'Mano de obra”

sábado, 10 de octubre de 2020 · 16:33
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Precisa y sugerente como su título, Mano de obra (México, 2019) se exhibe ya en cartelera y puede verse en algunos sitios de la red; David Zonana, bien asentado ya desde hace tiempo como productor en las películas de Michel Franco, dirige y escribe ahora su primer largometraje. Cuando su hermano muere en un accidente en la obra donde trabajaban juntos como albañiles, Francisco (Luis Alberti) trata de pelear por la compensación para su cuñada, pero se topa con la corrupción del dueño y sus peritos, inventando para no pagar que el trabajador andaba ebrio. El dueño de la lujosa casa muere; Francisco, apoyado por un abogado, invita al grupo de trabajadores a vivir ahí junto con sus familias. Más que como fábula moral sobre la lucha de clases, Mano de obra funciona como un teorema cuya coherencia no depende de una lógica de justicia, sino justamente de la imposibilidad de lograr justicia dentro de un sistema infectado por la corrupción arriba y abajo. En el planteamiento del conflicto, Zonana juega con una postura maniquea y melodramática: los trabajadores de la construcción, uno de los gremios más expuestos, son explotados; los ricos, egoístas y pérfidos. Acto seguido, Francisco se convierte en libertador, toma la casa y la comparte con los oprimidos, se instala una forma de utopía donde todos se reparten tareas y gastos; pero el cáncer del machismo se extiende desde dentro, la lucha de poder resulta fatal. La capacidad de observación del director mantiene un rigor constructivo de principio a fin, se apoya en la realidad de los actores, quienes a excepción de Alberti son todos trabajadores de la construcción y se actúan a sí mismos; no suenan notas falsas en el habla, gestos y forma de trabajar. Luis Alberti, uno de los actores más sólidos del momento, se amalgama por completo en la clase trabajadora sin perder la dimensión de su personaje, por el cual circulan luz y oscuridad por igual. Visualmente, Mano de obra se construye a base de planos fijos, sobre todo al principio; la cámara solo reporta lo que ve, la actividad de la construcción, el peso de materiales, el lujo que se va armando para el propietario listo para instalarse, ahí él solo en la luminosa mansión; el contraste se da en los espacios claustrofóbicos de las viviendas pobres, como la de Francisco, oscura e invadida y chorreando agua por las goteras. Francisco transgrede poco a poco el orden viejo para crear uno nuevo, con la lógica de un trabajo en construcción; cuando se infiltra en la casa, primero duerme en el suelo, siguen el sofá, la cama y el jacuzzi. En la observación de las actividades solitarias de su protagonista, Zonana capta el ritmo propio de su actor, muy a la manera del taiwanés Tsai Ming-liang; y en sus rituales personales, Alberti se convierte en el fetiche perfecto del director, con emociones y pensamientos nunca explícitos.
Análisis publicado el 4 de octubre en la edición 2292 de la revista Proceso.

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