'Popeye”,  el tranquilo  fin de un asesino

sábado, 15 de febrero de 2020 · 13:03
El jueves 6 murió en Colombia Jhon Jairo Velásquez Vásquez, Popeye, expistolero del Cártel de Medellín que se llevó a la tumba varios secretos de esa organización delictiva creada por el narcotraficante Pablo Escobar. A lo largo de los últimos años el homicida confeso habló varias veces con Proceso de su vida, su carrera criminal y hasta su eventual muerte. BOGOTÁ (Proceso).- Jhon Jairo Velásquez Vásquez, Popeye, nunca pensó que había de morir de cáncer en una cama de hospital a los 57 años. La mayor parte de su vida, quien fuera jefe de sicarios del narcotraficante Pablo Escobar creyó que moriría asesinado a balazos, a puñaladas, estrangulado o envenenado por alguno de los cientos de enemigos que había hecho durante su carrera criminal.  “Yo sé que, si muero así, moriré en mi ley. Como dice el dicho: ‘Quien a hierro mata...’”, dijo a este semanario en una entrevista en 2017.  Durante los 26 años que pasó encarcelado, en tres diferentes etapas, sobrevivió a seis atentados. En su cuerpo tenía las huellas de cinco impactos de bala y de varias cortadas con puñales. Eran “heridas de guerra”, decía. De sus enemigos, a quien más temía era a Jorge Luis Ochoa Vásquez, el único miembro de la cúpula del Cártel de Medellín que queda vivo. Popeye lo había acusado ante la justicia de participar en el magnicidio del líder liberal Luis Carlos Galán, ocurrido el 18 de agosto de 1989, y en el atentado explosivo contra un avión de Avianca, en el que murieron 107 personas el 27 de noviembre del mismo año.  Ochoa Vásquez, quien se entregó en 1991 a la justicia y pasó cinco años y medio en prisión, nunca fue llamado a juicio por esos casos, en los que Popeye era testigo.  En cambio, los testimonios de Velásquez Vásquez contribuyeron a encarcelar por el homicidio de Galán al general Miguel Alfredo Maza Márquez, exdirector de los servicios de inteligencia del Estado, y al político Alberto Santofimio. Pero a quien más temía era a Ochoa Vásquez. “Si mañana me matan, él va a ser el responsable”, dijo Popeye a este semanario el 20 de agosto de 2015. La entrevista se realizó en la oficina de uno de sus abogados, en el exclusivo sector de El Poblado, en Medellín, y al término de la misma el exjefe de sicarios de Escobar mostró dos teléfonos celulares que acababa de comprar. Uno era para “las novias”, según dijo, y el otro “para los amigos y algunos ‘hijueputas’ que de pronto me llaman”. El expistolero del Cártel de Medellín hacía reír a su abogado y a los empleados del despacho jurídico con chistes de contenido sexual y con memes y videos pornográficos que les mostraba en uno de sus celulares. Popeye llevaba una vida discreta pero no secreta. Esporádicamente iba de compras a centros comerciales de Medellín. La mayoría de la gente, según contaba él mismo, lo veía con una mezcla de sorpresa, temor y desprecio, pero no faltaba quien se acercaba a pedirle una selfie, a lo cual siempre accedía con un dejo de orgullo. Era evidente que le gustaba la figuración pública (escribió tres libros y se dice que dejó listo uno más), lo que es inusual y muy peligroso en el ámbito delictivo.  Pero su estilo locuaz, deslenguado, y la cercanía que había tenido con Escobar –un capo de capos en el imaginario del submundo criminal de Medellín– le abrieron las puertas con algunos jefes de la nueva generación mafiosa de esa urbe colombiana. Ellos decretaron que, mientras no afectara sus intereses, se le dejara vivir.  Para el principal especialista en crimen urbano en Medellín, Luis Fernando Quijano, eso fue lo que le permitió a Popeye morir “de muerte natural” y no de un balazo en la cabeza. “Algunos ‘patrones’ del crimen ordenaron dejarlo hacer su vida mientras no se saliera de control”, dice Quijano. De acuerdo con fuentes judiciales, Popeye, autor confeso de “más o menos” 200 homicidios, volvió a la vida delictiva después de recobrar la libertad, en 2014.  Un agente del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía dice a este semanario que el expistolero se dedicó a extorsionar a acaudaladas familias de Medellín que habían tenido tratos de negocios con Escobar, algunas de las cuales se habrían quedado con grandes sumas de dinero que el jefe del Cártel de Medellín les dio para lavar. Un informe de inteligencia de la policía señala que el exsicario también pudo haber estado involucrado en operaciones de narcotráfico y que había intentado reagrupar a viejos operadores del Cártel de Medellín, pero esta información fue desestimada por investigadores de la Fiscalía, por falta de evidencias.  En mayo de 2018 Popeye fue capturado por la policía bajo cargos de extorsión, concierto para delinquir y amenazas. La Fiscalía le decomisó 16 bienes inmuebles en Medellín, valuados en 2 millones de dólares. Estaban a nombre de su madre y una hermana. Una de las familias a las que pidió dinero a cambio de no revelar sus supuestos negocios con Escobar lo denunció tras huir a Estados Unidos y estuvo dispuesta a testificar contra él.  Hasta el pasado 31 de diciembre permaneció en la cárcel de máxima seguridad de la nororiental Valledupar, donde encaraba un proceso por el que podría haber sido sentenciado a 20 años de prisión. Ese día fue traslado a la prisión de La Picota, en Bogotá. 
Un invitado accidental 
En diciembre de 2017 Popeye se encontraba en una finca en El Peñol, un municipio aledaño a Medellín, en la fiesta del cumpleaños de Juan Carlos Mesa Vallejo, Tom, jefe de La Oficina, la más poderosa estructura delictiva de la segunda urbe más importante de Colombia. Era una fiesta en grande, con mesas adornadas con enormes floreros y manteles dorados, whisky, champaña y familiares del festejado. Tom, a quien la policía le seguía la pista desde hacía semanas, cumplía 50 años. Cuando la celebración tomaba vuelo, un grupo de élite de la policía irrumpió en la finca y detuvo a todos los presentes, incluido Popeye. La captura de Tom, quien era uno de los jefes del crimen organizado más buscados del país, fue una noticia grande en Colombia, pero también lo fue la detención de Popeye, a quien algunos medios presentaron como un cercano amigo del líder de La Oficina. La verdad es que no era así. Meses después, en la cárcel La Picota de Bogotá, Tom contó a Proceso que Popeye estaba en esa fiesta por pura casualidad. “No era mi invitado”, aseguró el jefe de La Oficina, “sino que yo lo había visto en la plaza de El Peñol cuando pasamos por el pueblo. Estaba vendiendo sus libros, y cuando estaba en la finca se me ocurrió que fueran a buscarlo para que nos divirtiera un rato”, dijo Tom. Luis Fernando Quijano considera que “eso era Popeye para los jefes de la mafia, un bufón, un tipo que los hacía reír”. Pero también, aclara, “algunos mandos medios de las estructuras criminales lo veían como alguien que los podía conducir a encontrar parte de la gran fortuna que supuestamente dejó Pablo Escobar oculta en ‘caletas’ (escondites subterráneos o en paredes falsas)”.  Eso, dice Quijano, “es un mito urbano cuya veracidad difícilmente se llegará a comprobar algún día”.  Popeye, asegura, será recordado como “un delincuente cínico, que con su verborrea ofendió a muchas víctimas de la violencia que vivió Colombia en los ochenta y noventa (periodo en el que se le atribuyen cinco mil víctimas al Cártel de Medellín); que buscó espacio en sectores de extrema derecha recalcitrantes y que sus últimos años en libertad hablaba de todo, hasta de política”. En una de las entrevistas con este semanario, el fallecido exsicario se refirió así a la guerra que emprendió el Cártel de Medellín contra el Estado colombiano para prohibir la extradición de nacionales a Estados Unidos:  “Nosotros”, dijo, “éramos un puñado de dos mil asesinos de las barriadas de Medellín y acabamos con la república de Colombia porque atacamos los cuatro poderes: el Legislativo, el Ejecutivo, el Judicial y la prensa, el cuarto poder (...). Doblegamos al Estado”, sostiene. Entre las víctimas del Cártel de Medellín se cuentan el ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla (1984); el periodista Guillermo Cano y el coronel Jaime Ramírez Gómez (1986); el procurador general Carlos Mauro Hoyos (1988); el coronel Valdemar Franklin Quintero y Luis Carlos Galán (1989), además de 540 policías y decenas de civiles que murieron en atentados explosivos como el que derribó el avión de Avianca.
Fijación con “El Chapo”
A Popeye le gustaba referirse, desde su perspectiva de “bandido retirado”, a la vida criminal de Joaquín El Chapo Guzmán, a quien consideraba el capo de capos del narcotráfico a nivel mundial y “el hombre más importante del mundo, más que el Papa”. En una entrevista en agosto de 2015, un mes después de la fuga del Chapo del penal del Altiplano, el exjefe de sicarios de Escobar dijo que el entonces jefe del Cártel de Sinaloa se haría matar antes de dejarse capturar de nuevo.  “Es que él sabe que tiene que hacerse matar”, aseguró, “porque si lo agarran vivo lo van a extraditar a Estados Unidos. Y él no soporta una cárcel de súper alta seguridad en Estados Unidos. Ahí la comida se la dan a usted con un pito (popote), desayuno, almuerzo y cena, nadie le habla, no hay contacto humano, si le llega una carta se la muestran por una pantalla de televisión… –¿Usted cree que eso no lo soporta El Chapo? –se le preguntó.  –No. Imagínese, para tomar el sol lo sacan de la celda en una jaula. Y usted sabe para un hombre mexicano recalcitrante como El Chapo, que es así como era Pablo Escobar cuando vivía aquí, en su tierra, estar en una cárcel de los Estados Unidos es una cosa muy berraca (dura). Por eso El Chapo se hace matar. Ese vaticinio le falló a Popeye, y cuando la Marina recapturó al Chapo, en enero de 2016, dijo que el principal error que había cometido el jefe del Cártel de Sinaloa tenía nombre y apellido: Kate del Castillo. La actriz, según Popeye, fue “la perdición” del Chapo porque “el hombre estaba totalmente enamorado de ella, y un capo en fuga no puede pensar ni con la bragueta ni con el estómago”. A pesar de su admiración por Guzmán, el fallecido delincuente colombiano pensaba que no le llegaba “ni a los talones” a la “mente criminal” de Escobar.
De sicario a “youtuber”
Meses antes de ser recapturado por última vez, en 2018, parecía que Popeye se había reinventado.  Su libro Sobreviviendo a Pablo Escobar fue convertido en una teleserie que alcanzó altos niveles de audiencia en Colombia y llegó a la plataforma Netflix. Familiares de las víctimas del Cártel de Medellín fustigaron esa producción por considerar que hacía “apología del crimen”. Velásquez Vásquez se habían convertido también en youtuber.  En su canal en la plataforma YouTube hablaba de crimen, política y hasta relaciones exteriores. De manera reiterada insultaba al presidente venezolano Nicolás Maduro y al número dos del régimen de Caracas, Diosdado Cabello, quien respondió a uno de sus ataques y lo llamó narcotraficante y se burló de su condición de “analista político”.  “Señor Diosdado Cabello, de bandido a bandido ¿quién es más bandido?”, le reviró Popeye. El expistolero también participó en mítines del hoy gobernante partido Centro Democrático y era admirador del expresidente y senador Álvaro Uribe, líder de la ultraderecha colombiana.  “Es que yo soy ultraderechista y me considero un activista político”, decía Popeye, quien incluso aspiraba a lanzar su candidatura al Senado. “En Colombia”, aseguraba, “ser un bandido es un honor por los políticos que hay. Esos sí se están robando todo el país con la corrupción”.  El sello de los últimos años de vida de Velásquez Vásquez fue la polémica. Incluso hace unos meses, cuando se conoció que padecía cáncer en el esófago, muchos colombianos pensaron que se trataba de una estrategia para que un juez le diera el beneficio de casa por cárcel.  Para el experto en seguridad Luis Fernando Quijano, Popeye se llevó “muchos secretos” a la tumba, “pero es posible que haya dejado un libro o una memoria USB con revelaciones explosivas; eso lo veremos con el tiempo, o quizás esa versión se transforme en otro mito urbano”.  Con la muerte de Popeye, a los 57 años, sólo quedan vivos tres integrantes del Cártel de Medellín: Roberto Escobar, Osito, hermano de Pablo Escobar; el exsicario Carlos Alzate Urquijo, Arete; y Ochoa Vásquez. Quijano recuerda que cuando Popeye salió de la cárcel, en 2014, dijo que el antiguo sicario de Escobar era un hombre 90% muerto, por la cantidad de poderosos enemigos que tenía. “Haber logrado sobrevivir a ellos y morir de muerte natural fue una hazaña”, dice Quijano. Popeye decía que la certeza de que cualquier día podían matarlo lo llevaba a disfrutar la vida. Contaba que tenía una finca cercana a Medellín en la que solía acostarse en una hamaca las mañanas soleadas. Desde ahí miraba, con una cerveza fría en la mano, las montañas que recorrió con Pablo Escobar cuando ambos huían de los operativos de la policía.  Aseguraba que no le temía a la muerte porque él, en verdad, ya estaba muerto desde el momento en que cometió su primer asesinato por encargo de Escobar.  “Ese día me convertí en el más firme candidato para llegar al infierno”, aseguraba.   Este reportaje se publicó el 9 de febrero de 2020 en la edición 2258 de la revista Proceso

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