¡Ay, Cachirulo!
México, D F, 27 de agosto (apro)- La actriz María Rojo preparó el siguiente texto para el homenaje a Enrique Alonso, el 21 de abril del 2001, en Coyoacán durante su gestión como delegada Fue publicado por la revista Proceso #1276, el 16 de abril del mismo año:
PRÓLOGO
¿Dónde tenías la cabeza, Cachirulo, cuando creíste en mí?
En mí, que a estas alturas del partido, todavía dicen que no sé separar la vida real de la ficción Tan es así, que hace apenas pocos días, una dulce adolescente, en el viejo ejido de Santa Ursula, se me acercó y me preguntó si acaso yo pensaba que gobernar Coyoacán era una de mis películas; a lo que le contesté que no, que por supuesto que no, a menos que fuera una película de terror
Y VA DE CUENTO
Hace ya muchos años, mejor no decimos cuántos, ¿te parece?, érase que se era una niña de ocho años, flaca, fané y descangallada, a la que su familia le decía linduras como píldora vacía, y que tenía la boca tan grande, tan grande, que cuando hablara se iba a morder las orejas Y que era tan distraída, tan distraída, que cuando su mamá le pedía sus chanclas, al ir por ellas ya se le había olvidado qué le habían pedido; y tan triste, tan triste, que su canción favorita era “La muñeca fea” Mas sucedió que un día esta niña se acercó al duende de las ilusiones, el gran “Cachirulo”, amado por los niños, los papás de los niños, y los papás de los papás de los niños, para pedirle interpretar a “Caperucita Roja”, y el milagro, como en los cuentos de hadas, se le concedió
¡Ay, Cachirulo!, ¿dónde tenías la cabeza cuando creíste en mí?, en mí que aún ahora no me puedo aprender la tabla del dos (pero que sí me acuerdo perfectamente del primer parlamento que dije en mi vida, interpretando el protagónico personaje de la “niña tres”, que a la letra decía: desde que el Lobo Trágalotodo, duque de los Dientes Largos, se ha instalado en el castillo del bosque, no la dejan a una ni jugar en paz
¡Híjoles, “Cachirulo”!, ¿dónde tenías la cabeza para pensar que esta niña se iba a convertir en actriz? Y que con esa carrera, tocada por la varita mágica del hada buena de Pinocho, iba a conseguir existir, y dejar de ser transparente
Así me enseñaste, Enrique, que esta profesión es casi un apostolado, y tan me lo creí, que sigo llegando puntual a todas partes, aun si me propongo lo contrario, pues sé que el telón se levanta a la hora anunciada; que a papel sabido, no hay mal cómico, que sólo muerto se falta a una función (y en esto sí no hay otro remedio), que no hay papel pequeño, sino actores pequeños
Todavía hoy me sudan las manos como cuando escuchaba en la emisión semanal de nuestro programa el “tantán-taratatatán-taratatatán-taratataa-ra”, el tema de “El niño de la trompeta” al principio de nuestro cuento, cada vez que salgo al escenario Tú me enseñaste que lo mejor de un actor es saber escuchar; que las buenas actuaciones son precisamente aquellas en que se colorean de emoción los silencios (cosa que desgraciadamente no practico en la vida real) Me enseñaste también que no tenía por qué preocuparme de qué hacer con las manos, pues cuando yo me creyera lo que estaba haciendo, me lo creerían todos, y mis manos se moverían solas Tú sí me enseñaste el “abc” de la actuación; hacer un punto, una coma, y actuar una interrogación
También aprendí de ti que tejer entre bambalinas es de mala suerte, y que mi mamá, a pesar de ser madre de un pequeño monstruo, no era tan antipática Luego me ayudaste a crecer, pues tú convenciste al director de “La Mala Semilla” de que, a pesar de no ser rubia, me diera la oportunidad de esteralizarla, y así dejando poco a poco los cuentos y la infancia
¡Ay, “Cachirulo”!, ¿dónde tenías la cabeza para hacernos creer a tantas generaciones, allá cuando los niños todavía eran niños, que tú eras capaz de triunfar sobre el mal, cuando combatías al malvado Fanfarrón, cuando sufríamos con la bruja Escaldufa, la que vive en una estufa, cuando nos asustaba el Lobo Trágalotodo, y nos reíamos con tus tías, Altamira y la tonta de Altagracia, cuando corríamos largas aventuras con la Indigestión y el Retortijón?
Pero, sobre todo, ¿cómo pudiste convencernos de dormir tranquilos, porque el muñeco “Cachirulo” había cobrado vida por obra y gracia del hada madrina, para defender el bien y hacer que todos los niños del mundo fueran obedientes y aplicados?
Tú mismo relatas que te hartaste de repetirme, hasta el cansancio: “María, estudia, haz tu tarea” Así que te hice caso, y finalmente hice mi tarea ¡en la hamaca! ¡Ay, María, dónde tenías la cabeza!
También supliste a mi papá en la vida real --cosa que te agradezco de corazón-- cuando me entregaste en el altar a mi primer marido --la peor de mis actuaciones, como sin duda estarás de acuerdo conmigo-- y los curiosos que se habían aglomerado a la salida de la iglesia de la Sagrada Familia se preguntaban cuál sería el cuento que estábamos grabando ¡Ay, “Cachirulo”, dónde tenías la cabeza!
Como compensación de semejante desfiguro, y tal y como suele suceder en los cuentos, fuiste tú quien me presentó al príncipe de mis sueños, que no tuve empacho en arrebatarle a la mismísima Blancanieves
¡Ay, “Cachirulo”, dónde tenías la cabeza! La tenías donde tenías que tenerla, en el corazón; y en la emoción del alma de los niños, de los papás de los niños, y de los papás de los papás de los niños
Discúlpame si parezco demasiado protagónica (de esto tal vez también tú tienes la culpa), pero es que no puedo separar tu historia de la mía propia Tú convertiste al patito feo en algo bastante “más pior”; en la jefa delegacional de Coyoacán, en estos tiempos de cambio en que nos dicen que hay que evitar la masculinización de la mujer
Ya en serio, Enrique: ¡cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí y por todos nosotros! Así que ora sí:
COLORÍN, COLORADO, ESTE CUENTO TODAVÍA NO HA TERMINADO