Covid-19: la pandemia de la gran aceleración

martes, 7 de abril de 2020 · 22:15
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Muchas personas alrededor del mundo conocemos este antiguo proverbio chino: “el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”. Hoy, esta bella metáfora se materializó y tomó forma de pandemia, sembrando el caos en un sistema en el que pocos se sentían seguros y la mayoría se había acostumbrado a sobrevivir. Pese al pánico que la dispersión de este virus induce en muchos sectores de la población, hay que recordar que, tanto a nivel local como global, las enfermedades humanas provocadas por virus o bacterias nos han acompañado desde hace miles de años, cuando nuestra especie empezó a caminar por las estepas africanas. Nos siguieron cuando domesticamos a los primeros animales y plantas, estuvieron a nuestro lado en el momento en el que construimos nuestras primeras ciudades y han recorrido el mundo en nuestras carretas, barcos, trenes, carros y aviones a ritmos cada vez más vertiginosos. Nuestra relación con las enfermedades es histórica y dolorosa porque nos muestra nuestros límites biológicos y culturales. En otras palabras, nos enseña uno de los tantos rostros que tiene la muerte. Podemos señalar que, por primera vez en la historia de la humanidad, en gran medida gracias a los medios masivos de información y a las redes sociales, la pandemia adquirió un estatus global y la información estadística sobre la enfermedad cuenta con un sistema de propagación viral tan efectivo como el virus mismo. En ocasiones, las noticias que se propagan y los análisis que se hacen son tan ambiguos que pareciera que su intención es confundir y no orientar a la opinión pública. La historia ambiental global, que ha estudiado los intercambios biológicos continentales, ha demostrado cómo distintas dolencias, como hoy el covid-19, se han diseminado por el mundo diezmando demográficamente a las poblaciones que no tenían anticuerpos para hacer frente a estos agentes biológicos. Algunos de los casos más conocidos son el de la peste negra que azotó Eurasia en el S. XIV o el de la viruela o la gripe que cobró miles de vidas en tierras indígenas durante el periodo de la conquista de lo que hoy llamamos América. Así, las enfermedades y su propagación por distintas regiones del planeta fueron, son y seguirán siendo parte de la vida del sistema del mundo y sus procesos de interconexión globales. La globalización humana no comenzó con los primeros intercambios transoceánicos, pero podemos decir que con éstos inició la dispersión por el mundo de enfermedades que eran desconocidas por los anticuerpos de otras poblaciones humanas. Sin embargo, los procesos de intercambio globales tenían otros ritmos y alcances, las redes eran más restringidas y mucho más pausadas, y por consecuencia la propagación de las enfermedades era menos acelerada. Esta tendencia fue cambiando con el paso del tiempo en la medida en que el ser humano desarrolló máquinas y sistemas de comunicación que le permitieron desarrollar procesos de cambios globales más amplios. En las primeras décadas del siglo XX el mundo enfrentó una crisis epidémica por un virus de gripe H1N1 o española, pero pese a su alta letalidad su propagación no fue tan acelerada como lo vemos hoy con el covid-19. Esto se explica porque el ritmo y la interconexión en el flujo de personas y productos alrededor del mundo no era tan dinámica como lo es hoy en día. Como ejemplo, según los datos de la Organización Internacional de Aeronáutica Civil, en el año 2000 se transportaron aproximadamente mil 647 millones de pasajeros, cifra que en 2018 alcanzó los 4 mil 300 millones de personas. Después de la segunda mitad del siglo XX el mundo entró a un proceso global que los historiadores ambientales han conceptualizado como “la gran aceleración”. En este contexto el planeta empezó a experimentar un ritmo más acelerado en la explotación de los recursos naturales, en el crecimiento poblacional, el intercambio de productos y en la circulación de personas por todo el orbe, por mencionar algunos. Estos procesos desencadenaron una serie de problemas como el calentamiento global del planeta, la contaminación atmosférica, la pérdida de grandes extensiones de bosque y selvas, la contaminación y escases de agua dulce, la acidificación de los océanos, y hoy debemos sumar la propagación acelerada de enfermedades como el covid-19, como parte de los problemas que estamos enfrentando y que seguiremos viviendo como sociedad global en el futuro. Hoy distintas enfermedades que nos afectan como especie están focalizadas en distintas regiones, pero hay otras que su por su distribución planetaria, de la misma forma que la desigualdad y la pobreza, son globales y afectan a millones de seres humanos. Los virus y las bacterias, de la misma manera que cualquier entidad biológica, buscan por cualquier medio reproducirse. Para esto requieren encontrar huéspedes que les proporcionen las condiciones en ese objetivo. Sin pretenderlo, las enfermedades como el coronavirus se aprovecharán de los sistemas de transporte que hemos desarrollado para lograr una propagación acelerada. Los retos que enfrentamos de cara al covid-19 no son sólo epidemiológicos o técnicos, y podemos decir que la enfermedad no es únicamente una amenaza biológica para nuestra especie. El virus ha adquirido las dimensiones de un desafío cultural y civilizatorio para todos nosotros porque contagia tanto a pobres como a las clases medias y a los más privilegiados del planeta. Por supuesto, hay que dejar claro que ésta afecta socialmente de manera diferenciada tanto a los individuos como a las familias y a los países. Pese a ser un reto global, el mundo ha reaccionado de forma diferenciada: Las distintas comunidades nacionales han desarrollado estrategias y medidas que han incluido el cierre de fronteras, la restricción de la movilidad social, la implementación masiva de pruebas, el monitoreo basado en aplicaciones de dispositivos móviles. Las acciones emprendidas no sólo se han manifestado a nivel gubernamental, sino que también las han llevado a cabo los ciudadanos, en la medida de las posibilidades que cada individuo o comunidad tienen. Estas medidas, de la misma manera que otras crisis nacionales, se han expresado en distintas iniciativas y redes de apoyo comunitario. En las últimas semanas, en México y en otras latitudes se han adoptado estrategias para afrontar tanto la crisis epidemiológica como la económica, que no han estado exentas de críticas por parte de la ciudadanía. Sin embargo, lo que ha quedado claro, aunque pocos lo digan abiertamente, es que el modelo económico que apostó por la desregulación estatal en materia de salubridad pública y en otras áreas estratégicas, ha demostrado su ineficacia en distintas partes del mundo y en nuestro país no es la excepción. La salud de todas y todos no puede estar en manos de compañías privadas. La emergencia sanitaria por el virus covid-19 demuestra que debemos replantearnos drásticamente las medidas adoptadas desde el Consenso de Washington. La actual crisis cambió nuestras vidas y lo seguirá haciendo durante mucho tiempo. Es momento de que nuestra generación proponga un rumbo distinto, porque esta pandemia nos ha demostrado que el modelo socio-económico basado en la gran aceleración del consumo y destrucción de la naturaleza nos afecta a todos y en mayor medida a los más pobres. Debemos tomar acciones colectivas y aprender de lo que está pasando, el llamado a quedarnos en casa debe ampliarse de escala y los ciudadanos debemos encausarlo hacia acciones colectivas para cuidar la casa global que es nuestro planeta, porque esta crisis también ha demostrado que un paro de actividades impuesto por una pandemia ha permitido a los ecosistemas del planeta tener un ligero respiro, que debemos ayudar a mantener hacia el futuro. Es importante advertir que los cambios no son producto de nuestra capacidad o incapacidad para imaginar nuevas utopías, las grandes trasformaciones históricas son el resultado de nuestras acciones y habilidades para adaptarnos y buscar salidas a las crisis. * Investigador de la Coordinación de Humanidades de la UNAM y profesor de historia ambiental en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras

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