Netflix no es gratis

sábado, 16 de marzo de 2019 · 09:35
CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- En la reciente temporada de premios, sorprendió ver que muchas personas comentaban que preferirían ver la película Roma de Alfonso Cuarón en la tele o en su tablet que hacer el intento de ir a alguna de las pocas salas que la exhibieron, aprovechando que “la daban gratis en Netflix”. Era preciso aclararles que no: aunque lo parezca, Netflix no es gratis. Tiene una suscripción mensual cuyo precio seguramente no sentían, y del que cobraron conciencia este jueves cuando el servicio de streaming anunció el aumento de sus tarifas en México. Este es, quizá, uno de los mayores méritos logrados por la marca fundada por Reed Hastings: hacer que la gente pague por un servicio de internet, tecnología en la que se ha impuesto el modelo de gratuidad para casi todo. No es logro menor, si se considera que servicios que antes tenían costo –como las llamadas por teléfono o los mensajes de texto–  ahora no representan prácticamente ningún desembolso. Y más tratándose de un género del entretenimiento en el que la piratería ofrece los más recientes estrenos cinematográficos en sitios de descarga ilegal o grabados en CD que se venden en las calles. Justo es decirlo, lo ha logrado con una buena batería de producciones originales de contenido transgresor –desde House of Cards hasta la serie biográfica del cantante Luis Miguel— que terminan convirtiéndose en tema obligado de conversación cotidiana. Ninguna serie de cable alcanzó la universalidad de los consejos de Marie Kondo en las charlas de sobremesa y las tendencias de las redes sociales. Incluso, yendo más allá, Netflix ya parece un concepto genérico. Es casi sinónimo de cine en casa. Y como ocurre con Uber, su nombre sirve para describir aplicaciones análogas, como cuando se le llamó a Scribd “el Netflix de los libros”. Cuando alguien recomienda una película a otra persona, ésta responde en automático: “¿ya está en Netflix?”. Y eso que en los años recientes ha visto enfrentar una competencia de gigantes a escala local (Blim de Televisa y Claro Video en México) y global (HBO Go, Fox, Amazon Prime). Con ese arraigo casi instantáneo, sería previsible caer en la zona de confort. Pero, a juzgar por los pasos que ha dado, Netflix parece consciente de que su modelo de negocios no está a salvo de la volatilidad que distingue a la era digital, y se prepara para la madre de todas las batallas. Su primer campo fue la contienda por el Oscar, en la que una intensa campaña –de cuyo costo no existen cifras públicas, pero que sitios especializados como Indiewire han calculado hasta en 50 millones de dólares— casi logra que Roma conquistara el Oscar como Mejor Película. No es seguro que vuelva a tener la misma oportunidad. Uno de sus principales adversarios, Steven Spielberg, llevará en abril próximo a la junta de gobernadores de Hollywood la propuesta de limitar la participación de las empresas de streaming en la competencia por la estatuilla. De lograrlo, podría inhibir la tendencia a que cineastas prestigiados (como los hermanos Coen o Martin Scorsese) vean a Netflix como una opción para llevar a cabo sus proyectos con total libertad creativa, sin tener que negociar ésta con las grandes productoras de Hollywood, como se estila actualmente. Otra amenaza que se cierne sobre Netflix es el lanzamiento de Disney +, previsto para finales de este año, que significará que el mayor gigante del entretenimiento se llevará todo su catálogo a su propio servicio de streaming, en el que además producirá series basadas en las franquicias que ha adquirido: Marvel, Star Wars y muy probablemente las que deriven de su fusión con Fox. Frente a este escenario, Netflix se adelantó y en noviembre pasado anunció una fuerte apuesta de producción original de corte familiar e infantil, género que consume –según sus cifras– 60 por ciento de sus suscriptores. Para este ambicioso proyecto reclutó a realizadores con probada solvencia en la animación proveniente de la propia Disney y de Cartoon Network. Una de sus recientes adquisiciones de lujo es la productora Darla K. Anderson, legendaria integrante de Pixar y ganadora del Oscar con Coco. Por supuesto, alguien tiene que financiar toda esta inversión, que no es menor. Y mientras Netflix no sea invadido por esquemas que favorezcan el anuncio publicitario –como fallidamente intentó Crackle, uno de sus competidores–, todo indica que seguirá defendiendo a capa y espada su modelo de suscripción, aun cuando tenga que enfrentar alguna oleada de protestas de inconformes por el reciente aumento de tarifas. Lo que confirma que nada en la vida es gratis. Ni siquiera Netflix.

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