François Mitterrand: el amante

viernes, 14 de octubre de 2016 · 10:46
PARÍS (apro).- “Amo tu lealtad, tus escrúpulos, porque me dijiste las palabras que necesitaba (‘ya no estás solo’), porque una nueva densidad da a nuestra historia un peso fundamental, porque lucías tan bella bajo el sol, porque lucías tan bella en la noche, porque tu brazo encerró mis hombros, porque tu cuerpo era miel, perfume, música y tu boca era el agua del cielo en medio del verano (…) Te amé mucho tiempo antes de probar el sabor de tu amor”. ¡No hay que confundirse!… Estas tórridas palabras de amor no las susurró Charles Aznavour ni las canturreó Yves Montand. Las escribió François Mitterrand el 25 de julio de 1964 en una larga carta apasionada dirigida a Anne Pingeot. Mitterrand tenía 48 años, era senador y soñaba con un gran destino político. Anne Pingeot tenía 20 años y se disponía a estudiar historia del arte. Mitterrand llevaba 20 años casado con Danielle Gouze y tenía dos hijos con ella. Anne pertenecía a una familia de la alta burguesía provinciana, conservadora, muy católica, casi mocha… Su historia de “amor loco” nació en el selecto balneario de Hossegor (suroeste de Francia) en el que las familias Pingeot y Mitterrand veraneaban. El ambicioso líder socialista --que ya se había desempeñado 11 veces como ministro en distintos gobiernos-- jugaba golf con el padre de Anne, un industrial adinerado. El 15 de noviembre de 1964 escribió François Mitterrand a su amante: “Te encontré y en el instante adiviné que estaba a punto de emprender un largo viaje. Bendigo tu rostro, luz mía. Nunca más la noche será absolutamente oscura para mí. Menos soledad será la soledad de la muerte, Anne, amor mío”. El secreto de la relación entre François Mitterrand y Anne Pingeot duró tres décadas. Fue sólo en noviembre de 1994 que el presidente francés, consciente de su muerte cercana, levantó el velo sobre su segunda familia. A iniciativa suya el semanario Paris Match publicó un largo reportaje sobre Mazarine, su hija de 20 años, pero dejó en la sombra a Anne Pingeot. El 11 de enero de 1996, la foto del sepelio del jefe de Estado dio la vuelta al mundo y causó estupefacción: en ella aparecían Danielle Mitterrand y sus dos hijos a lado de Anne Pingeot y Mazarine. Después de esa furtiva aparición pública Anne Pingeot siguió fiel a su legendaria discreción asumiendo, con sumo talento, su responsabilidad de conservadora del Departamento de Esculturas del museo de Le Louvre y luego del museo de Orsay. En 2008 se jubiló y se volvió aún más invisible… por lo menos hasta la semana pasada. El 6 de octubre la editorial Gallimard anunció la publicación de Lettres à Anne, una recopilación de más de mil 200 cartas que François Mitterrand escribió a animour, como solía llamar a su amante. Ese mismo día el semanario L’OBS (ex Nouvel Observateur) dedicó 11 páginas al “acontecimiento político-literario del otoño” reproduciendo algunas cartas y fotos inéditas de la pareja. Una semana después el libro salió a la venta, justo en víspera de la celebración, el próximo 26 de octubre, del centenario del natalicio de Mitterrand. Causa sensación en Francia ese homenaje iconoclasta a la memoria del siempre muy hierático primer presidente socialista de la V República. Pero así lo decidió el Instituto François Mitterrand que el mismo jefe de Estado fundó al final de su segundo periodo presidencial con el propósito de conservar sus archivos privados y una amplia documentación sobre su vida y su acción política. Según cuenta la editorial Gallimard, fue en 2015 que Anne Pingeot mencionó por primera vez la existencia de estas cartas al presidente del Consejo Científico del Instituto. Este se entusiasmó y muy pronto el Instituto decidió su publicación bajo la supervisión de Anne Pingeot, que no aceptó incluir sus propias cartas en el libro, a excepción de unas diez. Hojear Lettres à Anne reserva múltiples sorpresas. Dan gusto el elegantísimo manejo de la lengua francesa y el estilo algo clásico de François Mitterrand, “último presidente capaz de manejar el imperfecto del subjuntivo”, según el crítico literario de L’OBS, en clara alusión a la prosa trivial de Nicolas Sarkozy y la pocas veces inspirada de François Hollande. Llaman la atención algunas confidencias. El 13 de abril de 1964, en el alba de su relación, cuando todavía no se tuteaban, el senador escribió a Anne Pingeot: “¡Si Usted supiera cómo aprendí a guardar en secreto mis sueños, mis ambiciones, mis penas! Metido desde muy temprana edad en grupos y colectivos indiferentes o brutales, me tocó construir mi fuerza forjándome una rigidez interior que nada podía ablandar. Expresar lo más auténtico de mí mismo me parecía una señal de debilidad. Rodeado por pasiones e intereses protegí el secreto de mi ser detrás de un muro tan alto y tan grueso que cuando amé, o cuando quise convencer, el obstáculo que me había preservado durante tanto tiempo acabó apresándome. Ya ninguna paz, ninguna alegría me venían a visitar en el aislamiento en el que me complacía. Pero con usted intercambio, comunico, comulgo. Me siento como liberado”. Unos días antes, el 24 de marzo, Mitterrand había confiado: “Si amo, si una mujer que amo me ama, entonces me vuelvo inmensamente valiente. Voy más lejos. Si amo, si una mujer que amo me ama, todo cambia. Basta con un pensamiento fiel, una mano tendida, un rostro ofrecido, una comunión absoluta con un solo ser para que todo tenga sentido: seguir avanzando, negarse a renunciar, el hambre y la sed interiores”. A veces incomodan algunas cartas demasiado íntimas, como una escrita el 16 de julio de 1970 que convierte el lector en voyeur: “Me encantan tu cuerpo, la alegría que me inunda cuando poseo tu boca, tu placer que surge del volcán de nuestros cuerpos…” Otras en cambio sugieren que Anne Pingeot se rebeló más de una vez contra su vida de pareja clandestina. Prueba de ello es una carta del 21 de febrero de 1980 que le escribió François Mitterrand: “¿Te hice sufrir demasiado al no vivir contigo? ¿Ya no lo aguantas más? (…) No me hago ilusiones. Esa crisis se añade a las demás y entiendo tu cansancio. Es demasiado duro vivir sola tantas cosas importantes. No tengo nada que decir para justificarme”. Un año más tarde François Mitterrand realizó un viaje oficial a México y sólo tuvo tiempo de enviar a Anne Pingeot una descripción lacónica del DF: “21 de octubre de 1981. México. Una ciudad enorme en la que el problema es seguir siendo una persona”. El nacimiento de Mazarine el 7 de enero de 1975 inspiró al flamante padre de 58 años una carta muy tierna: “Mazarine querida, “Por primera vez escribo tu nombre. Me intimida esa nueva persona que eres aquí en la tierra. Duermes. Sueñas. Más tarde me vas a conocer. Crece, pero no muy rápido. Pronto vas a abrir los ojos. ¡Qué sorpresa descubrir el mundo! Hasta el último de tus días te vas a interrogar sobre él. Anne es tu madre. Ya verás, tú y yo no podíamos haber hecho mejor elección… Te beso. François”. La última carta que François Mitterrand escribió a Anne Pingeot está fechada el 22 de septiembre de 1995, cuatro meses antes de su fallecimiento. “Heme aquí. Ya no sé qué hacer conmigo mismo. Se acabó mi tiempo. ¡Una verdadera conspiración! pero voy a salir de ese estado extraño, ridículo y pintoresco! Es ya tan difícil saber qué hacer con mi vida! El resto es más fácil porque basta decidirlo. “Mi felicidad es pensar en ti y amarte. “Me diste siempre más. Fuiste mi suerte de vida. ¿Cómo no amarte más?” El 8 de enero de 1996 murió François Mitterrand. Poco a poco se fue imponiendo la figura marmórea del último estadista francés de gran envergadura, fascinado por el ejercicio del poder, obsesionado por su propio lugar en la historia, misterioso, ambiguo, maquiavélico, cínico, sumamente inteligente y cultísimo que él mismo se había empeñado en esculpir a lo largo de su medio siglo de carrera política. Más que cualquier otro presidente, antes y después de él, François Mitterrand forjó su propia leyenda. Nadie cree en Francia que él haya dejado el destino de sus mil 200 cartas íntimas al libre albedrío de su amante. Su publicación 100 años después de su nacimiento, 10 años después de su fallecimiento y cinco años después de la muerte de Danielle Mitterrand, dista de ser improvisada. En realidad, desde la ultratumba Mitterrand sigue puliendo su personaje agregando toques románticos y eróticos, confesiones acerca de su propia vulnerabilidad y reflexiones sobre la vida y la política. Es tan fuerte su deseo de sugerir que detrás de la máscara de la esfinge se escondía un ser “simplemente” humano, que no es difícil imaginar que en el momento mismo en que las escribía, ya pensaba en la publicación póstuma de Lettres à Anne.

Comentarios

Otras Noticias