'Viaje alrededor de mi escritorio”, de Fernando Fernández

martes, 2 de junio de 2020 · 14:40
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Fernando Fernández, nacido en la Ciudad de México en 1964, es poeta, ensayista y editor. Obtuvo la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México en 1990. En 1992, fundó la revista “Viceversa” que dirigió hasta su cierre, nueve años después. Sus libros más recientes son la colección de poemas “Oscuro escarabajo” (Monte Carmelo) y la crónica sobre la emigración española a México “Oriundos” (Cataria). Durante la última década, Fernando Fernández ha renovado semanalmente el contenido de su blog, “Siglo en la brisa” (oralapluma@blogspot.com). Su nuevo libro, “Viaje alrededor de mi escritorio” (epílogo de Adolfo Castañón. Bonilla Artigas Ediciones, 254 páginas), reúne 36 de las más de 500 entradas aparecidas a lo largo de ese tiempo, desde mediados de 2009, fecha de su fundación, hasta noviembre de 2019, cuando cristalizó el proyecto de reunir en un volumen impreso parte de lo publicado en él. Enseguida incluimos una disquisición del autor sobre la palabra “barragán”, misma que corresponde al apellido del máximo arquitecto mexicano Luis Barragán (Guadalajara, Jalisco, 9 de marzo de 1902-Ciudad de México, 22 de noviembre de 1988), bastante elogiado en la capital por sus famosas Torres de Satélite.
Barragán: el hombre libre
En 2017, mi amigo Alberto Kalach me invitó a conmemorar, en una ceremonia en la que también estaría el Secretario de Cultura de la Ciudad de México, Eduardo Vázquez Martín, el aniversario del nacimiento de Luis Barragán. Fue en Tacubaya, delante de la célebre Casa-Museo, al fondo del jardín que el mismo Kalach, a invitación de la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán, había rediseñado unos meses antes siguiendo los viejos trazos, distinguibles todavía sobre el terreno, del gran arquitecto jalisciense. Primero habló mi amigo arquitecto; después, Vázquez Martín. Por último, yo. Aquí una reconstrucción por escrito de lo que improvisé en la ocasión. Hace unos meses, cuando estuve en este mismo lugar para la inauguración de una exposición fotográfica de Martirene Alcántara, se me ocurrió hacer unas fotos del rediseño del jardín que acababa de estrenar Alberto Kalach. Mi idea era hacer unas imágenes que dieran testimonio de cómo empezó este jardín; así, con el tiempo, tendremos unas fotos que nos permitirán apreciar de la mejor manera las diversas etapas de su crecimiento. Las publiqué en mi blog, prometiéndome repetir el ejercicio testimonial de cuando en cuando. Ahora que regreso por vez primera, sólo medio año después, me sorprende cuánto ha empezado a desplegarse, y celebro que, apenas seis meses más tarde, sea ya necesario hacer una segunda serie de imágenes. Cuando Alberto me invitó a conversar sobre Barragán y sus jardines, temí que quizás yo no tendría nada que decir. Decidí entonces que mi intervención consistiría en hacer unas cuantas preguntas a mi amigo arquitecto, a quien he tratado a lo largo de muchos años, para conocer de viva voz cómo fue la experiencia de redibujar el espacio. Como también me pareció interesante refrescar algunas ideas, consulté el origen de algunas palabras y conceptos: busqué la etimología de la palabra “jardín” y leí las páginas del Génesis dedicadas al paraíso. Y es que yo asociaba “jardín”, o quizá más bien “paraíso”, con “deleite” o “delicia”. Estaba equivocado: como aclaró Kalach en su intervención, la palabra “jardín” viene de la lengua francesa –es el diminutivo de una antigua voz para “huerto”, la cual procede a su vez del franco “guard”, que significa “cercado”--. Por su parte, “paraíso” es, en última instancia, esta vez del avéstico, “cercado circular”... La respuesta la encontré en el primer libro de la Biblia, en el que se cuenta, más o menos en estas palabras, que Yavé-Dios “plantó un jardín de Edén”. Tras esta palabra, “edén”, estaba lo que yo buscaba, lo que había leído en alguna ocasión y se había grabado defectuosamente en la memoria: esa voz, ésa sí, proviene de la palabra hebrea que significa “delicia”. Yavé-Dios plantó un jardín en Edén, esto es, en un lugar cuyo nombre dignifica algo así como Delicia. Esta palabra me llevó de manera natural al Bosco; y es que hace sólo un par de semanas vi el documental de Radio Televisión Española sobre su tríptico “El jardín de las delicias” (se llama “El jardín de los sueños”, fue dirigido por José Luis López Linares y se estrenó en 2016).
Erotismo turbador
[…] Es interesante lo que escuché explicar en ese documental: en la pieza del Bosco, Dios, que aparece entre Adán y Eva, tiene el rostro que iconográficamente asociamos no con Dios Padre sino con Dios Hijo. Pero lo más llamativo es que está sosteniendo la mano de Eva, como si la unión fuera con Él y no con Adán. Un simpático detalle al lado del grupo de los tres personajes principales da una idea cabal de lo que debe ser el Edén: la figura de un gato que se dirige hacia algún lugar, con un roedor recién cazado entre los dientes. (ver https://youtu.be/_66ZGuuqiEA) Al tiempo que hacía estas pesquisas, se me ocurrió escribirle a mi amigo Juan Palomar, gran conocedor de la obra de Barragán, para contarle que Kalach me había invitado a estar en la plática y pedirle alguna idea… Generoso como siempre, Juan Palomar me mandó el espléndido texto que copio a continuación: “Una idea: los arquitectos de la generación de LB le tenían envidia o no lo entendían. Y se burlaban de sus jardines. A LB le gustaba jugar con formas expresivas. Los arquitectos decían entonces ‘árbol que crece torcido… véndeselo a Barragán’. Pero la anécdota tiene jiribilla. LB era totalmente libre en sus planteamientos y se daba todas las libertades” […] Armado de estas palabras debidamente impresas, y con el repaso fresco del origen de algunas palabras, sentí por fin que estaba justificada mi presencia en el cumpleaños de Barragán, así que regresé tranquilamente a mis lecturas. Lo curioso del asunto es que, nada más desviar la mirada, fui a encontrarme de nuevo con el motivo de mis anteriores preocupaciones, y sin quererlo me encontré nuevamente en el centro de la cuestión. La cosa ocurrió de esta manera: desde hacía un par de semanas leía yo un largo poema, los “Proverbios morales” de Sem Tob de Carrión, poeta judío del siglo XIV, que estaba entre mis propósitos de lectura desde finales de 2014, cuando supe de él por “El sueño erótico de la poesía española de los siglos de oro” de Antonio Alatorre (FCE, 2003). En las primeras páginas de este libro, el gran filólogo mexicano cita unos versos de ese poema para decir que son los que inauguran el tema del sueño erótico en nuestra lengua. Aunque es posible que, como he leído con posteridad en algún otro especialista, hayan sido interpolados en los “Proverbios morales”, a donde quizá no pertenecen, esos versos son de verdad notables. Cuenta Sem Tob que soñó que una vez besaba a una mujer hermosa, la cual estaba medrosa (esto es, temerosa) de que pudieran despertarse quienes vivían con ella, en su posada; dice el poeta que encontró su boca sabrosa y su saliva templada. Por último, añade que nunca vio cosa que fuera tan dulce y al mismo tiempo tan agria cuando tuvo que dejarla. Ninguna personificación podría ser tan bella como los versos de Sem Tob: En sueño una fermosa besaba una vegada estando muy medrosa de los de su posada fallé boca sabrosa saliva muy temprada non vi tan dulce cosa más agra a la dexada Unas estrofas más adelante, en ese mismo poema, me sorprendió dar con la palabra “barragán”. En cualquier otra circunstancia me hubiera limitado a sonreír y dejar pasar la mención. No pudo ser así esta vez porque la palabra aparecía usada en un sentido que me hizo cuestionarme si de verdad conocía yo su significado. Y es que, para mí, la palabra “barragán”, que conozco por su uso en femenino, “barragana”, sirve para referirse a la mujer que no es la esposa de un hombre pero cohabita con él, y por lo tanto posee algunos derechos y carece de otros. Es una palabra que tiene una cierta connotación negativa. Por eso me sorprendió encontrarla en este contexto, en el que su connotación es positiva. Escribe Sem Tob: Non ha fuerte castillo más que la lealtad nin tan ancho portillo como la mala verdad nin omre tan cobarde com el que mal ha fecho ni barragán tan grande com el que tien provecho Es decir: no hay un castillo más fuerte que la lealtad; no hay una mella, o hueco en cosa quebrada (que es lo que significa “portillo”) tan ancha como la mala verdad; ni hay hombre tan cobarde como el que ha hecho mal… Por último: no hay “barragán” tan grande como el que tiene provecho (“tener provecho”, anota la edición de Cátedra, significa “tener derecho a algo”). Esto es: no hay barragán tan grande como el que tiene derecho a serlo… A la vista de este verso, me pareció evidente que la palabra “barragán” estaba usada en otro sentido, uno distinto al que tiene en la actualidad. Acudí entonces al diccionario, ese libro al que Octavio Paz llamaba con preciosa expresión, “mi hermano mayor”. Lo que encontré rebasó mis expectativas y me hizo sentir esa emoción que a veces nos depara el significado de las palabras. Si la cuarta acepción de la palabra es, simplemente, “concubina”, la quinta va más allá y se acerca al sentido que yo conocía: “Esposa legítima, aunque de condición inferior a la del marido, y a la que las leyes no reconocían los mismos derechos civiles que a la esposa principal”. ¿Cuál es, en cambio, la primera acepción de la palabra? Es a éste, sin duda, a la que se refirió hace siete siglos Sem Tob: “barragán” es un “adjetivo en desuso” (¿por qué entonces, se da como primera acepción?) que significa “esforzado, fuerte o valiente”. Entonces, se entiende el que el poeta de Carrión de los Condes diga: “no hay hombre tan cobarde como aquel que tiene derecho a serlo”. La idea queda clara. Pero no acaba ahí la cuestión. Una vez conocidas sus diversas acepciones se antoja preguntarse: ¿cuál es la etimología de esa extraña palabra? ¿De dónde procede “barragán”? Volví al diccionario. Fue entonces cuando ocurrió lo más hermoso de todo el asunto, lo más revelador. Recordemos, todavía antes de conocer la respuesta, lo que leímos en palabras de Juan Palomar en el texto copiado más arriba: Barragán “era totalmente libre en sus planteamientos y se daba todas las libertades”; los racionalistas “se escandalizaban de las libertades que Barragán se tomaba”; “la absoluta libertad, y sobre todo, contra el turbador erotismo que Barragán expresaba”. Se comprenderá que haya sido emocionante para mí, en este contexto, leer que la palabra “barragán” proviene “quizá del latín tardío “barican”, “baric?nis”, y éste procede del gótico “barîka”, que viene de “baro”, palabra “que significa hombre ‘libre’”. Te recomendamos: “Los territorios del ser y el Caballero de las dos nieblas” de Agustín Velázquez Soto

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