El presidente que amaba a los pobres

lunes, 22 de junio de 2020 · 12:02
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso). - Nadie como Andrés Manuel López Obrador conoce la pobreza del país. Nadie como él ha recorrido las rancherías y los pueblos y las zonas más marginadas. Nadie como él entiende y sufre la desesperanza que se respira ahí. El México de los de abajo, ignorado, despreciado, ocultado. El México habitado por una subclase permanente de 52 millones de personas, muchas de las cuales no tienen dinero suficiente al día para comer. Los sobrevivientes de un sistema económico y político que no ha funcionado para ellos, con avances y logros infinitesimales ante la inmensidad de los retos. Sexenio tras sexenio, gobierno tras gobierno, 30 años ostensiblemente combatiendo la pobreza que persiste, tercamente. No sorprende que haya ganado un político que prometió ponerlos primero. Sí sorprende que una vez en el poder, no se aboque a protegerlos. Lo hace en el discurso, lo hace en la escenografía de las giras, lo hace en los videos que tuitea, lo hace en la narrativa antineoliberal que disemina desde la mañanera. Pero las políticas públicas instrumentadas durante la crisis del coronavirus contradicen su compromiso con los más necesitados. La cantidad paupérrima de recursos diseminados en medio de la pandemia contradicen la postura que pregona. En la era de programas ambiciosos de rescate a las pequeñas y medianas empresas, de transferencias multimillonarias a los desempleados, de apoyos estatales para proteger a los vulnerables a nivel global, AMLO destaca por su pichicatería. Por su resistencia a canalizar más recursos públicos a quienes menos tienen. Por su conservadurismo fiscal que sólo exacerba la debacle nacional. Y ese posicionamiento, merecedor de los aplausos de Margaret Thatcher, no demuestra humanismo o solidaridad; exhibe desconocimiento y crueldad. Crueldad frente a las familias de los niños con cáncer, en busca desesperada de medicamentos inexistentes porque Raquel Buenrostro insistió en impulsar compras consolidadas sin asegurar el abastecimiento primero. Crueldad frente a las mujeres víctimas de la violencia doméstica, confinadas en casa con su agresor, debido a la clausura de refugios para atenderlas. Crueldad con los 30 millones de mexicanos que trabajan en el sector informal, ahora obligados a salir a la calle en medio del pico de la pandemia, porque el gobierno no les proveyó dinero para que se quedaran en casa. Crueldad con los científicos en instituciones a las cuales se les ha estrangulado presupuestalmente en nombre de la austeridad selectiva. Crueldad con quienes le reclamaron al presidente las muertes y la inseguridad en Veracruz, y a quienes no quiso atender por guardar la “sana distancia”. La 4T se califica a sí misma de transformadora cuando ha resultado ser cruel. Como cuando los tuiteros de la red AMLOVE se burlan de quienes reclaman, pancartas en mano, afuera de las puertas de Palacio Nacional. Como cuando utilizan argumentos sexistas para descalificar a Carmen Aristegui o a Lydia Cacho, porque osaron manifestar un desacuerdo o diseminar una crítica. Como cuando insultan a Ana Francisca por solidarizarse con los niños con cáncer y sin tratamientos oncológicos. El propio presidente encarna esa actitud cuando afirma que le “divierte” distraer con el tema del BOA, aunque su existencia sea apócrifa. AMLO sienta el tono socarrón, promueve el tenor burlón. Lo suyo no es la sensibilidad sino la sorna. Para cualquiera con temor a denunciar lo que está padeciendo o sufriendo en estos tiempos terribles, basta con ver cómo reaccionará el presidente. Con risas, con descalificaciones, con conspiraciones. La malicia abrazada como virtud, imposible de contener, difícil de frenar. Y en la cual participan, gustosamente, sus seguidores. Felices de encabezar linchamientos contra viejos aliados o nuevos enemigos. Contentos de promover campañas de desprestigio contra periodistas, contra los medios, contra revistas como Proceso por hacer el trabajo que siempre ha hecho. No es sólo que los perpetradores de la crueldad la disfruten; la disfrutan porque emulan el comportamiento del presidente. Sus risas revelan la insinceridad subyacente de quienes juran ser izquierdistas y progresistas y tolerantes, pero no tienen la menor intención de respetar los principios de esas palabras. Dicen que no son racistas, pero aplauden a un presidente que maltrata y deporta a los inmigrantes. Dicen que no son sexistas, pero no contestan a las mujeres con argumentos, sino con insultos u “otros datos” sobre las denuncias que intentan hacer. Dicen que este presidente pone primero a los pobres, pero guardan silencio cuando las políticas que AMLO adopta engrosarán sus filas. Lo hemos visto en los últimos dos meses. La caída brutal en el empleo formal. Los cientos de miles que han dejado de tener seguridad social. La caída generalizada en el salario. El aumento de la pobreza en zonas urbanas y rurales. La pérdida de fuentes de ingreso en el sector informal. Según la última proyección del Coneval en el documento La política social en el contexto de la pandemia, el número total de personas en situación de pobreza extrema aumentará –en un cálculo conservador– en por lo menos 6.1 millones. Además, “la falta de políticas públicas que atiendan a la población con ingreso medio puede aumentar la cantidad de personas en situación de pobreza por ingreso”. AMLO canalizando muy poco a los pobres actuales e ignorando a los pobres por venir. A algunos pobres les asegura seguirlo siendo, a otros los engendrará. Esto es absolutamente incoherente. El presidente que luchó para llegar al poder con el objetivo de proteger a los pobres, toma decisiones que los dejan desamparados. Los pone primero, pero ampliando sus números, multiplicando sus miserias, perpetuando su estancamiento. La 4T se regodea en la crueldad contra los que odia, sin darse cuenta que también la ejerce contra los que ama. Este análisis forma parte del número 2277 de la edición impresa de Proceso, publicado el 21 de junio de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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