Por una paz de género

viernes, 28 de febrero de 2020 · 03:39
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Un agitador que suele mentar madres por YouTube se disfraza tras un tono conciliador para entrevistar a una activista que justifica las pintas feministas sobre las puertas del Palacio Nacional.  –¿Por qué dañar algo que es de todos si hay otras maneras para reclamar? –interroga el varón con falsa voz aterciopelada. –Porque hemos intentado casi todo sin obtener nada –responde ella haciendo acopio de parsimonia. Acto seguido el agitador dispone una avalancha de argumentos condescendientes para demostrar que esa mujer y las de su misma causa no están siendo racionales ni estratégicas, sino políticamente torpes y emotivas. Si tan sólo supieran pedirle al presidente por las buenas –reza el subtexto– él concedería, porque es un hombre bueno, un hombre comprensivo, un hombre magnánimo, un hombre justo y un luchador ejemplar.  “En el pedir (de la mujer), está el dar (del hombre)” –murmura la más sincera convicción del agitador.  Un día después el habitante del Palacio Nacional dirige un mensaje similar: “(las feministas) se oponen a la moralización que nosotros promovemos y yo respeto su punto de vista, pero no lo comparto. Yo creo que hay que moralizar al país, purificar la vida pública y fortalecer los valores. No porque vienen a hacer una manifestación yo voy a renunciar a mis convicciones, si por eso luchamos, para lograr un cambio en lo material, en lo espiritual, pues respetamos esa visión pero nosotros vamos a seguir sosteniendo lo que creemos”. Ambas estampas, la del agitador youtubero y la del presidente Andrés Manuel López Obrador, son una mina de significados relacionados con la ausencia de paz entre los sexos. https://www.proceso.com.mx/618806/mujeres-colectivo-amlo Sin duda, la peor de las violencias se expresa en los crímenes, en el acoso sexual y el hostigamiento contra las mujeres. Pero también se expresa en el discurso que quiere relativizar, moderar, ningunear, reducir o silenciar el reclamo, así como en el despliegue abrumador del poder político que interpela a las mujeres para reconvenirlas, estigmatizarlas o, de plano, combatirlas. Aunque se intenten distinguir, en la realidad se trata de tres eslabones de una misma cadena. La expresión horripilante de los cuerpos mutilados de mujer no podría perdurar sin los silencios y la falta de empatía del poder masculino.   Rita Segato diría que toda violencia encuentra su primer origen en razones ligadas a la violencia de género y, por tanto, la paz sin adjetivos implicaría, como prerrequisito, conseguir la paz de género. Este es el argumento principal del movimiento disidente encabezado por un número creciente de mujeres jóvenes. Exigen empatía, que no paternalismo, desde Palacio Nacional. Rechazan el trato condescendiente que muchos hombres entregamos y, sobre todo, la arrogancia con que ninguneamos un planteamiento cargado de legitimidad.  Sólo desmontando estas actitudes de la pedagogía masculina podría enfrentarse, de manera común, la violencia más encarnizada.  La epidemia de violencia de género coincide con el crecimiento de todas las formas de violencia. El planteamiento del nuevo feminismo frente a este fenómeno es que debería atenderse la ausencia de paz entre los sexos, para luego proceder a construir la paz entre todas las partes.  Según Rita Segato: “sin una paz de género no podrá haber ninguna paz verdadera”.  Este es el argumento más revolucionario del movimiento que está siendo mal entendido por el poder y sus principales interlocutores varones.  A la pregunta sobre cómo detener esta guerra, el movimiento responde, de nuevo en palabras de Segato: “Desmontando, con la colaboración de los hombres, el mandato (violento) de la masculinidad.” ¿Pueden los poderes político, mediático, económico, intelectual –en manos de los hombres– responder a este desafío de la época? ¿Puede el presidente Andrés Manuel López Obrador aceptar que la revuelta social convocada por esas jóvenes mujeres va mucho más lejos que la encabezada por él?  ¿Cabe que el agitador youtubero renuncie al privilegio que hoy le permite dar lecciones paternalistas a las líderes de la revuelta? ¿Habrá en algún lugar escucha masculina para colaborar con la demolición del régimen patriarcal? Con la pedagogía autoritaria de lo masculino se han normalizado las desigualdades y con ello se ha quebrado la posibilidad de lograr la paz.  En este punto se agolpan incesantes las preguntas: cuando el presidente habla de moralizar el país, ¿desde qué moralidad tiene pensado hacerlo? ¿La que el patriarcado ha impuesto desde el origen más antiguo de la humanidad? ¿Desde la distribución desigual de los derechos y las oportunidades? ¿Desde la normalización de la violencia hacia las mujeres? Nadie estaría en contra de esa pretendida “moralización” si se hicieran explícitos los valores defendidos y entre ellos no hubiese, consciente o inconscientemente, intención de perpetuar aquello contra lo que se lucha.  Si la colaboración fuese sincera y colocara en igualdad de condiciones a mujeres y hombres para tejer la nueva moralidad.  Pero nada lleva a confiar: ¿Dónde están las voces de las mujeres del gabinete en esta conversación? ¿Qué peso o fuerza política han tenido en la construcción del discurso presidencial frente a la nueva disidencia feminista?  Para conjurar la violencia de género habría de reformularse el fundamento de una civilización comprometida con la paz de género. Sin embargo, da la impresión de que este tema preciso no tiene cabida en la visión política de la Cuarta Transformación.  De ahí un desencuentro sin solución. Una ruptura que sólo puede conducir las cosas hacia el peor de los escenarios posibles: el odio hacia lo femenino que es ninguneado por los varones de la sociedad y perpetuado por el desprecio del poder político.  Este análisis se publicó el 23 de febrero de 2020 en la edición 2260 de la revista Proceso

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