Toledo, un artista como ya no hay
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Aunque los merecía, a Francisco Toledo no le gustaban los homenajes. Creador de verdad, promotor muy generoso y siempre comprometido como activista cultural y ecológico, el dibujante, pintor, grabador y ceramista Francisco Toledo vivió el arte como una misión de vida y servicio a su sociedad.
Nacido en 1940 en Juchitán, Oaxaca, o en la Ciudad de México –existen las dos versiones–, Francisco Benjamín López Toledo tuvo una formación entre artesanal y artístico-autodidacta que se manifiesta en toda su obra. Indiferente a las tendencias artísticas que se imponían en los años sesenta y setenta, desarrolló una estética personal que fusionó el imaginario indígena con una sofisticada universalidad, que se devela en la contundente expresividad de sus bellas y sutiles atmósferas cromáticas.
Creador de narrativas fantásticas que, con humor o insolencia, expresan la unidad del ser fusionando lo humano con lo animal, el bien con el mal y la vida con la muerte, desarrolló una estética erótica que se vincula con la continuidad infinita de lo sagrado. Descarado en su gusto por la sexualidad y el autorretrato, Francisco Toledo se exhibía transmutando la obscenidad en una acción de carácter ritual que diluía con belleza la transgresión y lo prohibido.
Trabajadas como viñetas en las que el tiempo se detiene, mientras extrañamente sigue fluyendo por los movimientos de los personajes, sus imágenes convierten a los animales en sujetos fantásticos que no pueden ocultar ser la metáfora de una humanidad que es a la vez tan real como ficticia.
Además de artista, Toledo fue creador de relevantes plataformas culturales para beneficio de su comunidad oaxaqueña. Interesado en promover el conocimiento de las estéticas artísticas más actuales, impulsó la apertura de la Casa de la Cultura de Juchitán en 1972 y, en la Ciudad de Oaxaca, el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca en 1988; la transformación del huerto del exconvento de Santo Domingo en el Jardín Botánico de Oaxaca en 1990 –un espacio que estaba destinado a convertirse en estacionamiento–; el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca en 1992; y el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo en 1996. Iniciativas que él mismo superó en 2006 al fundar el espléndido proyecto multidisciplinario, artístico y ecológico del Centro de las Artes de San Agustín Etla (CASA).
Beneficiado como Creador Emérito con una beca mensual de 20 salarios mínimos desde 1993, Toledo compartió con su comunidad ese beneficio distribuyéndolo en becas y aportando mucho más de lo que recibía. Y aún así, en diciembre de 2018, renunció a lo que él mismo denominó como “pensión”, en un acto de solidaridad con el recorte al sueldo de los funcionarios que fomentó la política de austeridad del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Y en este contexto de dar y recibir, es muy loable que Francisco Toledo nunca haya solicitado o promovido la creación de un museo con su nombre.
Entre las numerosas obras que produjo a lo largo de su vida, existe una obra especialmente interesante por la particularidad y originalidad de su temática: Los Cuadernos de la Mierda. Realizados en París entre 1985 y 1987, los 27 cuadernos con aproximadamente mil 745 dibujos sugieren el significado del excremento como resultado de un goce erótico que, al ser bestial y humano, alcanza la identidad del ser en lo más íntimo. Donados a la Colección de Pago en Especie de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), los Cuadernos de la Mierda se suman a los espléndidos pasteles del Cuaderno de trabajo sobre Pinocho (2008-2009) y otros 39 grabados que resguarda el Museo de Arte de la SHCP.
Silenciosamente enfermo, Francisco Toledo unió su vida con su muerte el pasado 5 de septiembre.
Este texto se publicó el 8 de septiembre de 2019 en la edición 2236 de la revista Proceso