Arandas está de luto: velan a cuatro de las víctimas de masacre en anexo de Irapuato

sábado, 4 de julio de 2020 · 17:49
IRAPUATO, Gto. (proceso.com.mx).– Arandas es una comunidad de dolientes. Sus pobladores salieron a la calle principal, a las orillas del campo deportivo que solía reunirlos en otras tardes, pero esta vez para esperar a sus muertos. Algunos con cohetes, otros con pancartas, todos con aplausos y lágrimas, reciben las carrozas con los restos de los adolescentes y hombres del pueblo asesinados dentro la casa donde funcionaba el anexo3 “Buscando el camino a mi recuperación”, el miércoles 1. Para el viernes ya eran 27 los muertos. A los 24 hombres asesinados esa tarde dentro del inmueble de dos plantas se sumaron tres que murieron en las horas siguientes en los hospitales donde eran atendidos.
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Comando irrumpe en anexo y masacra a 24 personas en Irapuato No todos vivían en esta comunidad, inmersa ya dentro de la mancha urbana de Irapuato. El límite lo marca el “Cuarto cinturón vial”, un libramiento de vía rápida para esta ciudad, la cuarta más peligrosa del mundo “sin estar en guerra”, según el ranking del Consejo Ciudadano de Seguridad Pública y Justicia Penal. La gente de Arandas dice que un día antes de la matanza, afuera del anexo fueron dejadas varias cartulinas con una amenaza. Y que ni los encargados del lugar, ni los internos, ni los vecinos pensaron que en las horas siguientes el sitio sería el objetivo de un acto de exterminio. Porque esta guerra en Guanajuato no necesita dos naciones para ser tal. Tiene dos grupos criminales y la suma de fallas de cada autoridad involucrada. También dicen que la comunidad de Arandas tenía otros tres o cuatro anexos similares. Después del ataque del miércoles 1 ya ninguno abrió. La noche del viernes, algunas personas sacan aparatos electrónicos y otros enseres del anexo; batallan para cerrar la reja blanca, mientras vuelven a amarrar los listones amarillos que levantan del piso de lodo de la calle. A los pies de la reja se van acumulando las rosas rojas y las veladoras.
“Yuyo”
Es noche de luna llena la del viernes 3. Con cohetes, porras, bocinazos y pancartas, “Yuyo” fue recibido por su familia y amigos. Así conocen en Arandas a Jesús, un adolescente de 16 años que decidió entrar al anexo “porque nos decía que quería recuperarse, quería salir adelante por su mamá, por su papá; nos pidió que lo ayudáramos, que lo apoyáramos”, dijo su tía unos minutos antes de que la carroza entrara a la comunidad. La mujer esperó por varias horas de pie junto a los árboles que rodean el campo deportivo, con la telesecundaria de Arandas al fondo. Se le fueron sumando amigos y amigas de “Yuyo”, compañeros de escuela que llegaron en motos y a pie. A la llegada de la carroza fúnebre la detuvieron, sacaron el féretro y lo cargaron hasta la casa del muchacho, acompañados de cohetes, bocinas de las motos y gritos de “¡Yuyo, Yuyo, Yuyo!”. https://twitter.com/proceso/status/1279475547547017218?s=20 “Era un niño genial; todo mundo lo conocía, amigos, señoras, señores, todas las personas lo respetaban por ser un niño bueno”, dice su tía. “Nunca se metió en problemas con nadie; lamentablemente por las malas amistades llevó el camino de las drogas, pero él era un niño bueno”. A “Yuyo” le faltaba menos de un mes de los cuatro reglamentarios en el anexo; su salida ya tenía fecha: el 27 de julio. “No se pudo”. Quería terminar la preparatoria y poner una “barber shop”. “Sus padres están destrozados. Solamente queríamos que saliera adelante” y por eso lo ingresaron al anexo “Buscando el camino a mi recuperación”, que recurría a la religión cristiana como parte de sus recursos de rehabilitación. En su página de Facebook, varios videos y fotografías muestran a los internos cantando, tomados de las manos, reunidos a la hora de la comida; grupos de mujeres y hombres que posan abrazados, que sonríen y saludan a la cámara. “Muchas personas nos decían que era un buen lugar. Y fue un buen lugar hasta ese momento, sí lo ayudaban”. La tía de “Yuyo” dice que éste consumía mariguana. “En las calles se encuentra con todo uno. Ellos al estar tan chicos quieren experimentar, quieren saber, quieren probar. Lamentablemente probó y cayó”.
Omar, Cristian y Giovanni, hermanos
En el lado opuesto del campo deportivo, a una cuadra, hay una calle cerrada por sillas y dos carpas instaladas a lo ancho del arroyo vehicular. Allí está ya el féretro con el cuerpo de Omar, de 39 años, otra de las víctimas de la acometida criminal al anexo, el peor cometido hasta ahora en Guanajuato. Rosa espera los restos de otros dos de sus hijos, Giovanni, de 27, y Cristian, de 30, todos asesinados ese miércoles en la casa de “Buscando el camino a mi recuperación”. Omar y Cristian estaban internados en el anexo. Giovanni tenía unos minutos de haber llegado a visitar a sus hermanos para dejarles unos refrescos. Ya no salió vivo. “Giovanni ya había cumplido su proceso (de rehabilitación) en otro lugar. Cristian también ya lo había cumplido, duró una semana fuera, trabajó y volvió a caer, yo lo ingresé de nuevo”, dice Rosa, de pie a unos metros del féretro de Omar. Los tres hermanos eran albañiles, mismo oficio de su padre. La mujer contesta llamadas y preguntas de reporteros, recibe abrazos y palabras de los vecinos, organiza el acomodo de las sillas, recibe a empleados del municipio que han dado vueltas. Alguna autoridad le llevó una de las dos carpas instaladas para el resguardo de quienes acompañan a la familia en este velorio, por si llueve. Esa tarde del miércoles 1, Rosa estaba dormida porque había salido del turno nocturno de la empresa donde trabaja. Su esposo le habló: “balacearon el anexo”. “Me levanté y nos fuimos corre y corre. Ya cuando llegamos nos dijo la hija del padrino que Giovanni estaba dormido ahí abajo y mis otros dos hijos arriba (sic)”. Con los dedos de las manos, Rosa hace el recuento de sus nietos ahora sin padres. Ocho. Una de las hijas de Giovanni la abraza mientras sostiene la fotografía de los tres hermanos que la familia muestra a quienes llegan a darles el pésame. A Rosa ya nada más le quedan dos hijos de los siete que tuvo. “Juan Carlos se murió a los 27 años, el 9 de éste (junio) hace ocho años, de enfermedad. Mi hijo Iván, el 27 de marzo hizo un año (que) lo apachurró una tolva, y ahorita mis tres hijos”. Siete de sus hijos muertos en los últimos ocho años. El esposo de Rosa pasa y le pone la mano en el hombro. “Yo los miraba que se drogaban y los quería ver bien. ¿Entonces, qué hace uno? vamos ahora sí que a rehabilitarlos, entonces los metimos. Pero ¿pos uno qué va a saber qué va a pasar?”, dijo el hombre, quien en su propia versión de lo ocurrido recordó que esa tarde del miércoles alguien tocó a la puerta de la casa, unos pocos minutos después de que él llegara de la calle, y se cruzó con Giovanni en camino al anexo para ver a sus hermanos. “Mi mujer y yo nos levantamos en chinga, nos fuimos en chinga. Pero no, ya había pasado toda la carnicería que habían hecho. No nos dejaron entrar a verlos, la gente ahí toda desesperada”. Ese día vieron tantos soldados, policías y ministeriales como nunca en su vida juntos, después del ataque. “Ahora ya está todo tranquilo, parece como que no les interesa, porque no hacen nada”, dice. En la comunidad un Jeep con cuatro o cinco militares recorre las calles. Un par de patrullas de las fuerzas de seguridad del estado arribaron cuando llegó el cuerpo de “Yuyo” a la comunidad. “¿Qué se gana uno si no hacen nada? Está muy mal aquí, ya hay mucha delincuencia, ya la gente ni puede salir uno en la noche, los maleantes ya nomás están esperando a ver qué le van a quitar a uno”, dice el padre de Giovanni, Omar y Cristian. “Está muy descontrolado esto, el gobierno no puede o no sé”. Rosa tiene otra manera de decir lo que piensa, con el rostro endurecido, mirando sin ver. “No, pues ya sabe que no hacen nada. Quieren matar a uno como pulgas. –¿No espera nada, ni justicia? “La autoridad no sirve pa’ nada, ¿o sí servirá? Porque si está viendo todo lo que pasó, la autoridad en vez de que salgan a buscarlos se quedan ahí como tontos, viendo como están sacando todos los heridos y los muertos de allá adentro y ¿qué hacen? No hacen nada. Friegan al perro más pulgoso, ¿por qué? porque le ven la cara de pendejo. Y donde deberían de estar, no están. Así, definitivamente…”.

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