Los Pinos: transparencia y arte público

martes, 18 de diciembre de 2018 · 14:02
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Si bien abrir a todo público la Residencia oficial de Los Pinos en la Ciudad de México fue un gran acierto político y simbólico del presidente Andrés Manuel López Obrador, el gran reto que tiene su equipo es convertir esa apertura en un verdadero avance democrático. Para ello es indispensable construir significados que deriven en una apropiación personal y ciudadana del pasado y presente de Los Pinos. Limitar la experiencia de la visita al asombro e indignación por la opulencia y el derroche que ha caracterizado al presidencialismo mexicano, es un desperdicio ante las innumerables posibilidades que brinda tanto su espléndido entorno natural como su historia política y cultural. Emplazada en el Bosque de Chapultepec, en una superficie de 156 mil metros cuadrados, la Residencia oficial se compone de diversas construcciones, entre las que destacan las tres casas que han ocupado y modificado 11 presidentes priístas (1935 a 2000, 2012 a 2018), y dos cabañas que ocuparon los dos presidentes panistas que estuvieron en el poder de 2000 a 2012. Rodeados siempre de una secrecía y opacidad que ha evidenciado la corrupción de la administración gubernamental, Los Pinos, hoy en día, son más interesantes por lo que ocultan que por lo que exhiben. ¿Dónde están los objetos de lujo y, sobre todo, las obras de arte propiedad de Presidencia que acompañaron la vida cotidiana de los mandatarios?  Sin inventarios o registros públicos, tanto de la propia colección como de los préstamos solicitados a lo largo del tiempo al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), el proyecto del ahora denominado Complejo Cultural de Los Pinos debería empezar con el rescate de su historia y ubicación de sus acervos. En lo que se refiere a las artes visuales, es indispensable que la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, informe sobre dos acervos concretos: las 33 pinturas de gran formato que encargó en 1993-94 el presidente Carlos Salinas de Gortari a creadores mexicanos de trayectoria media y consagrada –Soriano, Galán, Toledo, Nishizawa, Gerszo, Felguérez, Colunga, entre otros–, y las obras de arte moderno y virreinal que constituyen la colección de la Residencia Soledad Orozco –también conocida como Residencia Ávila Camacho.  Ubicado en cinco hectáreas del Fraccionamiento La Herradura, en Bosque de Antequera núm. 60, el lujoso y afrancesado palacete de 5 mil 363 metros cuadrados fue donado por la viuda del expresidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946) a la Nación mexicana y, en 1997, la Presidencia de la República tomó posesión del terreno, el inmueble y todo su contenido. En su acervo destacan dos espléndidas pinturas: un autorretrato de José Clemente Orozco y la hermosa Vendimia de flores de Diego Rivera, una obra de 1949 en la que se representa como niño, rodeado de flores y en compañía de Dolores del Río. ¿Qué va a suceder con todo este acervo? La capilla tiene una sobria fachada plateresca, ¿podría la Secretaría de Cultura transparentar su procedencia?  Y, por último, los maravillosos jardines que rodean y son a la vez Los Pinos. Un entorno óptimo para desarrollar proyectos de investigación, creación y promoción de prácticas tridimensionales, tanto de escultura objetual como de instalaciones y arte público contemporáneo. Desde la construcción de un archivo que registre los distintos géneros de arte público mexicano –muralismo, escultura, street art, arte lumínico–, hasta el emplazamiento de jardines escultóricos de carácter temporal, y la organización de eventos internacionales que posicionen a México como un país creativo de arte público. En los jardines ya se encuentran algunas esculturas: anónimas, una réplica en pequeño formato del Caballo de Sebastián, y una monumental de Mathias Goeritz en una entrada lateral con el título de Energía. Este texto se publicó el 16 de diciembre de 2018 en la edición 2198 de la revista Proceso.

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