Preguntas y más preguntas

sábado, 1 de febrero de 2020 · 12:20
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, en su campaña en busca del cargo nos prometió que transformaría a México. Lo hizo una y otra vez. Ofreció realizar, entre otras acciones:  Un puerto aéreo en Santa Lucía, en sustitución del actual y con abandono del iniciado por Enrique Peña Nieto; cambiar la estructura y organización de la Guardia Nacional; reformar a fondo al Poder Judicial Federal; crear la figura de los superdelegados en las entidades federativas; desaparecer el Seguro Popular y sustituirlo por el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi); llevar a cabo una descentralización administrativa a fondo y enviar gran parte de las secretarías de Estado y entes paraestatales a las entidades federativas; la construcción del Tren Maya, la del ferrocarril en el Istmo de Tehuantepec y la refinería de Dos Bocas, en Tabasco; vender el avión presidencial; acabar con el huachicoleo; desaparecer al Estado Mayor Presidencial; suprimir las pensiones a los expresidentes de la República; fijar su residencia en Palacio Nacional; combatir a fondo la delincuencia; bajar los sueldos de los llamados servidores públicos y cumplir con lo mandado por el Artículo 127 constitucional; eliminar los gastos médicos mayores y jubilaciones exorbitantes de los servidores públicos; acabar con la corrupción; reforestar el país; acabar con los privilegios; combatir la defraudación fiscal; perseguir a los exservidores públicos corruptos; combatir y acabar con el influyentismo; crear fuentes de empleo para los mexicanos; eliminar los abusos en viajes, viáticos y gastos de representación de los servidores públicos. Prometió otras acciones. Ya en el ejercicio del gobierno ha ofrecido construir 200 escuelas o facultades de medicina, la firma de un nuevo tratado de libre comercio con Estados Unidos de América y Canadá, meter a la cárcel a algunos exservidores públicos y personas que se creían influyentes, hacer realidad su carta moral, dar acogida y trabajo a los refugiados centroamericanos. Hay otras propuestas más.  Muchos vimos con desconfianza tantas promesas. En su momento critiqué, por inviable y peligrosa, la reforma a la Guardia Nacional y al Poder Judicial de la Federación. Otros han criticado todas sus propuestas. No le creímos y muchos aún no le creen; supusimos que era una de las tantas promesas que hacen los políticos para ganar la simpatía y el voto de los ciudadanos. La vimos venir y no nos hicimos a un lado. Ahora, ya en el cargo, ha realizado y consumado entre otras, las siguientes acciones; algunas menores, si se quiere, como:  Desaparecer las pensiones a los expresidentes; el cambio de domicilio presidencial; reducción en parte de los sueldos de muchos servidores públicos, no de todos; bajar los gastos en viáticos y de representación; disminuir el huachicoleo; meter a la cárcel a funcionarios públicos y particulares acusándolos de corrupción; introducir y hacer realidad la figura de los superdelegados; transformar la Guardia Nacional; desaparecer al Estado Mayor Presidencial; reducir, no acabar, la corrupción; llevar a provincia algunas dependencias federales. También, por esfuerzo propio o, por suerte, según algunos, hizo realidad algo mayor y no esperado: la firma de un nuevo tratado comercial con los Estados Unidos y Canadá. Ha encontrado resistencia a todo. Desde el presidente Madero nadie había sido más criticado, cuestionado y objeto de burla que López Obrador, y eso que Peña Nieto no carecía de méritos para llevarse el primer lugar. Muchos nos hemos preguntado: ¿le alcanzará el tiempo para cumplir las otras promesas?  Operan en contra de sus planes: Tantos expriistas incrustados en su administración; éstos, por su presencia e influencia, obstaculizan el combate a la corrupción, el influyentismo y la defraudación fiscal. La improvisación, la falta de preparación de muchos de sus colaboradores y la avanzada edad de algunos de los miembros de su equipo más cercano, la dilatan. Éstos, por sus muchos años, más aspiran a llegar vivos al fin del sexenio que a realizar tantos proyectos que les está echando encima su jefe.  Algunos presidentes de la República han sido criticados por viajar constantemente al extranjero y hacerlo con cargo al presupuesto público: López Mateos, Echeverría, López Portillo, Salinas, Fox y Peña Nieto. Al actual presidente se le critica por no viajar. Por angas o por mangas nunca están contentos con lo que hace el titular del Ejecutivo. También se critica a AMLO por no hablar inglés; tampoco lo hablaban, y no fueron criticados por ello, todos los presidentes anteriores a Miguel de la Madrid, Echeverría, López Portillo, Peña Nieto y otros. No podemos olvidar que AMLO, hace algunos años, afirmó en público que no contaran con él si perdía la elección de 2006; que en 2005 se opuso al cambio de los husos horarios e, incluso, recurrió a una controversia constitucional para impedirlo. Una vez que llegó a la Presidencia se olvidó de ese tema. Las clases media y alta, influenciadas por la televisión, las redes, la prensa escrita y otros medios, son muy dadas a suponer que si ellas no están de acuerdo con algo –en el caso concreto, con los modos y acciones del actual presidente de la República–, también ese es el sentir del resto de la población. Ellas no se han dado cuenta de que AMLO nos ha demostrado que se puede acceder al poder sin contar con los medios y, aún más, en contra de lo que ellos aconsejaban. Nos ha demostrado que el cargo se puede conquistar haciendo campaña a ras de tierra, visitando población por población. No podemos ya seguir haciéndonos tontos e ignorar que en el momento actual los medios no cuentan en el ánimo ni en el sentido del voto del grueso de la población; no determinan si es o no aprobada la gestión de López Obrador. ¿Qué sucedería si el presidente López Obrador cumple todas sus promesas, la mitad o un tercio de ellas? ¿Qué harían los críticos del presidente si el aeropuerto de Santa Lucía se termina de construir durante el actual sexenio, a menor costo, y funciona? ¿Si la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya se terminan y son redituables? Lo que es más, ¿si el avión presidencial se vende y reduce el número de senadores y diputados? ¿Sus críticos tendríamos el valor o la honestidad suficiente como para reconocer que nos equivocamos?  Si López Obrador cumple, en todo o parte de lo prometido, implicaría una auténtica transformación. Él, como ideólogo y responsable, alcanzaría los niveles en que están los héroes que toma como modelos. Pero, al mismo tiempo, si las cumple, ¿no se corre el riesgo de que el pueblo que no es fifí, el que lo apoya en más de 70% a pesar de la campaña en su contra, le pida que se reelija o que continúe en el poder? Si fracasa estaríamos hablando de palabras mayores: desilusión, frustración de que no existen esperanzas de cambio y que una opción viable a la que se pudiera recurrir es la violencia. Las dos opciones: que tenga éxito o fracase, son peligrosas. Alguien dirá que el mayor peligro para los adversarios e, incluso, los enemigos de AMLO, es que logre alcanzar durante su sexenio todos o gran parte de los objetivos que se ha fijado como metas. El presidente de la República, para conservar sus niveles de popularidad, cuenta con recursos muy valiosos. Es un político con mucha suerte: sus adversarios le salieron estúpidos; el candidato puntero murió en un accidente aéreo; Evo decidió irse a Argentina; las remesas aumentaron; la aprobación del tratado comercial con Estados Unidos de América y Canadá trajo como consecuencia que, contra todo lo pronosticado, el dólar bajara como no lo había hecho en muchos años y que la bolsa subiera. Recordemos que los adversarios de AMLO pronosticaron que si él llegaba al poder, el dólar subiría hasta 30 pesos, la bolsa caería y que se acabaría el mundo. Nada de eso pasó. Tiene la posibilidad de llevar a la cárcel a políticos y personajes influyentes, en el momento en que disminuya su popularidad o que más le convenga; también puede dar una amnistía, pronunciar un discurso convincente a la nación o detener a un capo importante; en fin, tiene a su disposición muchos recursos. Un proyecto exitoso, aunque sea en parte, tendría efectos ambivalentes: sería beneficioso para el país pero peligroso para el sistema democrático, para la vieja y tradicional clase gobernante y para los dueños o poseedores de grandes capitales. No debemos ignorar que todo líder mesiánico –sin importar que sea de izquierda, centro o derecha– tiene la convicción de que es necesario, que nadie puede sustituirlo o llevar a cabo las tareas que él ha iniciado; por ello los de su clase siempre pretenden aferrarse al poder en forma indefinida. Pudiera suceder que todo esté encaminado a permitir la reelección del actual presidente o, lo que es peor, si cumple su promesa de no reelegirse, que todo se esté operando para que uno, de esa gente ambiciosa, corrupta o demagoga que lo rodea, acceda al poder. Si llegara a tener éxito, seguro olvidaríamos que habla por episodios, que no viaja al extranjero, que no habla inglés e incluso que tiene un nieto gringo.  Como veo que es un político con suerte, adelantándome a los acontecimientos, ya puse mis barbas a remojar.  Este análisis se publicó el 26 de enero de 2020 en la edición 2256 de la revista Proceso

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