Híbridos: cuerpos, funcionarios, valores

martes, 27 de marzo de 2018 · 13:35
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Con excepción del apartado dedicado al arte prehispánico, la exposición Híbridos. El cuerpo como imaginario, es desilusionante: superficial, descriptiva, e integrada con obras que no sustentan una narrativa que profundice en significados concretos. Diseñada con base en un concepto curatorial que estuvo a cargo de los directores del Museo del Palacio de Bellas Artes –Miguel Fernández Félix–, del de Antropología e Historia –Antonio Saborit–, del Laboratorio de Antropología Social de París –Valentine Losseau– y del Museo del Elysée de Lucerna, recinto dedicado a la fotografía en Suiza –Tatyana Franck–, la exposición evidencia que los mencionados no siempre se desempeñan como curadores de excelencia. Integrada por 97 piezas de distintas disciplinas (pintura, fotografía, escultura y grabado) que abarcan desde la época prehispánica hasta la contemporánea, con expresiones de artistas de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, la muestra gira en torno a la hibridación de rasgos humanos con referentes animales, vegetales y tecnológicos. Un tema complejo y plural que en la exhibición se resume en tres secciones: • Cartografía de lo vivo (en la que se presentan expresiones de culturas prehispánicas y étnicas). • Naturaleza y humanidad (donde no se diferencian las irreverencias renacentistas con mitologías occidentales reinterpretadas desde el siglo XVII hasta el XX). • Hibridaciones subversivas (en la cual se unifica la rica diversidad de hibridaciones que ha producido el arte moderno y contemporáneo). Al margen de lo pertinente o atractivo de las obras, la sección más sólida es la correspondiente al arte prehispánico. Ubicada en el primer apartado, la acertada selección de obras manifiesta la relación entre el mito y la dualidad entre lo terrenal y lo divino del pensamiento mesoamericano. Con obras espectaculares como la enorme y a la vez frágil escultura en arcilla del Hombre o Dios murciélago (800-900 d. C.) que resguarda el Museo del Templo Mayor en la Ciudad de México, esta sección es la única que rebasa el modelo de acumulación iconográfica. Con dos Tentaciones de San Antonio que podrían  haber sido el núcleo de una enriquecedora interpretación sobre la hibridación como fealdad, metáfora y subversión –la de Brueghel el Joven (ca. 1625) del Museo Soumaya y la de Diego Rivera (1947) del Museo Nacional de Arte–, la segunda es confusa y develadora. Las piezas que parecen de Arcimboldo (Italia, 1526-1593) son sólo de su taller, y la pintura de José García Ocejo de 2005 es una decisión curatorial que exige una justificación pública: porque el autor no coincide con el prestigio de la mayoría de las firmas. Con ausencia de un autor tan relevante como el alemán Thomas Grünfeld –que ha hecho de la hibridación y ensamblado de partes distintas de animales disecados, el concepto de su creación–, la tercera sección, aun cuando contiene piezas del mexicano Julio Ruelas, la francesa Orlan y el norteamericano Matthew Barney, entre otros, evidencia decisiones que deben explicarse. En concreto, el uso de un grabado de Carlos Amorales –Composición 3 de la serie Hybrid Solid de 2010–, como imagen-marca de la exposición. ¿Qué valores tiene la obra o el autor que lo hacen destacar en el conjunto: su pertenencia al establo de la galería Kurimanzutto? Este texto se publicó el 25 de marzo de 2018 en la edición 2160 de la revista Proceso.

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