El científico que desafió el sistema

domingo, 24 de abril de 2016 · 12:33
Físico nuclear y miembro de la élite soviética, Vasili Nesterenko se comprometió en la lucha contra los efectos de la radiación emitida por el accidente de Chernobyl.­ Luchó desde el momento en el que acudió al lugar de la catástrofe, cuando el reactor aún ardía, y luchó después para alertar sobre los riesgos de la radiación emitida y para advertirle al mundo que Moscú escondía la información real. Pero luchó prácticamente solo contra el aparato soviético, que casi logró aplastarlo. París (Proceso).- Nada predestinaba a Vasili Nesterenko, eminente físico nuclear e integrante de la nomenklatura soviética, a enfrentarse sucesivamente con las más altas autoridades soviéticas y con Aleksandr Lukashenko, presidente de Bielorrusia desde 1994. De origen muy modesto, Nesterenko nació en 1934 en Krasni Kut, Ucrania. Estudió en la Universidad Técnica Estatal Bauman de Moscú, de la cual egresó con honores en 1958. A los 29 años ingresó en la Academia de Ciencias de Bielorrusia y se integró al Instituto de Energía Nuclear de esa institución, que acabó por dirigir. Nombrado constructor general del ejército, en 1972 fue encargado de concebir una “minicentral nuclear portátil” susceptible de ser desplazada por aire o tierra a fin de surtir de energía a los misiles móviles SS-20 y SS-25. Cumplió exitosamente su misión en 1985, consolidando así su posición en la élite científica nuclear soviética. La explosión del reactor número 4 de la central de Chernobyl, un año más tarde, hizo polvo su brillante carrera, su posición social y, sobre todo, su fe en el comunismo y en la energía nuclear. Nesterenko fue además “liquidador”. Desde un helicóptero que volaba a baja altura sobre el lugar de la catástrofe y junto con otros tres liquidadores precipitó contenedores llenos de nitrógeno sobre el corazón ardiente del reactor número 4 para enfriarlo. Desde el 28 de abril y hasta el 9 de mayo de 1986, una flotilla de helicópteros se turnó arriba del reactor en llamas, sobre el cual echaron miles de toneladas de arena, plomo y dolomita hasta apagarlo. El equipo que lo ayudó y el piloto del helicóptero murieron poco tiempo después a causa de la contaminación radiactiva y Nesterenko padeció sus consecuencias toda su vida. A mediados de 1986, indignado por la escasa atención oficial hacía la población, el científico tomo una decisión muy atrevida en la Unión Soviética: canceló todos los programas de trabajo del Instituto de Energía Nuclear sin consultar ni avisar a sus superiores. Ordenó a sus investigadores que estudiaran las consecuencias de la catástrofe de Chernobyl sobre la salud y les pidió elaborar un programa de asistencia médica para sus conciudadanos. Al mismo tiempo multiplicó sus contactos en el mundo para alertar sobre la gravedad de la explosión del reactor nuclear. Nesterenko fue, de hecho, uno de los primeros científicos soviéticos en tomar ese riesgo. Sus colegas de Polonia –país que también resultó contaminado– tomaron en serio sus advertencias. Las autoridades polacas organizaron una amplia distribución de yodo entre la población afectada, evitando así la epidemia de cáncer de tiroides que golpeó a Bielorrusia. [caption id="attachment_438307" align="alignnone" width="1200"]Nesterenko. Acoso gubernamental. Foto: commons.wikimedia.org Nesterenko. Acoso gubernamental. Foto: commons.wikimedia.org[/caption] Rebeldía En mayo de 1989, Andrei Sajarov (físico soviético galardonado con el premio Nobel de la Paz en 1975) pidió a Nesterenko copia de todos los informes –que el científico había transmitido a altos responsables de Minsk y Moscú– sobre el impacto de la radiación. Sajarov, padre de la bomba H soviética e inquebrantable disidente político, quería aprovechar la perestroika para publicar partes de ese expediente de mil páginas en el periódico Rodnik. Su meta era desenmascarar a la cúpula del poder soviético que pretendía no haber sido debidamente informada. Se agudizaron los problemas de Nesterenko. Fue convocado por el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, que le “recomendó” no publicar nada. El científico ignoró el “consejo”. Se multiplicaron las amenazas y las advertencias en su contra. El 8 de septiembre de ese mismo año una ambulancia embistió el auto que manejaba. Unos días más tarde recibió una llamada telefónica anónima. Una voz le advirtió: “Te callas ahora”. Pero Nesterenko no se calló y siete años más tarde fue víctima de un segundo atentado disfrazado también de accidente automovilístico, pero “firmado” por llamadas telefónicas anónimas. En 1990, tras ser destituido, el científico se volvió totalmente autónomo. Creó el Instituto Independiente de Radioprotección Belrad con cuatro objetivos: capacitar a personal para cumplir misiones de radioprotección, atender con prioridad a niños contaminados, enseñar a la población afectada cómo protegerse de la radiación y juntar datos sobre las patologías generadas por el accidente nuclear. El instituto también elaboró mapas precisos de la contaminación que afectaba y sigue afectando a la tercera parte del territorio bielorruso. Gracias al apoyo económico de conocidos personajes rusos, entre ellos el campeón de ajedrez Anatoli Karpov, y de ONG occidentales, Nesterenko creó centros de control de alimentos en las áreas perjudicadas por la radiactividad, lo que le permitió detectar una contaminación ocho e inclusive 10 veces superior a la señalada por el Ministerio de Salud. También adquirió una flotilla de camionetas equipadas con sistemas modernos de medición de radiactividad que recorrieron durante años las zonas afectadas. Así el Instituto Belrad determinó con precisión la cantidad de radionucleidos (conjunto de átomos que tiene la propiedad de emitir radioactividad en forma de partículas u ondas electromagnéticas), entre ellos el cesio-137, almacenado en miles de niños. El científico inventó además un complemento alimenticio, Vitapect –a base de pectina de manzana (fibras vegetales), vitaminas y oligoelementos–, que facilita la evacuación directa de la contaminación y consolida la resistencia del organismo contra los radicales libres. Se inspiró en los tratamientos utilizados para limpiar el organismo de los trabajadores de la industria pesada intoxicados por plomo o mercurio. A partir de 1998 Nesterenko constató la eficacia del Vitapect: la contaminación de los niños era 60 veces, y en los casos más graves 100 veces inferior a la que padecían antes del tratamiento. Los pocos medios económicos de Belrad, sin embargo, sólo le permitieron atender a 7% de los 500 mil menores afectados por la radiación en Bielorrusia. [caption id="attachment_438308" align="alignnone" width="1200"]Contaminación transgeneracional. Foto: AP / chernobylfoundation.org Contaminación transgeneracional. Foto: AP / chernobylfoundation.org[/caption] Hostigamiento Frenó también la acción de Nesterenko el permanente hostigamiento personal, administrativo y financiero al que fue sometido por las autoridades y, en especial, por el Ministerio de Salud de Bielorrusia. Según denuncias del Instituto Belrad y de científicos independientes occidentales, ese ministerio estaría bajo la influencia directa del grupo internacional de cabildeo de la energía nuclear liderado por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), cuyos intereses se vieron directamente amenazados por el accidente en Chernobyl. Tan duro fue el acoso gubernamental, que de los 370 pequeños centros locales de control radiológico que Nesterenko y su equipo abrieron a partir de 1990, sólo quedaron funcionando nueve. Agobiado por esa guerra implacable, por los efectos cada vez más agudos de la radiación y por su entrega total a su misión, Nesterenko murió el 28 de agosto de 2008. Su hijo, Alexei, tomo el relevo y encabeza actualmente el Instituto Belrad. Pese a todos los intentos para hacerlo renunciar a su labor y minimizar sus logros, Nesterenko –como Yuri Bandajevski, médico experto en anatomía patológica con quien empezó a colaborar en 1994– jugó un papel capital. Su trabajo en el terreno le permitió hacer el único estudio epidemiológico de larga duración sobre el impacto de Chernobyl. Sus 20 años de investigación lo convirtieron en testigo científico de primer orden de las patologías generadas por el accidente nuclear en Bielorrusia. Ninguna institución de las Naciones Unidas –la AIEA, la Organización Mundial de la Salud (OMS) o el Comité Internacional de las Naciones Unidas sobre los Efectos de la Radiación Atómica– tiene una experiencia tan amplia como la suya, pero todas se empeñan en desautorizar su trabajo calificándolo de demasiado empírico. Nesterenko, Bandajevski y un número creciente de expertos independientes impugnan esa parcialidad. Explica Wladimir Tchertkoff, periodista suizo de origen ruso especializado en cuestiones nucleares y autor de un libro de referencia, El crimen de Chernobyl, y de numerosos documentales sobre el tema: “No hubo explosión atómica en Chernobyl. Se dieron dos explosiones térmicas separadas por un intervalo de unos segundos y un incendio que duró 10 días. Enormes cantidades de elementos radiactivos artificiales fueron expulsados durante estas explosiones y ampliamente dispersados por las lluvias y los vientos. Algunos se demorarán varios siglos antes de desaparecer: el cesio-137 y el estroncio-90 necesitarán 300 años; el plutonio 241, mil años. “Estos elementos contaminan el medio ambiente, las plantas, los animales y los seres humanos. Destruyeron la vida de decenas de miles de liquidadores que ingirieron e inhalaron partículas radiactivas mientras trabajaban en los alrededores de la central. Y seguirán contaminando a las generaciones futuras, los descendientes de los habitantes de la región, porque desde 1986 casi todos consumen productos contaminados por radionucleidos.” [caption id="attachment_438225" align="alignnone" width="1200"]Una enfermera vacuna a una niña en Polonia. Foto: AP / Czarek Sokolowski Una enfermera vacuna a una niña en Polonia. Foto: AP / Czarek Sokolowski[/caption] Antagonismo Las investigaciones cruzadas de Nesterenko y Bandajevski demuestran además que una contaminación interna y continua del organismo humano por una dosis baja de radiactividad genera graves patologías específicas irreversibles, tesis que no aceptan las autoridades nucleares internacionales. Insiste Tchertkoff: “Lo que está en juego con el accidente de Chernobyl son los efectos de proximidad de partículas microscópicas que se van incorporando en los tejidos internos de las personas afectadas. Pero eso no lo quiere tomar en consideración el consorcio atómico mundial”. El antagonismo entre defensores y detractores de la energía nuclear se refleja en el balance de la catástrofe que hace cada campo. Con base en investigaciones realizadas entre 2003 y 2005 por sus expertos, la AIEA y la OMS aseguraron que de los 600 mil liquidadores que fueron expuestos a radiación nuclear, mil resultaron gravemente contaminados y 50 murieron. En cuanto a los 5 millones de habitantes expuestos a dosis bajas de radiación en Bielorrusia, Ucrania y Rusia, la AIEA y la OMS sólo reconocieron que, en el mediano plazo, 4 mil personas podrían morir de cáncer de tiroides directamente provocado por la catástrofe. La cifra de 4 mil “eventuales fallecimientos” debidos al cáncer de tiroides causó tanto escándalo entre los científicos que denuncian los peligros inherentes a la energía nuclear, que, sin explicación alguna, la OMS la cambió por 16 mil. En 2010 la Academia de Ciencias de Nueva York publicó un amplio informe sobre el mismo tema. Fue muy crítico con la AIEA y la OMS. El documento es demoledor para los defensores de la energía nuclear. Apoyándose en los extensos trabajos de Vasili y Alexei Nesterenko y de Alexei Yablokov, los especialistas estadunidenses corrigieron los datos de la AIEA. Para empezar, subrayaron que no fueron 600 mil liquidadores los que intervinieron en Chernobyl, sino por lo menos 830 mil, de los cuales 125 mil ya habían fallecido en esa fecha. Hoy, seis años después de la publicación del documento de los científicos de Nueva York, se deplora la muerte de un total de 200 mil liquidadores. Los expertos también sugieren aumentar el número global de muertes causadas por la catástrofe en Bielorrusia, Ucrania y Rusia: en lugar de 50 mil, la cifra podría alcanzar los 985 mil. Subrayan que en los tres países la tasa de cánceres creció 40%. Mientras que la AIEA y la OMS sólo admiten la leucemia como cáncer ligado al accidente de Chernobyl, los investigadores de la Academia de Ciencias de Nueva York mencionan un notorio recrudecimiento de cánceres de pulmón, estómago, médula espinal, seno, intestino, recto y del sistema linfático. Establecen además una larga lista de patologías no cancerosas que atribuyen a la radiactividad: alteraciones de los sistemas digestivo, linfático, muscular, cutáneo, uro-genital e inmunológico. Señalan aberraciones cromosómicas, deformaciones congénitas y envejecimiento prematuro. Finalmente recuerdan que la lluvia radiactiva fue detectada no sólo en Europa, sino también en Estados Unidos y África ,y señalan que científicos encontraron radiación de Chernobyl en sedimentos del río Nilo. [caption id="attachment_438233" align="alignnone" width="1200"]La planta nuclear de Chernobyl en una foto tomada en 2006. Foto: AP / Efrem Lukatsky La planta nuclear de Chernobyl en una foto tomada en 2006. Foto: AP / Efrem Lukatsky[/caption] Lee más historias aquí: [caption id="attachment_438347" align="alignnone" width="1200"]Los secretos de Chernobyl. Los secretos de Chernobyl.[/caption]

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