A unos días de cumplir 95 años, en buen estado de salud y de excelente humor, radicado frente al mar veracruzano, el escritor Sergio Fernández tuvo una repentina complicación durante un viaje hacia Jalisco, y falleció en Guanajuato, donde había residido por varios años. Su hija Paula viajó inmediatamente desde Roma, Italia, y habló con Proceso, al igual que su amigo Rodolfo Contreras, quien lo acompañó en la etapa final de la vida.
GUANAJUATO, Gto. (Proceso).- Sergio Fernández Cárdenas vivió como un personaje literario; su mundo era como vivir en un libro. En ese libro de la vida de Fernández, la UNAM –particularmente la docencia en la Facultad de Filosofía y Letras–, Juana de Asbaje y Miguel de Cervantes habrían sido sus personajes principales, los más amados.
Así recuerda al erudito estudioso de la vida y obra de Sor Juana Inés de la Cruz y de Miguel de Cervantes su hija Paula, unos días después de la muerte del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2007, también Profesor Emérito de esa facultad –hoy cerrada, lo cual le habría pesado muchísimo–, y autor de novelas reconocidas como Los peces (1968), Segundo sueño (1980, Premio Xavier Villaurrutia) y Los desfiguros de mi corazón (1983).
Fernández falleció en Guanajuato el 6 de enero, a punto de cumplir 95 años.
El autor de diversos libros que miraron a profundidad los Siglos de Oro, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y honorario de la Academia Mexicana de la Lengua, murió tras complicaciones derivadas de una neumonía y de una cirugía a la que debió ser sometido en los últimos días del 2019 en un hospital en León.
A Guanajuato viajaba recurrentemente como conferencista invitado a las ediciones del Coloquio Cervantino, y donde después se estableció por más de una década y hasta unos meses antes de morir, cuando decidió mudarse a Veracruz.
Informada del fallecimiento de su padre, Paula viajó desde Roma, donde reside, hasta esta ciudad, a donde arribó el jueves 9. Aquí se despidió de los restos de su padre, quien posteriormente fue cremado (de acuerdo a su propia voluntad), para después trasladarlos a la Ciudad de México, donde el excatedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM dejó su vida, su docencia y numerosos amigos de los círculos literarios y de la plástica del siglo pasado.
Dejaría además de su creación narrativa y dramatúrgica, más de una docena de libros, entre ensayos sobre la literatura española de los siglos XVI y XVII, un estudio sobre los sonetos de Sor Juana Inés, y también su mirada en torno a la obra de Juan Ruiz de Alarcón.
En conversación con la reportera, Paula Fernández habló sobre la relación con su padre, “muy cercana, muy intensa y muy difícil. Él tenía un carácter muy fuerte, yo tampoco lo tengo fácil; tuvimos muchísimos contrastes, nos peleábamos mucho, pero al mismo tiempo también nos queríamos mucho. No es que todo fuera solamente maravilloso porque somos personas normales”.
Pero a fin de cuentas, lo describe como un hombre genial para su trabajo y difícil para las relaciones personales:
“Muy amado y a lo mejor muy odiado. Muy intenso, así era.”
Esa relación se desarrolló para Paula en un ambiente entre cuentos, mitos, leyendas, escritores, pintores, música y galerías de arte:
“La herencia más importante de mi papá para mí es lo que él creía que era lo más importante, una herencia de educación, de conocimiento, de saber, de viajar no por ir de compras, sino por el hecho de conocer culturas diferentes. Es la herencia que a mí me deja y estoy muy orgullosa.”
Al acudir a la memoria, Paula Fernández refiere que su padre “nunca se traicionó a sí mismo”, y prueba de ello fue su oposición a convertirse en ingeniero, que era el deseo de su padre –de esa misma profesión–, quien incluso lo inscribió en la Facultad de Ingeniería de la UNAM.
“Al siguiente semestre él se inscribió en Filosofía y Letras. Hizo las dos carreras, pero al final dejó la de ingeniería.”
La UNAM y la Facultad de Filosofía fueron amores que nunca abandonó Sergio Fernández.
“Estaba muy comprometido con lo que hacía y su gran amor, la literatura, los Siglos de Oro, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, que fue su amor más grande.”
Ya como profesor, conoció a la madre de Paula siendo su alumna.
“Me contaba que había clases de ciento veinte alumnos, y cuando entraba el doctor no se escuchaba ni una respiración, todo el mundo guardaba silencio. Sé por muchos de sus alumnos que conozco de toda mi vida que daba todo, que era muy exigente, pero daba todo de sí mismo como profesor, que era su vocación.”
En la vida cotidiana del investigador, mucho era en función de Cervantes y de Sor Juana, rememora Paula:
“Al menos en casa, los desayunos eran con conciertos de música clásica, tenía una gran colección, y todos los domingos íbamos a la sala Nezahualcóyotl”, aunque sus gustos fueron tan eclécticos que también escuchaba blues y bailaba cumbia y mambo, uno de sus géneros favoritos.
De la voz de Sergio Fernández surgían como cuentos las historias de Cervantes, de Sor Juana, del Quijote.
“No creo que haya tenido un favorito entre ellos dos, no creo que haya nadie que los supere.”
Amante de los animales y con espíritu de rescatista, a la casa familiar llegaban perros, gatos y hasta zarigüeyas para ser curados de sus heridas y después buscarles un hogar.
“Tuvimos un perro que se llamaba Orlando y lo sacábamos a correr. A mí no me gustaba caminar, y para distraerme me contaba La Odisea o El Quijote o cuentos de Shakespeare. Los hacía muy divertidos, los cambiaba y la protagonista era yo. Entonces yo fui Sancha Panza, y tuvimos una gata que nos encontramos y se llamó Sancha.”
En los círculos de amistades que pudo ver durante su niñez, dice, estuvo el historiador y filósofo Edmundo O’Gorman, “de quien mi papá hablaba muchísimo y con mucho respeto”. Otra de sus grandes amigas fue Ida Rodríguez Prampolini, La Chacha, académica, escritora e historiadora especializada en el arte contemporáneo mexicano.
“Él tuvo la idea de irse a vivir a Veracruz porque ahí vivía La Chacha, quien tenía una casa en forma de barco a la orilla del mar.”
Paula afirma que su padre peleó porque los mexicanos fueran un pueblo culto y no se perdieran en tradiciones ajenas.
“Viajó mucho, yo lo acompañé no sólo en viajes familiares, sino otros por invitación de universidades del extranjero: Italia, Suecia. Y siempre llevó muy en alto el nombre de México y su grande amor por las letras españolas.”