Los primeros deslices del INBA

miércoles, 3 de enero de 2018 · 12:59
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En lo que respecta a las artes visuales, 2018 inicia mal para el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Además de la solicitud de transparentar el proceso para designar director de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, “La Esmeralda” (Proceso, 2146, sección Palabra de Lector), y el cuestionamiento sobre los altos honorarios que recibió Juan Gaitán por su desempeño como director del Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo durante 2015 y 2016  (Proceso, 2147), los discursos pronunciados durante la inauguración de la escultura pública monumental de Jorge Marín en la explanada del Palacio de Bellas Artes, el pasado 14 de diciembre, confirman la incomprensión que tienen los altos funcionarios en lo que se refiere a valores artísticos. ¿Qué criterios definen a la pieza y a su creador como “el trabajo de uno de los más importantes artistas contemporáneos de México” –como señaló la directora del INBA, Lidia Camacho–, y en qué valores artísticos se basa el director del Museo del Palacio de Bellas Artes, Miguel Fernández, para considerar un orgullo que su obra se exhiba en la explanada del emblemático inmueble de la Ciudad de México? Apoyado exagerada y discrecionalmente durante la gestión de Miguel Mancera como jefe de gobierno de la Ciudad de México (Proceso, 2131),  Jorge Marín ha sido promovido hasta por instancias que no cuentan entre sus atribuciones la gestión de obras artísticas –como la Secretaria de Desarrollo Social, que impulsó ante el Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos de la Ciudad de México (Comalep) la instalación permanente de la escultura Alas de Paz en la Plaza Juárez. Poseedor de un exitosísimo mercado a pesar de la descalificación que han generado en el medio especializado la simpleza y repetitividad de sus efectistas esculturas, figuras aladas, Jorge Marín exhibe en la explanada de Bellas Artes una pieza que llama más la atención por lo que calla que por su propuesta escultórica. Realizada en bronce con una pulcra estética hiperrealista, la pieza representa a tres figuras humanas en posición vertical que, cubiertas totalmente con telas, se mantienen de pie sobre una barca deteriorada. Interpretada por el escultor como una obra que remite a un cambio esperanzador “por las próximas elecciones” (La Jornada, 15 diciembre), la obra, como lo señaló también Marín, recuerda los viajes del barquero Caronte. Con esta narrativa, la pieza abandona su simplicidad y se convierte en la metáfora de personajes muertos y no identificados que, envueltos en sus mortajas, transitan por el centro de la Ciudad de México como si fuera el mítico río Aqueronte. Potente y políticamente incorrecta si se interpreta vinculando el presente de México con el mito griego, la obra, protegida por la opacidad de su título –El ruido generado por el choque de los cuerpos–, no se atreve a manifestar un significado diferente a la lectura inocua que propusieron los funcionarios: el espectador interpreta lo que quiera ver. Conocedor de las argucias de la mercadotecnia artística, Jorge Marín ha sustituido la banalidad por un doble discurso que, en su ambigüedad, lo legitime como artista. Este texto se publicó el 31 de diciembre de 2017 en la edición 2148 de la revista Proceso.

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