México, D F, 2 de febrero (apro)- Desdichados congéneres: con angustia y desesperación veo, tras casi 87 años de observarlos desde el nicho del recuerdo que mi trabajo dejó en su memoria, que les abruman las mismas o parecidas trágicas contradicciones que me llevaron al suicidio
Como muchos de ustedes no ignoran, nací y crecí en esa encrucijada del tiempo en que la humanidad inició el padecimiento, aunque no lo explicara, de lo que muy bien expresó en unos versos, en 1888, mi paisano, el estadunidense James Russel Lowell:
“Los hombres sienten que los sistemas viejos crujen bajo sus pies
Tristemente la vida se convierte en simple adivinanza
Que en una época la Religión respondía, pero que ha perdido la respuesta
¿La ha encontrado la ciencia?”
Hijo de mi tiempo, tuve que sufrirlo en carne propia, pero no teman, no los abrumaré con los hechos de mi aventurera vida que tantos de ustedes ya conocen, sino del reflejo que los mismos tuvieron sobre la formación de mis pensamientos, palabras y obras Yo, como muchos otros, fui por respuestas a la ciencia, la filosofía, a la economía, en la lectura enfebrecida de los autores más significativos en las mismas en mi época, como lo eran Prudhon, Darwin, Spencer, Nietzsche, Marx, y que todavía lo son, unos más y otros menos, en esos sus días, lectores
Mi tiempo, como no ignoran, fue el del inicio de la agonía de la fe en la perfectibilidad del hombre y el del desarrollo de la nueva creencia en su desamparo ante una ley natural que todo lo consume; creencia que, de hecho, ha ido desprestigiando y hasta cancelando los juicios morales En su lugar, los buenos y los malos son sustituidos por los fuertes y los débiles, los aptos y los incapaces, que el cruel juego de la naturaleza, de la economía, de lo social pone en su lugar; juego cruel que muestra y demuestra que sólo unos cuantos, los más fuertes, pueden colocarse por encima de las circunstancias, triunfar; que el resto, la mayoría, pertenece a la casta de los perdedores, los vencidos
Con sinceridad, lectores, díganme, ¿es muy diferente su visión del mundo?
Bien Quizás llevado por un romanticismo congénito aunque creo que más por pertenecer a los jodidos, de los pobres por nacimiento, fue que me rebelé contra tales principios Con obstinado optimismo, con el cerebro lleno de teorías, esperanzas y acusaciones, escribí 50 libros exaltando la seducción de la aventura, la lucha por la vida, el valor persona, la camaradería, la lucha de clases y hasta el socialismo, del que fui militante activo
Dicen los que han estudiado mi vida y obra, que mi ideología contiene contradicciones insalvables, incoherencias irredimibles; que mi tipo de super hombre nietzschiano, enardecido por el espíritu democrático, es un peregrino sueño imposible; que el valor personal de tantos de los protagonistas de mis obras, por estar basado en un racismo kiplinesco, que proclama la supremacía de la raza anglosajona, es incompatible con la lucha colectiva por un mundo mejor, de justicia y equidad para todos; que mi anticolonialismo, es una burla ante mi creencia de que la evolución social sólo es posible en los pueblos ya civilizados; que mi adhesión y rendimiento a la “ley de la manada de lobos”, donde los más fuertes y jóvenes devoran a los más viejos y débiles, envenenó y pudrió, desde la raíz, mi rebelde idealismo romántico ¿Cómo la ven, mis lectores?
Pues bien, al margen de lo que ustedes piensen, bueno será que recuerden que, según los que me han estudiado, esas contradicciones de mi ideario fueron las que propiciaron mi suicidio, así como que tengan en cuenta yo ya había dicho al hablar del protagonista de una de mis obras: “… yo soy Martín Eden Martín Eden murió porque era un individualista, yo vivo porque soy socialista y tengo conciencia social”, que no olviden que días antes de mi suicidio, renuncié al Partido Socialista por “su falta de fuego y de compatibilidad y su pérdida de interés en la lucha de clases”
Lectores, pueden decirme que ustedes no padecen esas contradicciones, ¿pero están seguros de no sufrir otras parecidas? Sí, se libraron de la lucha de clases, pero viven el imperativo del férreo determinismo económico marxista
Por su parte, la ley de la oferta y la demanda, una de las columnas maestras de ese su mundo, ¿no convierte todo en mercancía? ¿La misma no hace que se vendan y se compren hasta los hombres?
Por la suya, esa su manía de privatizarlo todo, ¿no está llevando a que el bienestar y hasta la felicidad de los jodidos dependan cada vez más del altruismo, de la filantropía de los superhombres nietzschianos del día, de los exitosos, del rico, de acuerdo con sus muy particulares intereses? Ustedes dirán
¿Y qué me dicen del miedo? No pueden negar que el mismo está haciendo que voluntariamente renuncien a sus más legítimos derechos, e incluso a su dignidad, ¡y eso es lo mejor!; lo peor es que los está convirtiendo en unos monstruosos seres capaces de las peores atrocidades ¿O no es así?
A ese su mundo lo veo cada vez más fregado por las perturbaciones, tan trágicas con frecuencia, que le causan la ambición, la codicia, la sed de éxito, a las que espolea, justifica y hasta legaliza la darvinista libre competencia, considerada el alma de su progreso
Lo siento, pero considero que estas realidades están llevando al suicidio de nuestra especie como tal De ahí mi angustia y desesperación
¿Sabrán encontrar respuestas conciliatorias de sus contradicciones para así poder subsistir conforme a la regla de oro de la convivencia, la cual consiste en vivir y dejar vivir? Eso espero
Con mi simpatía por sus esfuerzos en esa dirección
JACK LONDON