BUZON DE APÓCRIFOS: Días de muertos
México, D F (apro)- Con ocasión de estos Días de Muertos quisiera informarle de un hecho inquietante que se sucedió el año pasado por estas fechas con un dizque amigo de trabajo
El tal supuesto amigo se llama Amaro (no doy su apellido por razones obvias), y es un hombre que no tiene madre (no se proyecten los aficionados a los juegos de palabras), quiero decir que es huérfano, no conoció nunca su progenitora ni a su progenitor, pues fue un niño abandonado y criado en instituciones públicas
El tal Amaro, a pesar de tan lamentable situación, ¿o será por la misma?, es un perfectísimo hijo (no se adelanten los albureros) de éste nuestro tiempo que nos ha tocado vivir
Y digo que es un perfectísimo hijo de nuestro tiempo porque es un trabajador, perdón, quise decir empleado, eficazmente competente, ferozmente competitivo y un audaz emprendedor, lo que le ha hecho que rápidamente suba peldaños en su empleo y ganar más y más dinero, señal de éxito inequívoco en nuestra sociedad Con decirles que hace apenas cuatro años que entró como barrendero en la empresa y hoy es ya jefe de sección, les dará una idea de cómo puede ser Sí, Amaro es, sin duda alguna y en toda la extensión de la palabra, lo que ahora se considera y dice “un triunfador”
¡Ah!, pero este triunfador tiene un pequeño defecto, como pude comprobar para mi alarma y temor; es un desinhibido hasta la desfachatez y la temeridad cundo toma unas copas, cosa de la que se cuida
Como les dije, el año pasado por estas fechas me invitó a cenar Accedí porque lo tome por deferencia a mi persona, ya que soy el jefe del departamento En el relajado ambiente del exclusivo restaurante donde fuimos, al calor de la comida y bebida, la animada conversación que sosteníamos, sin saber ni cómo ni por qué, fue a dar en el tópico de los Días de Muertos, de los que yo me encontré haciendo su apología, exaltándolos como señas de identidad tradicionales y elogiándolos porque nos permitían demostrar una de las mejores facetas de las personas: el recordar y manifestar el reverente afecto que nos merecen nuestros muertitos, padres, abuelos, hermanos y otros parientes Al llegar a este punto, vi en los ojos de Amaro un extraño brillo Creí haberlo ofendido ¡Burro!, en mi entusiasmo había olvidado que mi subordinado era huérfano Intenté arreglar la metida de pata y lo que conseguí fue meterla más Viendo mi incomodidad, Amaro me tranquilizó diciéndome que él también los celebraba
Ante la cara de sorpresa que debí poner (pues no tiene familiares de ninguna especie), se limitó a afirmar con un movimiento de cabeza Confuso, sólo acerté a balbucir la estupidez de si también les ponía su altar Me contestó que sí, y con una sardónica risita, me invitó a que lo visitara No sé, pero tuve la sensación de que estaba jugando conmigo, como el gato con el ratón, pero llevado por la curiosidad acepté
En efecto, en su elegante pisito de soltero, en la antecámara, pude ver que tenía instalado un altar de muertos a ley: no le faltaban sus adornos de coloreado papel de china, picado, contorneando diversas figuras de calaveras, ni su ofrenda de frutas y caña de azúcar, ni sus tamales y pan de muerto, cigarrillos, vasos de agua y botellas de licor, ofrenda dispuesta ante cinco fotografías que no pude identificar, ya que el humo de las veladoras que ardían ante ellas y el reflejo de sus llamas, desdibujaban sus rasgos
Curioso, me acerqué más para ver si podía identificar a los de las fotos Estremecido comprobé que el desgraciado de Amaro, el perfectísimo hijo de este nuestro tiempo, había dedicado su altar a los sucesivos jefes de nuestra empresa cuyos puestos había ido ocupando El grito de horror que lancé, el pánico lo ahogó en mi garganta Se me erizaron los pelos Tuve la sensación de estar en la siniestra cabaña de un cazador de cabezas o bien ante el escalofriante tzompantli, altar donde los aztecas ensartaban los cráneos de los sacrificados
Desde aquel día, mi relación con Amaro ha sido estricta y fríamente laboral, de jefe a subordinado El no parece resentirlo, pero tengo la sensación, al igual que aquella nefasta noche, que sigue jugando conmigo, como el gato con el ratón El miedo de que mi fotografía vaya a hacer compañía a la de mis antiguos colegas en el próximo altar a los muertos que monte el huérfano de Amaro, atormenta los días de mi vida
Perdón por irles con mi pena, estimados lectores, pero me tortura y acongoja tanto, que no puedo guardármela
De ustedes respetuoso y seguro servidor
DIMAS DE LA CRUZ