Una economía incluyente

domingo, 2 de febrero de 2020 · 08:12
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cuando pienso en una economía verdaderamente incluyente, de inmediato me vienen a la cabeza las palabras con las que los pueblos indígenas se oponen a los megaproyectos impulsados por la 4T: la “Madre Tierra”. La diferencia de este concepto con el de los megaproyectos que, en su lógica industrial, tienden a destruir todo lo que no comprenden y a depender de esa destrucción para continuar su desarrollo, es que la Madre Tierra –que el poeta y granjero Wendell Berry compara desde su tradición cristiana con el “Reino de Dios” y llama la “Gran Economía”–, incluye todo, desde la vida de las hormigas hasta la vida de los seres humanos: cualquier cosa que sucede en ella es significativa. Segundo, que cada cosa está unida a esa madre de manera ordenada. Tercero, que los seres humanos, que somos parte de ella, no podemos conocer a todas las criaturas que la Madre Tierra engendró y el modo completo y el orden en el que las cuida. Cuarto, que los seres humanos debemos tener economías proporcionadas, que al mismo tiempo que permitan la vida humana, permitan también la vida de esas otras economías que desconocemos, pero de las que dependemos y depende la vida del planeta. Mientras la lógica industrial de los megaproyectos reduce este concepto a un recurso que hay que explotar para generar valores mercantiles, los indígenas ven en él una realidad materna que ningún poder tecnológico puede sustituir, una Madre cuya capacidad de dar vida sólo se sostiene si la cuidamos y colaboramos en su propio proceso de fecundidad. Cuando se le destruye en nombre de la riqueza que promete el industrialismo, nunca más volverá, como ya lo anuncian los trastornos del cambio climático, la pauperización de las ciudades y sus grandes migraciones y el crecimiento de la criminalidad. Ella, en su maternidad, al mismo tiempo que nos incluye en todo lo que hace, nos rebasa en su quehacer. A diferencia de los modelos económicos indígenas –pensemos en los caracoles zapatistas o en las comunidades de las Abejas y de Cherán– que, al mismo tiempo que pertenecen a la economía humana, se insertan, en sus límites, en la Gran Economía de la Madre Tierra, la economía de los megaproyectos se mira a sí misma como una economía única que considera la inmensa diversidad de la Madre Tierra como un reservorio del que toma lo que considera “materia prima” para transformarla en otra cosa: un tren turístico o de carga, una refinería, una mina, una termoeléctrica. Aquello que no puede utilizar lo excluye, calificándolo de “inservible”, de “desperdicio” y, si se trata de seres humanos que se resisten a las “bondades” de sus desarrollos, de “premodernos”, “rezagados”, “conservadores radicales de izquierda”, gente “que no entiende” y que puede desaparecer o ser asesinada como Samir Flores. Lo que los pueblos indígenas dicen cuando se exasperan frente a la sordera de la 4T, y arremeten con palabras duras, es que la economía impulsada por los megaproyectos no sólo se funda sobre la invasión y el pillaje de la Madre Tierra y sus innumerables vástagos, se funda también en la presunción –que los antiguos griegos, los maestros de la proporción, llamaron hibris– de pretender ser más grandes de lo que en realidad somos. Al definir a la Madre Tierra como un “fondo potencial”, los megaproyectos hacen de su empobrecimiento la condición necesaria y paradójica de la abundancia, y de su prisa la avidez de la voracidad. La palabra que mejor la sintetiza es “minería”: la explotación de un fondo limitado hasta su agotamiento. Es posible encontrar un análogo de la economía de la Madre Tierra en una tradición muy cercana al presidente y a algunos de sus colaboradores, el Evangelio, en particular en la prédica de Jesús sobre las aves del cielo y los lirios del campo (Mateo 6, 24-34). Una y otra hablan, con el lenguaje poético de las tradiciones sagradas, de que una economía humana sana e incluyente debe encontrar armónicamente su lugar en las entrañas de esa Gran Economía. Hoy, cuando la economía industrial y sus megaproyectos muestran ya sus graves estragos en la vida del planeta, es importante que la 4T atienda la visión y la palabra de los indígenas para transitar y fortalecer los modelos económicos que esos pueblos han preservado contra viento y marea de la insaciable voracidad de la economía industrial. Un tema fundamental si la 4T pretende realizar la transformación que prometió para México. Esos modelos hacen eco de la frase que Gandhi utilizaba para su Programa Constructivo de la India, basado en el fortalecimiento de las aldeas y de sus autonomías: “Si quieres combatir la miseria (la miseria creada por la voracidad industrial), cultiva la pobreza”, cultiva el lugar proporcional en el que la economía humana se inserta de manera incluyente en el misterio de la Madre Tierra. Ese es el camino si realmente queremos salvarnos como país y como humanidad. Contra la economía industrial, que intenta obtener provecho con el máximo de fuerza y el mínimo de responsabilidad, y cuyas consecuencias son día con día más terribles, desastrosas y excluyentes, la Madre Tierra pide obtener el máximo de bienestar con el mínimo de consumo, una tarea que exige acciones más complejas que las del poder de los megaproyectos: la paciencia, la automoderación, la escucha, la generosidad y la cooperación con ella. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos. L Este análisis se publicó el 26 de enero de 2020 en la edición 2256 de la revista Proceso

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