Ai Weiwei en el MUAC (I)

jueves, 2 de mayo de 2019 · 12:43
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Para celebrar sus primeros diez años, el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC), perteneciente a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), no le apostó ni a creadores mexicanos ni a su colección de arte contemporáneo nacional. Por el contrario, optó por una firma extranjera de potente fama global: el artista chino Ai Weiwei (Beijing, 1957). Integrada por dos proyectos que se expanden en una enorme sala sin poder disimular su pobreza artística y simpleza estética, la exposición Restablecer memorias, más que una exhibición de “afirmaciones estéticas poderosas” –término acertado utilizado en el catálogo para definir las actitudes creativas–, es un acontecimiento que venera el protagonismo de un artista que cada vez se reduce más a una marca. Audaz y desafiante ante las estructuras de poder político y cultural, Ai Weiwei se posicionó en el mainstream desde la pasada década de los años noventa con propuestas provocadoras y de fácil comprensión, que alteraban el valor simbólico de objetos de fuerte significado histórico y cultural. En 1994 pintó una vasija de la Dinastía Han (206 a. C-220 d. C) con el logotipo de Coca Cola, en 1995 se fotografió estrellando un jarrón de la misma dinastía, y durante varios años chorreó vasijas antiguas con pintura industrial de colores chillantes. Interesado en la tensión entre lo nuevo y lo viejo, Ai Weiwei encontró en distintas prácticas tradicionales de China los materiales, objetos y manufacturas –como la producción de porcelana– que le permitieron construir un lenguaje poético y sutilmente crítico que resultó muy exitoso en el escenario comercial, institucional y museístico de más alto poder artístico. En 2010, la saturación del piso de la sala de turbinas de la Galería-Museo Tate de Londres con 100 millones de piezas que reproducían en porcelana la forma y visualidad de las pepitas de girasol, destacó no sólo por su belleza sino por la pertinencia de haber sido realizadas, una por una, por artesanas de la tradicional Ciudad de Jingdezhen. Controvertido por la ambivalencia entre su actitud de denuncia social y la capitalización de ésta en el mainstream, Ai Weiwei produce proyectos que muchas veces oscilan entre el activismo y el oportunismo artístico. A diferencia de la atractiva exposición con obras en cerámica retrospectivas y actuales que exhibe desde finales de febrero el Museo Gardiner en Toronto, Canadá, los dos proyectos del artista en el MUAC no le ofrecen al espectador beneficios museísticos dignos de una celebración: ni permiten conocer la trayectoria de Ai Weiwei ni desarrollan de manera original los temas que propone cada pieza.  Sin poderse definir como una obra sobresaliente a pesar de sus extensas dimensiones que logran ocupar la mitad de la sala, los fragmentos de la estructura del Salón ancestral de la familia Wang, aun cuando fueron construidos al inicio de la dinastía Ming (1368-1644), no son en concepto diferentes a otros “ready mades arquitectónicos”: en la edición 2016 de la feria Art Basel en Basilea, Suiza, la galería berlinesa Neugerriemschneider ofreció en venta la estructura frontal de una casa de madera de la dinastía Qing (206 a. C- 220 d. C) pintada en blanco y montada sobre enormes esferas de cristal. Y si en ambos casos la intención es confrontar la memoria histórica con el presente, ¿no sería más pertinente presentar la pieza en un museo de historia? Además de una desagradable instalación a piso de gran formato realizada con numerosas boquillas rotas de teteras que fueron reporcenalizadas, y otra pequeña y críptica instalación que congrega 25 tazas que reproducen el Tazón del gallo de la era Chenghua (1465-1487) que, en 2014, se subastó por 35.8 millones de dólares, la exposición Restablecer memorias aborda, con la mirada de Ai Weiwei, el suceso de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Este texto se publicó el 28 de abril de 2019 en la edición 2217 de la revista Proceso

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