'Divertimento”, libro póstumo del poeta Daniel Leyva

viernes, 22 de mayo de 2020 · 00:57
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Ediciones sin nombre y Producciones Delba acaban de editar en Cuadernos de La Salamandra, las 289 páginas del libro póstumo “Divertimento”, del poeta Daniel Leyva (D.F., 28 de julio de 1949-Ciudad de México, 21 de octubre de 2019), con prólogo de Santiago Escobar y un dibujo de la Torre Eiffel en fondo azul (www.edicionessinnombre.com). A continuación, ofrecemos el prólogo denominado “Biografía de un personaje que se negó a morir”, que incluye el siguiente epígrafe:  “divertimento, m. Obra artística o literaria de carácter ligero, cuyo fin es divertir”.- DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Es de resaltar que el más reciente número de la revista “Les ateliers du SAL” estuvo dedicado al también novelista, promotor cultural y diplomático mexicano. Por cortesía de Guillermina Ochoa Espinosa y los herederos de Daniel Leyva, entregamos a nuestros lectores este prólogo de Escobar.
Antecedentes
Conocí a Daniel Leyva en París en la primavera de mil novecientos setenta y seis. Iniciaba mi Doctorado en Letras Hispánicas y solía visitar por las tardes, la librería española que entonces se ubicaba en la esquina de la Rue de Seine y la Rue Clément, a unos metros del Boulevard Saint-Germain. Una tarde descubrí en la vitrina un libro de color marrón oscuro. Se trataba de un volumen de poesía de la colección Las Dos Orillas, que publicaba Joaquín Mortiz, la más importante editorial de literatura en lengua castellana en esos años con Don Joaquín Díez Canedo y Don Bernardo Giner de los Ríos al frente. Grandes hombres del exilio español en México con el cual yo me identificaba por ser fruto del exilio español en Francia. Uno de los propósitos de esa colección era que los lectores de poesía leyeran poesía, no biografías, así que no encontraba ningún dato sobre el autor al interior del libro. Pero lo que más me sorprendió fue que sobre la portada sólo había tres palabras en mayúsculas blancas, una bajo la otra y con la misma topografía: DANIEL LEYVA CRISPAL No se podía saber cuál era el título y cuál era el nombre del autor. Al desconocer la tercera palabra, supuse que tal vez sería un apellido. ¿Se llamaba el libro “Daniel” y el autor era un señor, o señora, Leyva Crispal? ¿O “Crispal” era un título inventado a la manera de “Trilce”? Fuese como fuera, esa duda, incertidumbre, aceptable ambigüedad o involuntario gazapo en el diseño fue lo primero que me llamó mi atención. Entré a la librería, lo compré y pregunté qué otras novedades habían llegado de Joaquín Mortiz. Hace tiempo que no recibimos nada de México, este libro es de un chico mexicano que dejó cinco ejemplares a consignación, todos los días pasa alrededor de las cinco de la tarde para preguntar si se había vendido alguno, puede usted esperarlo, no tardará. Me quedé en la librería leyendo “Crispal” y al cabo de una media hora entró Daniel Leyva. Muy alto, extremadamente delgado, el pelo largo como se acostumbraba y parecía mucho más joven de los veintiséis años que tenía, lo que sí era ya, diríamos ahora, un exceso de juventud. Le pedí que me firmara un libro. Leyva escribió, con la misma letra temblorosa que siempre le ha caracterizado, “Para Santiago Escobar, mi primer lector. París, mil novecientos setenta y seis”. Desde entonces eso soy, su primer lector, antes que cualquier familiar, amigo o posible editor. Le invité una cerveza y caminamos hacia La Palette, calle abajo, sobre la misma Rue de Seine. Más de cuarenta años después, Leyva me envía “Divertimento”, y cómo no recordar aquella primavera parisina y a “Crispal”, si en el fondo es un mismo libro. La biografía de un personaje que se negó a morir. El análisis literario, la exégesis, la glosa y hasta la reseña, dada mi estrecha relación de amistad y afecto con el amor, se las dejo a críticos y académicos más avezados y competentes que yo. Me ocuparé, tan sólo, de la forma.  
Acerca de “Crispal”
Terminado de imprimir en noviembre de mil novecientos setenta y cinco, mil ejemplares y sobrantes de reposición, salió a librerías a principios de mil novecientos setenta y seis. Ese mismo año “Crispal” obtuvo la distinción literaria más importante de México, el “Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores”, siendo Daniel Leyva, hasta la fecha, el autor más joven en haberlo ganado y con toda seguridad el primero por su “ópera prima”. “Crispal” está estructurado en tres secciones; “Luciano”, “Incandescencias” y “La Pluma de Cristal”. Las tres primeras son un sólo poema, “Luciano” muchísimo más largo que “La Pluma de Cristal”. A “Incandescencias” la componen ocho poemas. El libro fue escrito entre mil novecientos setenta, el año en que Leyva llega a París y mil novecientos setenta y tres, o sea entre los veintiuno y los veinticuatro años de edad. Al inicio de “Luciano” podemos leer, entre paréntesis y a guisa de introducción, la frase (“Poema largo muy largo largo en varios cuadros y un Círculo”) y está dedicado a “París en Invierno”. En realidad, se trata de tres grupos de poemas numerados, cada conjunto, del uno al nueve. Veintisiete poemas en donde Leyva narra las vicisitudes de un personaje llamado Luciano durante un invierno en París. El poema inicia: Pensé en suicidarme esta mañana pero cuando salí a la calle y sentí el frío decidí aguantar una semana más… y finaliza cuando la primavera comienza y el suicidio ya no es una opción. Recuerdo que el poeta y traductor Jean-Clarence Lambert acostumbraba citar al inicio de “Luciano” como una muestra de humor negro y de la agudeza irónica tan característica de los mexicanos, pero, afirmaba Lambert, tan ausente en la poesía mexicana. “Crispal” incluye versos en diferentes idiomas, juegos tipográficos, un ideograma y hasta un pentagrama. Un eco de Ezra Pound se deja escuchar entre las páginas mezclado con Guillaume Apollinaire, José Juan Tablada, los poetas surrealistas, George Bataille, Octavio Paz, Xavier Villaurrutia, René Daumal, a quien cita en dos epígrafes, inclusive el mismo San Juan de la Cruz y, por supuesto, el César Vallejo de “Trilce”. No son los primeros versos de un joven de veinte años. Es la obra de un poeta consumado. Al final de “Crispal” se lee: --Vamos a acabarlo todo de un plumazo: y al dar la vuelta a la páginas, nos encontramos con la frase: pero de un plumazo de cristal cortado bordeando el dibujo de una pluma de ave como aquellas usadas para escribir. Sólo entonces caí en la cuenta: “Crispal”. “cris” tal y “pal” abra. En mil novecientos ochenta Daniel Leyva cerró el círculo publicando, bajo el sello de Premia, “Talabra”: cris “tal” y pal “abra”. Ahora, con “Divertimento”, ha vuelto a abrir, no un círculo, sí una espiral.
Acerca de “Divertimento”
“Divertimento”, también está dedicado a París en invierno, utiliza la misma estructura de “Crispal” y continúa narrando las vicisitudes del personaje de Luciano a partir de donde éste se quedó. Lo componen, al igual que “Crispal”, tres grupos de poemas numerados del uno al nueve, pero en esta ocasión cada uno tiene un título a la manera de una composición sinfónica: “Primer movimiento: Ieri, passato fugace”. “Segundo movimiento: Oggi, presente vivacci”. “Tercer movimiento: Domani, la forza del destino”. Además, cada grupo es precedido por un poema bajo el signo numérico cero que actúa como un tema melódico, pues se deja sentir a lo largo de los nueve poemas de cada movimiento como si se tratase de una obra musical sinfónica y no de una obra literaria. Los tres textos cero están en verso libre, no así los veintisiete poemas restantes. El cero del “primer movimiento” es el primer poema de “Luciano en Crispal” y la última página de “Divertimento”, es igual a la última página de “Crispal”. Como lo mencioné líneas arriba, no se cierra un círculo abierto hace casi cincuenta años, en el invierno de mil novecientos setenta, se continúa una espiral que se ha ido abriendo poco a poco. Luciano ha vivido todos esos años en París y ahora está solo, viejo y cansado esperando que venga su autor para escribirle su final. Es, como ya se ha dicho, la biografía de un personaje que se negó a morir. Con “Divertimento”, Leyva no cierra ningún ciclo, lo continúa. El ciclo en donde nos narra cómo venció a la adversidad y siguió fiel a lo que fue en su juventud, incorporando las enseñanzas y las vivencias de la vida. En última instancia, la obra de un autor escrita a lo largo de los años es un solo libro. En algunos casos lleno de páginas, en otros, breve y conciso. En la obra de Leyva vemos que predomina un tema: la dualidad. La palabra y el silencio, el autor y el narrador, los hermanos gemelos, los nombres y los seudónimos, lo dicho y lo no dicho, la tesis y la antítesis, la verdad y la mentira, el blanco y el color, el día y la noche, la memoria y el olvido, la vida y la muerte, el espejo y su imagen por la que nunca pasa el tiempo y el tiempo que pasa hasta cuando no nos damos cuenta de que somos nosotros los que pasamos por el tiempo, como hubiese dicho Octavio Paz. Por eso Leyva no se define ni como poeta ni como narrador. Escribe palabras y el lector es quien hace el poema o la narración cuando lee las palabras por él sugeridas. No hay literatura sin lector, aunque sea el mismo autor el único lector de esa literatura. Ese es el tema principal de su primera novela “¿ABCEDario o ABeCeDamo?”, Joaquín Mortiz 1980. Para Leyva la literatura es un objeto hecho de palabras que sólo existe cuando son leídas. Líneas arriba mencioné que los poemas cero están escritos en verso libre, “no así los veintisiete poemas restantes”. En efecto, cuatro mil quinientos cincuenta y dos versos componen esos veintisiete poemas. Y todos ellos, más las tres líneas de la dedicatoria, son endecasílabos tradicionales y considerados correcto y cien por ciento coincidentes. Los endecasílabos coincidentes al cien por ciento son, permítanme la expresión, endecasílabos clásicos entre los clásicos. Esto significa que no sólo tienen las once sílabas obligatorias, sino que además se acentúan en determinadas sílabas. Y los hay melódicos, heroicos, sáficos, dactílicos, enfáticos, galaicos antiguos, horacianos o yámbicos, por citar algunos. Y estos pueden tener diferentes versiones como puro, corto, largo, difuso, pleno, la francesa o gaita gallega, por mencionar unos cuantos. Baste recordar que no todos los sonetos clásicos están constituidos por endecasílabos correctos y cien por ciento coincidentes. “Amor constante más allá de la muerte”, de Francisco de Quevedo, uno de los sonetos más conocidos de la literatura española, entre sus catorce versos tiene cuatro endecasílabos que no son cien por ciento coincidentes y, curiosamente, uno en cada estrofa. Escribir los cuatro mil quinientos cincuenta u dos endecasílabos correctos y cien por ciento coincidentes, más los tres de la dedicatoria, no fue, para Daniel Leyva, ni un reto ni una proeza, fue un divertimento. Cabe mencionar que hay diez versos que, por ser citas, escapan a este rigor. Uno de Alí Chumacero, tres de Fernando Pessoa y que se repiten, dos de Xavier Villaurrutia y uno de Homero Manzi. Si bien el ritmo poético, propiamente dicho, no se mantiene a lo largo de todo el texto, vale la pena recordar que “Divertimento”, no es un poema en sí. Se trata de una narración. Cierto, escrita en endecasílabos, pero narración al fin y al cabo. Una simple narración en verso. ¿Una novela versificada?, tal vez.

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