Arrastrando los pies

miércoles, 1 de abril de 2020 · 12:35
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Mientras otros países actúan con prisa, con ansiedad, corriendo para evitar los peores estragos del coronavirus, México parece ir a ritmo lento. El gobierno de la 4T actúa con parsimonia, sin prisas, con medidas mucho menos contundentes que las presenciadas en otras latitudes. Aquí se busca arropar a los más pobres, a los más vulnerables, a los más desamparados. Aquí hay millones de personas laborando en la informalidad, sobreviviendo día a día: el vendedor ambulante, el taquero, el albañil. “Es a ellos a quienes queremos proteger”, argumenta Hugo López-Gatell, la voz pública del gobierno lopezobradorista, el encargado de explicar el comportamiento a contracorriente de lo que pasa en el resto del mundo. Y no es una tarea fácil justificar por qué México arrastra los pies. El discurso oficial coloca al país en una falsa disyuntiva: Asegurar la supervivencia económica de los desposeídos o encarar la crisis sanitaria del coronavirus. Mantener la economía andando el mayor tiempo posible o congelarla para mitigar el contagio. Y AMLO ha decidido promover lo primero por encima de lo segundo. Por eso el mantenimiento de las giras, el desdén por el gel antibacterial, la continuación de los besos y los abrazos, la invitación a comer en las fondas. El presidente piensa que así sigue poniendo a los pobres primero: visitándolos, saludándolos, manteniendo sus fuentes de empleo, por precarias que sean. Los millones de mexicanos que laboran en la informalidad están en el centro de la agenda presidencial; son la prioridad de la política pública. Las juntas recientes del gabinete lo confirman. En la visión del presidente, lo más importante para encarar la crisis que viene es mantener los programas sociales, los pagos a los adultos mayores, las obras de infraestructura como Dos Bocas y Santa Lucía y el Tren Maya. Seguir hablando del petróleo como palanca del desarrollo y seguir apostando a su refinación. No parece haber un sentido de urgencia ante lo que se avecina; no hay un cambio de rumbo ante el camino empedrado que a AMLO le tocará recorrer. El presidente sigue expresándose y tomando decisiones como si el país –y el mundo– no enfrentaran la debacle más importante que le ha tocado vivir a nuestra generación. López Obrador ya no será el presidente de la Cuarta Transformación; será recordado por cómo encaró un reto para el cual –hasta ahora– parece estar poco preparado.
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La narrativa del presidente no ha cambiado para reflejar la realidad que el coronavirus modifica día con día. En las mañaneras se siguen describiendo los avances en la construcción de Santa Lucía, se continúa hablando de proyectos que no deberían acaparar la atención gubernamental en esta coyuntura crítica. Como si al norte de la frontera no se apilaran los muertos. Como si la India no estuviera en cuarentena total. Como si tantos jefes de Estado no hubieran dado mensajes subrayando la magnitud de la emergencia. Como si el principal epidemiólogo estadounidense –Anthony Fauci– no hubiera dicho que cualquier cosa que parezca una sobrerreacción después parecerá una subreacción. Como si el titular de la OMS no hubiera dado la indicación de “recentrar toda la atención del gobierno en suprimir y controlar el covid-19”. Pero en México se dice que no se están tomando medidas más drásticas porque así se protege a la economía, mientras no se hace ni lo uno ni lo otro. Podríamos acabar en el peor de los dos mundos: con una crisis de salud monumental por no haber suspendido las actividades públicas a tiempo, y con una contracción económica brutal por no haber impulsado las medidas contracíclicas a tiempo. Podríamos terminar con una curva de contagio que no se logra aplanar y con costos económicos que se extienden en el tiempo, cada vez más altos. Las medidas anunciadas o previstas resultarán insuficientes para lo que se avizora como la edad de hielo de la economía mundial y una contracción económica doméstica estimada de 4-5%. La 4T no se está preparando a la velocidad suficiente, ni con la coherencia requerida para lo que Santiago Levy describe como “una recesión severa y de duración incierta”. En su artículo “Superemos juntos la emergencia”, publicado en la revista Nexos, analiza los componentes de una mezcla –en lo externo y en lo interno– que será tóxica para México. La caída en los precios del petróleo, el descenso de las exportaciones, la reducción del turismo y las remesas, menores flujos de inversión extranjera, la depreciación del peso, el cierre de oficinas y restaurantes y hoteles y fábricas. La actividad económica paralizada por la falta de demanda y la falta de ingresos de todos: los trabajadores formales y los informales, las clases medias y los que menos tienen. Ante este escenario, desconcierta el desparpajo del presidente y la ausencia de Arturo Herrera. La falta de anuncios sobre los recursos adicionales que se destinarán y las medidas de emergencia que se instrumentarán. Las pocas iniciativas –para bien y para mal– provienen del sector privado, ante un gobierno al que se le percibe pasmado. Frente a la parálisis, urge un sentido compartido de cooperación ante la catástrofe. Urge repensar el plan económico que la 4T tenía para un país donde las principales coordenadas han sido cambiadas por el coronavirus. Urge replantear a dónde y a quiénes canalizar recursos. Urge conseguirlos. Superar la crisis será mucho más difícil si no se cancelan las obras de infraestructura planteadas por el presidente. Si no se canaliza todo el gasto público disponible al sistema de salud. Si no se hace una readecuación presupuestal para que los recursos fluyan. Si no se protege el trabajo y el ingreso de los trabajadores en el sector informal a la par que se protege a los más pobres. Si no hay transferencias compensatorias a los sectores y a la población más afectada, entre tantas medidas más. Pero en vez de correr y saltar y moverse, México arrastra los pies. Y por ello podría terminar de rodillas.   l

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