lleno de luz, lleno de coraje, lleno de fuerza y de testículos para empujar su carrera en la poesía y en favor de los chontales. –¿En qué ayuda el arte al ser humano? –Mucho más de lo que el ser humano se imagina. El arte podría dale la voluntad, el coraje y la fortaleza para seguir adelante si es que quiere. El marimbista Mario Nandayapa me hizo un librito, Hombre del movimiento frío y calculado, pero nunca tuve la fortuna de coreografiar la música de su marimba pues no andaba siempre en ese camino, aunque me habría encantado. Su música favorita: Beethoven, Bach y Shostakovich (“todas las divinidades de la gran música contemporánea me llenan de alegría, pero igual la música indígena me llega muy en el fondo”). –¿Es la danza el arte más libre? –Una de las más libres. Porque te permite hacer lo que te sale de los huevos con tu cuerpo. Este texto se publicó el 29 de diciembre de 2019 en la edición 2252 de la revista Proceso

Comentarios