No vaya, señor presidente

miércoles, 1 de julio de 2020 · 11:21
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso). - La astucia de Andrés Manuel López Obrador para salirse con la suya en cuestiones de política nacional ha sido puesta a prueba en la esfera internacional por el presidente Donald Trump. El martes 23 de junio el mandatario estadunidense visitó la frontera y desde ahí envió, otra vez, un regalo envenenado para el habitante del Palacio Nacional. Por una parte, agradeció al gobierno mexicano por desplegar más de 20 mil efectivos del Ejército y la Guardia Nacional para cerrarle el paso a la migración centroamericana; por otra, insistió en que esperaba que López Obrador visitara pronto la Casa Blanca. Para rematar, Trump dijo del presidente mexicano que era “realmente un buen hombre”. La respuesta del mandatario mexicano no aguardó siquiera las 24 horas: el miércoles confirmó que era altamente probable su visita a Washington DC en julio con el propósito de dar el banderazo al nuevo tratado de libre comercio (T-MEC). López Obrador también conminó a Justin Trudeau, premier canadiense, para que se uniera a la fiesta en el Salón Oval de la Casa Blanca. Cabe prever que Trudeu eluda la trampa, porque la relación entre esos dos vecinos transita desde hace algún tiempo por muy malas brechas, y también porque los canadienses están conscientes del mal gusto político que significa intervenir en el proceso electoral estadunidense que va corriendo. Los comicios de noviembre en Estados Unidos deberían también ser el principal motivo por el que Andrés Manuel López Obrador decline la invitación. No hay argumento que alcance para negar que una visita del presidente mexicano en estos momentos a la ciudad de Washington implica un acto de intervención que, aunque indirecto, terminaría beneficiando la campaña de Donald Trump. El principio de política exterior que previene de cualquier injerencia en los asuntos de otro país sería fracturado si Andrés Manuel López Obrador concediese visitar a su homólogo en estas fechas políticamente delicadas. Enrique Peña Nieto se equivocó en redondo cuando invitó a Trump para que visitara Los Pinos en agosto de 2017. Entonces el magnate era un candidato republicano que había construido su popularidad a partir de demonizar a México y los mexicanos. No hubo, por tanto, explicación capaz de atemperar el agravio emocional que Peña impuso sobre sus connacionales, de este y el otro lado de la frontera, por disponer un tapete rojo para un sujeto que no se lo merecía. El ultraje creció esa misma noche cuando, de regreso a su país, Donald Trump encabezó un acto de campaña en la ciudad de Phoenix donde arremetió, con la peor rabia, contra nuestra identidad y cultura. El republicano había calculado bien las jugadas. Por la mañana usó a Enrique Peña Nieto como telonero para un show que, en realidad, tuvo lugar por la noche en Arizona: el del linchamiento mexicano. Las encuestas de popularidad no perdonaron al presidente mexicano. Enrique Peña ya no pudo recuperarse de la debacle en su popularidad que le impuso ese error político, aun si para reconocer el yerro ofreció la renuncia de su brazo derecho, Luis Videgaray, como integrante de su gabinete. La nefasta experiencia de 2017 no debería quedar fuera de los cálculos que el presidente López Obrador haga en estos días. A esa evaluación habría de sumarle argumentos de la coyuntura política que hoy son diferentes. Destaca, después del desafortunado episodio de George Floyd, que las minorías agraviadas por Donald Trump –hispanos, afrodescendientes y poblaciones islámicas– han cerrado filas y militancia contra su reelección. En 2017 esas mismas minorías estaban divididas por dentro y apartadas entre sí. Ahora las cosas son distintas. La obsesión de Trump por quedar bien con su base electoral más dura logró cohesionar sólidamente a sus adversarios. La encuesta publicada esta misma semana por The New York Times, en colaboración con el Siena College, exhibe que, tanto el voto femenino como el de los electores que no se identifican como blancos, constituye una mayoría robusta de oposición frente al actual habitante de la Casa Blanca. Más aún, la voluntad de esos sectores se ha desplazado decididamente a favor de la candidatura presidencial de Joe Biden, al punto en que, de acuerdo con la misma encuesta, el abanderado demócrata supera por 14 puntos a Donald Trump. Este es otro argumento que López Obrador debería considerar: a menos que un milagro ocurra de aquí a noviembre, el próximo gobierno de los Estados Unidos estará en manos demócratas. En 2017 Hilary Clinton expresó su desagrado por la recepción que Peña Nieto ofreció a su oponente y señaló de manera abierta al gobierno mexicano por intervenir con imprudencia en el proceso electoral de su país. Clinton no tuvo oportunidad de castigar, desde la Casa Blanca, ese error político, pero en esta ocasión muy probablemente las cosas serían distintas. No le conviene al pueblo mexicano retar otra vez al Partido Demócrata violando el principio internacional de la no intervención. El costo para la futura relación de los dos gobiernos arrancaría sombrío si López Obrador cometiera el equívoco de darle tan temprano la espalda a Joe Biden. A menos que Justin Trudeau fuera parte de la coreografía de la visita y el gobierno mexicano asegurara también una entrevista del presidente mexicano con el candidato demócrata, Andrés Manuel López Obrador no debe ir a Washington. Ya que no cabe contar con la ingenuidad simultánea de Trudeau y Biden, mejor dar las gracias y a otra cosa. Este análisis forma parte del número 2278 de la edición impresa de Proceso, publicado el 28 de junio de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí Nota del editor: en la antesala de la publicación de este texto en la edición digital de Proceso, el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador confirmó su visita a Estados Unidos el 8 y 9 de julio de 2020 para encontrarse en dos ocasiones con el mandatario de ese país, Donald Trump. Hasta el momento, no se ha confirmado la asistencia de Justin Trudeau.

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