ADELANTO DE LIBROS: "Ramón López Velarde: la lumbre inmóvil", por José Emilio Pacheco
México, D F, 10 de noviembre (apro)- El Instituto Zacatecano de Cultura y el gobierno estatal acaban de editar un insustituible volumen de 156 páginas, en el cual el poeta Marco Antonio Campos recoge los escritos de José Emilio Pacheco sobre Ramón López Velarde
Se trata de una bella edición de mil ejemplares, surgida en razón de cuando Pacheco recibió el Premio López Velarde durante las Jornadas Lopezvelardeanas 2003
Repasar el pensamiento de Pacheco sobre el poeta jerezano es una labor apasionante y un placer sin límites En este conjunto de 15 ensayos o notas críticas se nos revela la dimensión del poeta y la dimensión del literato Pero la selección y al epílogo de Campos cierran el círculo; de este último trabajo son los siguientes fragmentos que nos preparan para, ya, disponernos a leer un libro que no puede faltar en una biblioteca mexicana:
Como Xavier Villaurrutia, quien fue el gran crítico literario mexicano del siglo XX, José Emilio Pacheco no tiene parangón entre nosotros como periodista literario Por más de cuarenta años ha enseñado a las generaciones sucesivas cómo puede escribirse cada semana un admirable texto sin repetirse Nos ha obligado a ver con una mirada abierta los pasados literarios y los presentes múltiples En su periodismo han tomado vida el ensayo, la crónica y, con rara maestría en nuestro medio, el artículo ficción Con lucidez imaginativa y con imaginación lúcida ha profundizado no sólo en lo que es y ha sido la tradición occidental, sino en cómo pudo haber sido o cómo hubiéramos querido que fuera En su periodismo se observan las artes y los estudios que conocer mejor: poesía, literatura, historia, política A escala, en alguna dirección, tales conocimientos se manifiestan en el esplendido conjunto de crónicas, ensayos y poemas sobre Ramón López Velarde que componen este libro
(…) Pacheco, quien como Borges o Calvino suelen encantarse describiendo o imaginando ciudades, habla del contraste entre el joven López Velarde, quien caminó arduamente la Ciudad de México, y el poeta López Velarde, en cuya obra “Apenas queda duda” de la urbe La mayoría de sus poemas se refieren a los lugares del centro del país donde habitó: Jerez, el edén de la infancia que la Revolución hizo añicos, y las ciudades recoletas de Zacatecas, Aguascalientes y San Luis Potosí en el inicio del siglo
López Velarde dijo de Saturnino Herrán, nuestro pintor sin errores: “Si sólo la pasión es fecunda, procede publicar el nombre de la amante de Herrán Él amó a su país; pero usando la más real de las alegorías, puedo asentar que la amante de Herrán fue la Ciudad de México, millonésima en el dolor y en el placer” Quizá, desde alguna profundidad del alma, López Velarde hablaba también por sí mismo
Venir hacia los años diez del siglo XX a lo que es hoy el centro histórico, aun desde pueblos próximos como Tacubaya, Mixcoac o Coyoacán, era todavía “venir a México” El barrio de López Velarde, el de la Roma, en la habitable capital de entonces, había nacido apenas en 1902; ese barrio, valgan las coincidencias sentimentales, lo fue también del propio Pacheco en su infancia y adolescencia, y lo hizo vivir inolvidablemente en una novela breve (Las batallas en el desierto)
Pacheco vio ante todo al López Velarde de la Ciudad de México como un flâneur, “un paseante solitario y pensativo”, como lo fueron Baudelaire y Laforgue López Velarde recorrió básicamente el centro histórico: trabajó en él como abogado, redactor de revistas y profesor de preparatoria, frecuentó sus bares y cantinas, y visitó a menudo las casas del placer de rameras mexicanas y, como recordó Ortiz de Montellano, también las de rameras francesas
Su calle representativa fue Madero; su despacho de abogado inclusive estaba en Madero 1 y las oficinas de la revista de Pegaso, donde laboró, estaban en la misma calle Más; en el precioso texto que José Gorostiza leyó en junio de 1963, cuando López Velarde fue inhumado en la Rotonda de los Hombres Ilustres, lo evoca en sus paseos a la una de la tarde y a las siete de la noche: “Habría que haberlo visto recorrer en aquellos años, entre 1916 y 1921, la estrecha calle principal de la Ciudad de México, andando en sentido inverso la ruta del Duque Job, desde la esquina de la Casa de los Azulejos hasta, seguramente, la de Madero y Gante, y en ocasiones hasta El Globo, en el cruce con la calle de Bolívar”
López Velarde dedicó a esa calle páginas irónicas en las que hablaba de las actividades de elegantes cortesanas pero agregando que servía también como paseo para muchachas de Dios, y aun la vio, utilizando un alter ego, como emblema de esos cambios históricos que representaban los cambios de las grandes influencias extranjeras en el país: “(…) fue una calle, luego una rue, y hoy es una street” Curioso: en los años cincuenta, o más preciso, en 1956, en un poema rabioso y ácido, Efraín Huerta encuentra la avasalladora presencia estadunidense simbolizada en la vía que es la inmediata continuación de Madero, la Avenida Juárez
De lo que constituían entonces las afueras de la ciudad, López Velarde era sobre todo aficionado a Santa María la Ribera, barrio que, como escribió en su artículo sobre María Enriqueta, le recordaba el solar nativo