MUSICA/CANTO RODADO: "El año 2000", utopía de Eduardo Bellamy

miércoles, 23 de abril de 2003 · 01:00
México, D F (apro)- Cuando despertó el bostoniano Julián West era el 10 de septiembre del año 2000 Había dormido ciento trece años, tres meses y once días, pues recordaba haberse acostado un lunes 30 de mayo de 1887 Este es el tema de la novela utópica “El año 2000” que el periodista estadunidense Eduardo Bellamy (Chicopee Falls, Massachusets, 1830-1898) escribió en 1888 El éxito de aquella novela alcanzó varias ediciones y superó más de 300 mil ejemplares en Estados Unidos La primera vez que descubrí una traducción de “El año 2000” fue a finales de los años 70 Era una traducción directa del inglés por Eduardo Torrendell Fariña, “texto íntegro de acuerdo con el original” (que se intituló “Looking Backward 2000-1887-If Socialism Comes”) editada en Argentina por Biblioteca Mundial Sopena, de 1946 Considerada originalmente como ejercicio de imaginación futurista, “El año 2000” pronto fue reconocida como expresión deliberada de las aspiraciones e ideas socialistas del autor, a cuya defensa dedicó gran parte de su vida Ya en 1880, Bellamy había fundado el diario Springfield Daily News, pero a partir de entonces se dedicó a la literatura, comenzando en 1891 la publicación socialista “New Nation” Su novela, una visión optimista e igualitaria del futuro de la humanidad a la llegada del socialismo, inspiró la creación de muchos clubes socialistas Para el Boston del año 2000, según Bellamy, ya no existirían bancos ni dinero, ni habría monopolios económicos manejados por capitalistas caprichosos y sindicatos irresponsables La nación estadunidense se habría organizado como una gran corporación mercantil que absorbió el resto de las empresas existentes, convirtiéndose en el único capitalista, el único patrón, el único monopolio que barrió la los demás explotadores para justo beneficio y economía participativa de todos los ciudadanos Uno de los inventos domésticos que sorprendió al protagonista de la novela, Julián West, era el teléfono musical En casa del doctor Leete, donde West había despertado, el médico le enseña cómo manejarlo: “Me mostró, haciendo girar un botón, la forma de regular la intensidad de la música, de manera que llenara la habitación o se fuera apagando hasta convertirse en un eco tan lejano y suave que apenas pudiera oírse Si estando dos personas juntas, una deseaba dormir y la otra escuchar la música, podíase conseguir que ambas realizaran su voluntad… Mediante un mecanismo de relojería, la música despertaría a una persona a la hora que se le ocurriera” Es Edith, la hija del hospitalario doctor Leete (“en los albores de su juventud, la joven más hermosa que yo había visto”), quien introduce a West a la música del año 2000, en el capítulo XI: --¿Es usted amante de la música, señor West? --me preguntó Edith Le aseguré que para mí era la mitad de la vida --He leído que en sus tiempos, aun entre la clase culta no había muchas personas que se interesaban por la música --dijo ella --Debe recordar también –repuse-- que teníamos algunos géneros de música un tanto absurdos, como la ópera --¿Le gustaría escuchar algo de nuestra música, señor West? Edith Leete lleva entonces a West al cuarto de música y ahí le ofrece una cartulina que anuncia “el programa más largo de música que yo había visto en toda mi vida”, con fecha del 12 de septiembre de 2000, a las 5 pm Observé que aquel programa fantástico servía para todo el día, dividido en 24 secciones que correspondían a todas las horas… Me hizo sentar cómodamente, cruzó la habitación y por lo que pude ver, no hizo más que tocar un par de botones y en el acto el ambiente fue ocupado por un himno de gran órgano Y digo ocupado y no invadido, porque el volumen de la melodía había sido perfectamente graduado al tamaño del aposento --¡Maravilloso! --exclamé-- Bach mismo ha de haber estado en las llaves del órgano Pero, ¿dónde está el instrumento? --No hay nada de misterioso en esta música, como usted parece imaginárselo No ha sido ejecutada por hadas o genios, sino por manos humanas, buenas y sinceras, pero de suprema habilidad Como en todo lo demás, hemos desarrollado en nuestro servicio musical el principio de la economía del trabajo En esta ciudad hay un cierto número de centros musicales, cuya acústica está adaptada a cualquier género de música Estas salas están conectadas telefónicamente con todas las casas cuyos habitantes abonan una tarifa reducida… Predicciones utópicas como las de Bellamy en esta novela victoriana “El año 2000” y su secuela, “Igualdad”, han sido cuestionadas por sus “puntos ciegos” El historiador James B Gilbert, profesor de la Universidad de Maryland, apunta que Bellamy omitió el mercado privado en su sociedad igualitaria Además, dejó fuera la influencia de la cultura, creyendo que la razón “per se” daría forma a la tecnología del futuro, sin considerar que “la cultura es tecnología” y viceversa La cultura invariablemente utiliza a la ciencia y a la tecnología, y frecuentemente abusa de ellas, produciendo pseudo-ciencias como la astrología Ahí es donde Gilbert cree que los utopistas se equivocan, al visualizar un futuro feliz que no es tocado por las fuerzas complejas y a menudo contradictorias que dan forma a la sociedad y su uso tecnológico Al final, en el capítulo XXVIII, Julián West regresa a su tiempo: Una vez en mi habitación, no conecté el teléfono como tenía por costumbre para facilitar la venida del sueño con suaves melodías Aunque sólo fuera por una vez, mi pensamiento se mecía al compás de una música más armoniosa que la de todas las orquestas del siglo XX, hasta que me dormí embelesado… --Es un poco más tarde de la hora que me dijo, señor West Hoy me ha costado más despertarlo que de costumbre La voz era de Sawyer, mi sirviente… Aquella brillante y tranquila raza del siglo XX, con sus instituciones tan ingeniosamente sencillas; el maravilloso Boston nuevo con sus cúpulas y torres, sus jardines y fuentes, y su universal reinado de comodidades, todo era un sueño Mi bella Edith, mi bienamada, también era invención de mi mente distraída… En el Boston del siglo XX no había anuncios, porque la propaganda no era necesaria; pero aquí las paredes de los edificios, las vidrieras, los avisos de los diarios en todas las manos, en realidad todo lo que atraía a la vista con excepción del cielo, estaba cubierto del llamado de individuos que, bajo innumerables pretextos, trataban de traspasar los ingresos de los demás a sus propios bolsillos El tenor de todos era el mismo: Vote por mí No se fije en los demás Son impostores Yo soy honrado Cómprenme a mí Llámeme Visíteme Oigame a mí No se equivoque Mi nombre es garantía de hombre recto y nadie más ¡Deje que los demás se mueran de hambre, pero por amor de Dios, acuérdese de mí! Concluye la pesadilla de West, que no es otro sino el utopista Bellamy: No sé si era lástima o repulsión moral el efecto que me producía el espectáculo; pero lo cierto es que de pronto, me sentí extranjero en mi propio país

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