El covid-19 es una lupa que nos revela las inmorales estructuras sociales: sacerdote jesuita

viernes, 12 de junio de 2020 · 23:02
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Para el sacerdote jesuita de la Sierra Tarahumara Javier “El Pato” Ávila Aguirre, hay pandemias más graves que el covid-19 en esa región, como la violencia y las sistemáticas agresiones contra los pueblos originarios. En una plática del movimiento Encuentro Mundial de Valores, a través de la plataforma de Facebook, el sacerdote radicado en Creel, municipio de Bocoyna, dijo que los pueblos indígenas son agredidos por megaproyectos y otros actores que continúan trabajando, pese a la pandemia. “Continúan los proyectos del Istmo, ecocidas y devastadores de grandes territorios -el Tren Maya, aeropuerto, minas la deforestación, refinería–, siguen los proyectos y se sigue buscando con todos los medios revocar los amparos que las mismas comunidades han ganado para proteger sus derechos al territorio, a la tierra, parte de su identidad cultural, de su historia, de su cosmovisión. Pareciera que ‘aquí no pasa nada’, porque la vida sigue igual en muchos caminos, con pandemia, sin pandemia y a pesar de la pandemia”. Y advirtió: “Aquí (en la Tarahumara) la vida sigue con pandemia, sin pandemia y a pesar de la pandemia”. El jesuita recordó la pretensión del gobierno federal para pedirle a la madre tierra el permiso para construir un megaproyecto, habló de la simulación o falsas consultas a los pueblos para reafirmar la imposición, y de las agresiones ancestrales que sufren los pueblos originarios. “Frente a esta pandemia, impresiona la manera tan equivocada como muchos gobernadores del País, prescinden de la salud, no les importa la vida y exigen reactivar la economía a como dé lugar. Entonces entiende uno por qué tratan a los pueblos indígenas como los tratan y los marginan todavía más en estos tiempos de pandemia. Ojalá entiendan esas autoridades que ya no funcionan las cosas como se han hecho. Sean humildes: los gobiernos no tienen todas las respuestas Es patente: la pandemia desnuda a quienes se han creído vestidos con autoridad (…) Covid-19 ha hecho reacción en una pandemia peor, que se llama capitalismo. Covid-19 es una lupa que nos revela las inmorales estructuras sociales”. Y la Tarahumara no está exenta de esa realidad, pero los pueblos, subrayó, tienen alternativas reales para existir ante un sistema que los invade, porque saben construir algo distinto, a pesar de que no será fácil, porque no han sido incorporados a las decisiones institucionales. Los pueblos indígenas –añadió– han encontrado la muerte al defender sus derechos. Sufren desprecio, despojo, y pareciera que sólo existen para ser conquistados y despojados de sus tierras, para ser mostrados a otras naciones y al turismo por sus costumbres “extrañas” que muestran el folklor. “Esa es otra pandemia”. Mencionó que un foro de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con diferentes representantes de pueblos originarios en América Latina que hoy están siendo tocados por la pandemia, se escucharon narraciones con dolor y esperanza de la realidad. “(…) Lo vivido ancestralmente, pero ahora es llevado a extremos de muerte: fuertes crisis económicas. La salud como negocio y no como derecho. El que tiene dinero es atendido y el pobre no tiene cómo buscar auxilio, con gobiernos que no le garantizan el derecho a la salud, y sin calidad de servicios. Es deficiente la educación sin equipos necesarios para impartirla de manera virtual, oídos sordos a pedidos constantes”. Hay 420 pueblos indígenas olvidados en la cuenca amazónica que no tienen medios para enfrentar la pandemia, detalló. Y más: “Se está demostrando con toda claridad la crisis estructural en muchos países, que pone en peligro de extinción a pueblos (…) es un triste sentimiento de abandono. Lo que debería de ser normal en un Estado de derecho se convierte en algo a conquistar en las democracias que son un territorio de desprotegidos”. En algunas comunidades de América Latina, abundó, han establecido sus propios controles de entradas y salidas a sus comunidades, pero no ha sido suficiente. A algunas comunidades llega el apoyo a cuentagotas o no llega. Otras recurren a plantas medicinales y espirituales con buenas experiencias, pero la pandemia no deja de golpearlos por los niveles de pobreza que arrastran históricamente. “Las comunidades se han protegido. Estos tiempos y estas emergencias no son de hoy, ni de ayer, son de siempre. Nuestras respuestas son las mismas de siempre, buscando la manera de tocar los efectos en lugar de abatir las causas”, añadió el jesuita. Y el pueblo rarámuri –dijo– puede aportar desde su experiencia de vida y su cosmovisión para encontrar soluciones, si se le escucha, pero hasta ahora no se ha hecho. Las comunidades de la tarahumara son asentamientos dispersos en zonas más abruptas para evitar la relación con sus agresores. Esta forma de organizarse la implementaron desde la conquista, justo porque no querían relacionarse con los españoles. Posteriormente, con los jesuitas, idearon opciones menos violentas, como los centros de reuniones, para socializar, acotó. “El Covid-19 apareció de manera hegemónica, de proponer mecanismos de actuación sobre él. Se impone el miedo que debemos tenerle, la manera de proceder ante él y la forma de entenderlo como algo peligroso que hay que tenerle medo por encima de todo. Los medos de comunicación se han encargado de construir esa imagen respondiendo a posturas poco claras y los gobiernos, parece que han utilizado el Covid como una herramienta política para acreditar o para desacreditar a los demás y radicalizar el fenómeno”. Las poblaciones indígenas de Chihuahua, por ejemplo, han resultado menos dañadas a esa sensación, porque no tienen acceso a esa información, a esa imposición, a pesar de las consecuencias, como en la Amazonía, consideró el sacerdote. “Y no se puede negar que las comunidades están acostumbradas a estas agresiones para tantas enfermedades que las acosan: tuberculosis, tosferina, desnutrición, paludismo, y de todas estas enfermedades han ido saliendo adelante. Javier Ávila indicó que la semana santa es una de las celebraciones más grandes para los pueblos de la Tarahumara, y este año la gente comenzó a escuchar las recomendaciones sanitarias, como suspender los grandes festejos. “Entendieron el riesgo y lo asumieron al decidir tener sus celebraciones, y primera vez, la semana santa se celebró más al interior, con más paz y libertad. Sin la presencia del turismo que altera tanto el ritmo de sus vidas y las celebraciones, se recuperaron ritos y su sentido ancestral. Fue ocasión para recuperar también los orígenes de la celebración y comentan que fue como un respiro”. Los días que siguieron continuaron su vida normal. “¿Cómo se le pide a una comunidad que se aísle cuando todo lo importante para ellos es hacerlo en comunidad, celebrando juntos, planeando juntos, trabajando juntos, organizando las cosas entre todos? Ellos dicen que Dios les encargó cuidar el mundo porque nosotros nos lo estamos acabando, y la mejor manera de cuidarlo es haciendo fiesta, todos están felices, hay comida para todos, no hay separaciones (…) A pesar de la dispersión que viven, no se les puede pedir que se aíslen. “Siempre hemos querido que celebren, que actúen como nosotros. La pandemia nos ha dejado muchas experiencias de vida, una de éstas es la forma de ver la vida que tienen los pueblos indígenas y la forma de enfrentarla. Si nos dejáramos, esas son las cosas que nos pueden enseñar los pueblos indígenas”. Sin embargo, remató, en pandemia no se les puede pedir algo sin darles las condiciones para hacerlo, porque se van a morir en su casa, y no por covid-19, sino por hambre, dolor e injusticia.

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