ADELANTO DE LIBROS: "No hay tal lugar", de Ignacio Solares

martes, 30 de septiembre de 2003 · 01:00
México, D F (apro)- Narrador, dramaturgo, periodista y promotor cultural (actualmente es director de Difusión Cultural de la UNAM), Ignacio Solares acaba de dar al público su más reciente producción literaria, una novela de 138 páginas titulada “No hay tal lugar” El sello de Alfaguara presenta la obra así: “De la misma manera en que los personajes de esta novela encuentran la ruta hacia su destino final, la voz serena de la entrañable Fusila nos dirá sobre la muerte: ‘Yo te acompaño No tenemos que hacer nada, pensar nada Me abandono contigo, permito que también me arrastre Pedimos a ese irresistible río dormido de la vida que nos lleve a donde va Y sabemos que adonde él va es donde queremos ir, a donde debemos ir Por el río dormido hacia la reconciliación tortal’ “En este relato sobre muertes, sobre la muerte, Ignacio Solares narra apasionadamente el amor a la vida” El escritor chihuahuense ubica el relato en su territorio natal, concretamente en un caserío perdido en la sierra Tarahumara, San Sóstenes El personaje, Lucas Caraveo, encargado de investigar y ofrecer un reporte sobre su colega, el padre Ketelsen --continúa la solapa--, trastoca el viaje en una “confrontación de dudas y certezas sobre su vida, su memoria, su muerte, su fe” Nacido en Ciudad Juárez en 1945, Solares es autor de “Delirium tremens”, “La noche de Ángeles”, “Madero, el otro”, “El gran elector”, “Nen, la inútil”, “Columbus, El sitio” (Premio Xavier Villaurrutia 1999), “Cartas a una joven psicóloga” y “El espía del aire” Está en cartelera un monólogo suyo contra la violencia y la guerra en “Tríptico de sangre”, donde las otras dos piezas son de José Ramón Enríquez y Héctor Bonilla El siguiente fragmento es el arranque de “No hay tal lugar”, un adelanto para el lector: * * * Cuando el joven sacerdote jesuita Lucas Caraveo llegó al valle de San Sóstenes, en la sierra Tarahumara, los habitantes del lugar lo supieron enseguida No que lo hayan visto llegar, pero lo supieron como sabían ellos cuando sucedía de insólito a su alrededor: por un vuelco del corazón, por un sabor especial en la boca o, la mayor parte de las veces, por una simple visión al entre cerrar los ojos Las cosas se les volvían meros pretextos al puñado de habitantes del valle de San Sóstenes para ver en ellas lo que querían ver O lo que no podían dejar de ver Al inclinarse las mujeres sobre el fogón y soplar las cenizas para desnudar el rostro luminoso de la brasa, la brasa era de pronto otra Otra del otro O los ruidos: el chasquido del agua al regar las plantas, el grito estridente del güet: un ave zancuda de por ahí, que anunciaba la llegada de un visitante inesperado El viento que traqueteaba al atardecer afuera de las casas era también un buen estímulo O el último sol del día, que fabricaba toda clase de espectáculos cinéticos en los vidrios de las ventanas Por eso se veía tan seguido a la gente del lugar sacudir la cabeza, como para ahuyentar un ensueño doloroso que la oprimía o, por el contrario, una visión que la deslumbraba Sus pupilas se dilataban para escuchar en la penumbra, para evitar o atraer aquello que sólo así, ahí, podía aparecer Casi preferían la plena oscuridad a la luz temblorosa del velón de sebo que los alumbraba por las noches, y que transfiguraba las cosas con su amarillento, macabro resplandor Y aún durante el día, al llegar la luz desnuda de afuera, el penumbroso interior de las casas se les volvía doblemente atractivo, pleno de apariciones Lucas entró al pueblo en la tarde húmeda, arrastrando los pies y con unos ojos que revoloteaban en las órbitas como pequeñas aves enloquecidas Una suave luz se depositaba en el aire y en la tierra Recorrió las calles sin asfaltar pero limpias, las casitas blanqueadas con pequeñas ventanas donde, de vez en cuando, asomaban unos ojos fosforescentes La atmósfera hervía de olores tibios y contrarios El frío parecía aumentar, condenarse junto a las ramas crepitantes En cierto momento tuvo la impresión de que las calles se levantaban en su contra y había un grito escondido en cada puerta y en cada ventana: “¡Lucas Caraveo, es Lucas Caraveo!”

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