Ayotzinapa, una novela gráfica

sábado, 18 de enero de 2020 · 12:21
Cuando se trata de relatar una tragedia como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, el lenguaje periodístico a veces puede parecer insuficiente para darle dimensión al dolor de las familias y entender de dónde surge la esperanza en medio de tanta barbarie. Eso motivó a la periodista multimedia estadunidense Andalusia Soloff a escribir el guion del reportaje Buscando a los 43 de Ayotzinapa. Vivos se los llevaron, editado por el sello Plan B con formato de novela gráfica, con los trazos de Marco Parra e ilustración de Anahí Galaviz. En entrevista, Soloff narra cómo, al entrar en contacto con los protagonistas, le fue dando forma a este proyecto. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Los rasgos de Margarito Guerrero se advierten en trazos lúgubres frente a la silueta humana en la que se adivinan los pies bajo la sábana formada a puro manejo de luz. Al cuadro siguiente, los contornos de torso y cabeza quedan en blanco, enmarcados por el dibujo de pies, unos con dedos engarruñados y otros extendidos, así como por una formación dental que en nada se parecía a la dentadura de Jhosivani, el hijo de Guerrero. El 27 de septiembre de 2014, a Margarito Guerrero –quien tiene por sobrenombre Benito– le avisaron que fuera a reconocer a Jhosivani en el Servicio Médico Forense y, luego de abrazar el cuerpo inanimado, reconoció las diferencias con los rasgos de su hijo, estudiante de la normal de Ayotzinapa, hasta hoy desaparecido. Pronto se sabría que se trataba de Julio César Mondragón. Esos momentos, así como aquel en el que el propio Benito se enteró por los medios de comunicación de que su ADN se había identificado en restos óseos sin que el reporte dado por el gobierno pudiera luego ser corroborado, forma parte de Buscando a los 43 de Ayotzinapa. Vivos se los llevaron, el reportaje que, en formato de novela gráfica, recupera el año que siguió a la desaparición de los estudiantes. Editado por Plan B, uno de los sellos de la casa Penguin Random House, el libro fue iniciativa de Andalusia K. Soloff, periodista estadunidense avecindada en México, quien escribió el guion y condujo los trazos de Marco Parra, así como la ilustración de Anahí Galaviz. [caption id="attachment_614384" align="alignnone" width="660"] Soloff .Muchas historias que contar. Foto: Carlos Enciso[/caption] En los días que siguieron a la serie de ataques sucedidos entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014, Soloff llegó a Iguala. Periodista multimedia, se quedó en Guerrero varios meses en cobertura noticiosa para diferentes medios internacionales de prensa, radio y televisión. Sin embargo, explica Andalusia en entrevista con Proceso, la brevedad de las piezas periodísticas le dejaba la sensación de no estar contando el panorama completo y fue cuando, a partir de que leyó un reportaje sobre un conflicto africano en novela gráfica, decidió desarrollar su cobertura de Ayotzinapa. Si en México la novela gráfica es conocida principalmente por el cómic de superhéroes, para Soloff los hechos de Iguala superan la ficción y permiten contar la historia para públicos diferentes: “Muchas personas piensan en un ataque, pero fueron muchos ataques, coordinados; en el libro contamos muchos momentos con acción: desde que están en la escuela, cómo llegan a Iguala y toman los camiones, el primer ataque, o cómo a Édgar (Andrés Vargas) no le quieren dar atención médica, llegan los militares y recibe una bala en la cabeza… Creo que este trabajo explica los ataques de una manera dinámica y fácil de entender.” El otro aspecto en el que se enfoca Soloff se refiere a las historias que viven las familias en lugares tan remotos que no aparecen en Google Maps. El libro muestra la forma en que se enteraron, cómo tuvieron que ir lejos de donde viven, a veces sin saber dónde era la Normal, para sólo saber que su hijo fue objeto de un ataque y nadie sabía qué le pasó; con eso inició un peregrinar por instancias oficiales como la residencia oficial de Los Pinos, la ONU o los encuentros con colectivos de familiares de desaparecidos en Argentina y Europa del Este. La perspectiva de la autora es que no fue sólo un ataque el 26 de septiembre, sino “una tortura emocional, un largo proceso en el cual estaba involucrado el gobierno que les daba la llamada ‘verdad histórica’, diciéndoles que sus hijos fueron reducidos a cenizas y sin el cuidado de explicarles qué estaba pasando antes de que lo dijeran a los medios”. Con la historia de Benito, el padre de Jhosivani, la autora refleja a Guerrero, estado inmerso en la represión contra la normal de Ayotzinapa y contra los movimientos sociales a lo largo de cinco décadas. [caption id="attachment_614389" align="alignnone" width="631"] La historieta sobre Ayotzinapa[/caption] Dilemas La estampa corresponde a Tixtla. María de Jesús Tlatempa reposa por prescripción. El cáncer que la consume le impide ir a las marchas para exigir la aparición de los 43, entre ellos su hijo José Eduardo, cuando desde un carro el voceador del pueblo anuncia en su altavoz: “Hallan 28 cuerpos en fosas clandestinas de Iguala.” María de Jesús expresa su sentimiento: “Yo no lo creo, no siento que mi hijo esté muerto. Cuando pasa algo el corazón siente… y yo no siento nada”. El relato y las imágenes que lo acompañan son producto de las entrevistas, imágenes e impresiones que Andalusia recogió durante el año posterior inmediato a los hechos de Iguala. La mayor parte de los diálogos y las estampas diseñadas por Marco Parra corresponden a esas entrevistas, la mayoría captadas en videos que fueron abonando al trabajo. Periodista al fin, Andalusia Soloff evitó tomarse licencias y, al pedirle ejemplos, expone la construcción de un cuadro: cuando desarrollaban el primer capítulo del libro en el que se cuentan los ataques de la noche de Iguala, fue persistente en preguntar a los sobrevivientes si la patrulla que llegó a la calle Juan Álvarez era de cabina sencilla o doble. La razón fue que, en el momento de diseñar aquel primer capítulo, aún no se sabía sí la patrulla era federal, estatal o municipal, si de Iguala o de Cocula. De ahí la relevancia. “Llamaba a los estudiantes sobrevivientes para preguntarles… aunque parecía una pregunta absurda y ellos no quieren recordar esa noche, yo me ponía a preguntar detalles así. Ahora que conocieron el libro entienden por qué los molestaba con esas preguntas.” Si los detalles importan, esa precisión puede ser perjudicial o revictimizar familias. Según Marco Parra, el dibujante, exponer los aspectos más violentos supuso reflexionar sobre la forma de representar, por ejemplo, en el caso de Julio César Mondragón, una silueta humana en blanco y sin entintado, o encontrar una solución para el momento de contar un disparo en la cabeza sin hacerlo explícito. “Hay muchas historias allá afuera. Los que nos dedicamos a dibujar tratamos de contarlas de distintas ópticas, pero este libro implica mayor responsabilidad porque tiene un objetivo: es una lucha contra el olvido, es un documento histórico.” [caption id="attachment_614390" align="alignnone" width="644"] La historieta sobre los 43 normalistas desaparecidos[/caption] La esperanza La protesta del 20 de noviembre de 2014 partió del Ángel de la Independencia, transitó al Zócalo capitalino y marcó parte de la memoria de un sexenio que, por entonces, en su segundo año de gobierno, pasaba a la historia por su corrupción y su proceso represivo. Un monigote de notable parecido con el entonces presidente Enrique Peña Nieto fue incendiado, los contingentes policiacos embistieron al que se les puso enfrente y a eso seguiría el discurso político que, en voz del secretario de Gobernación de la época, Miguel Ángel Osorio Chong, defendía “a las instituciones”. La narrativa gráfica recupera los pasajes relevantes del discurso político con la precisión de la nota periodística: el gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, en sus primeras reacciones; el presidente Enrique Peña Nieto, haciendo suya la consigna persistente, “Ayotzinapa somos todos”; el procurador Jesús Murillo Karam, dando a conocer la “verdad histórica”… Las 43 familias de desaparecidos, nueve familias de asesinados y 50 sobrevivientes tienen su propia perspectiva de los hechos de aquel 26 de septiembre. Soloff admite que no podría contar la historia a partir del testimonio de cada persona, así que lo hizo con voces que consideró muy claras y que no habían tenido una sobreexposición mediática, como Benito y María de Jesús, además de dos jóvenes sobrevivientes y la primera persona, es decir, ella como reportera, recurso este último de uso frecuente en el reportaje en formato de novela gráfica. María de Jesús Tlatempa, una mamá que era ama de casa antes de la tragedia de Ayotzinapa, le preguntó de dónde era. Cuando supo que Andalusia era de nacionalidad estadunidense, ella pedía que la historia llegara a otros países porque aquí, en México, no se iba a hacer nada. Aquello era muy temprano. María de Jesús parecía tener claro el sistema de justicia en México, así que a unas semanas de los hechos anticipaba lo que cinco años después sigue igual: el estancamiento de toda investigación. Ya en 2015, durante las elecciones intermedias, recuerda Soloff, se encontró a María de Jesús en medio de una carretera. La policía había lanzado gas lacrimógeno contra los padres de los normalistas desaparecidos. La madre reclamaba que el gobierno podía admitir que era un crimen, que había desaparecido a sus hijos, pero no les pasaba nada. A los dos sobrevivientes la periodista los eligió porque pudo construir con ellos la confianza para que le contaran lo ocurrido y mantuvo esa relación durante cuatro años: “A uno de ellos lo conocí en las primeras semanas de octubre y recuerdo que me preguntaba: ‘¿Por qué buscan a mis compañeros muertos? Sólo los buscan en fosas. ¿Por qué no los buscan vivos?’ Y me dije: él tiene el don de la palabra.” Para Andalusia Soloff es importante mostrar el dolor en su trabajo, pero no puede ser el único enfoque: “Una cosa que aprendí al pasar tiempo con las familias es que la solidaridad, el tiempo que pasan entre ellos, cómo se apoyan todos estos años y esa dignidad que tienen, también quería mostrarla, no sólo lo feo. “Y también la esperanza. Aquí tenemos a don Benito, que en su pueblo, que es hermoso, donde hacen mezcal y sus hijos pueden estar jugando, él se da cuenta de que su hijo no fue asesinado después de abrazar el cuerpo de Julio César Mondragón creyendo que era Jhosivani. Entonces él dice: ‘Mi hijo no está muerto, está detenido, mañana me lo entregan’. “Creo que así, mostrando esos momentos, sabemos que no sólo son los ataques, protestas, molotovs y políticos; que también hay momentos de respiro en tanto dolor, en el que los padres piensan y todos pensamos que hay esperanza y que algo bueno va a pasar… es la esperanza.” Este texto se publicó el 12 de enero de 2020 en la edición 2254 de la revista Proceso

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