CANTO RODADO: Rockdrigo González (1950-1985), Pterodáctilo cantando (Parte I)

lunes, 6 de septiembre de 2004 · 01:00
México, D F, 6 de septiembre (apro)- El 19 de septiembre se cumplen 19 años de la desaparición de Rockdrigo González, “El profeta del nopal”, fundador del movimiento de cantautores rupestres, durante los sismos de 1985 en la Ciudad de México El autor de esta columna, integrante del Colectivo Rupestre, dedicó a su amigo Rockdrigo el siguiente texto que se publicó originalmente en la revista “Tiempo Libre”, la semana del 4 al 10 de octubre de ese año Se trata de una fresca evocación literaria y emotivo adiós al roquero, autor de la balada “Metro Balderas”, cuya letra está escrita en una placa de dicha estación del metro capitalino Esta es la primera de tres partes Infancia de Rockdrigo --¿Nombre del niño? Una sonriente mujer de 31 años, Angelina Guzmán de González, responde: --Rodrigo Rodrigo Eduardo Eran las nueve de la mañana del 2 de agosto de 1951, y los ojos claros del joven padre Manuel González Sámano se abrieron como velando a su pequeño, el tercero, nacido a las 5 de la tarde casi un año atrás, el 25 de diciembre de 1950 De sus otros dos hijos, sólo “Chaco” vivía Con la mano todavía firme para sus 66 abriles, el abuelo don Manuel González firmó como testigo La secretaria, una chamaca tropical de nombre Carmen escribió el “Doy fe” en el acta Con amigos pescadores y un trío huapanguero, la familia González Guzmán se encaminó hacia la callecita de Eucalipto, al número 201, para celebrar un brindis con sidra Después de besar a su esposa y al chiquitín, el fornido papá de 33 años de edad apuntó rumbo a su astillero del puerto donde debía terminar el lujoso yate que construía por encargo del político campechano priista Carlos Sansores Pérez Tampico no era la ciudad tranquila con los 300 mil habitantes de hoy, sino que aun mantenía muchos terrenos despoblados y un ambiente aletargado de villorio sinuoso, rodeado por aguas y pejelagartos que había sido fundado por pueblos toltecas y huastecos hacía siglos; se llegaba en chalán, por un costado, y del otro lado, la Laguna de Chairel era el sitio consentido de los niños para desenrollar y lanzar hilos con gusanillos pescadores, ahí mero donde Rodrigo aprendería sus primeras pisadas de huapangos en la vieja guitarra de palo que golpeaba su padre Sobre las polvorientas calles, el calor bajaba en ocasos deslumbrantes, extendiendo la sombra de los hermanitos luego de una sudorosa cascarita futbolera Eran tierras aparentemente áridas que de cuando en cuando les regalaban idolillos prehispánicos de obsidiana y barro rojizo; correteaban hasta la cuadra y gritaban a sus hermanas “Veva” y “Elsy” para mostrarlos con orgullo en el jardín de la casa: una antigua edificación de madera que templaron los europeos cuando iniciaron negocios con el abundante oro negro de la región, una casa color crema sostenida por pilotes con techo de dos aguas Rock de la covacha El niño Rodrigo asistía a la primaria frente a aquella casona, el Instituto Froebel Allí trabó amistad con Miguel Ángel Ramírez, su cuate de guerritas a guijarrazos y maestro del arte “voyeurista”, espión de la falda de la profesora Josefita con espejos en el empeine de sus zapatos Siempre al filo del precipicio, fue Miguel Ángel quien apadrinó a Rodrigo cuando cumplió 14 años para “desquintarlo”, en la zona de tolerancia Rodrigo solía adentrarse subrepticiamente en las huertas de los vecinos para robar rosas y en ramillete llevarlas a su noviecita de la secundaria, la tal “Auroris”, con una cartita La vez que llegó a intentar el hurto de unos “gansitos” de un escaparate del puesto del anciano Ramón, “Don Moncho”, ese de barbota blanca junto a las piñatas en el mercado, fue sorprendido por unos guardias que lo persiguieron con balas de sal Rodrigo escapó, pero decidió desarrollar su primer invento: la super-resortera-catapulta, que lo defendería muy bien de “todos los pinches fascistas” Su padre nunca olvidaría la noche cuando regresaba del astillero y al acelerar por el muelle, sin que él ser diera cuenta, Rodrigo se le subió atrás de la “troca” y de pronto, “¡cuas!”, escuchó un trancazo seco Frenó y por el retrovisor descubrió a su hijo semi inconsciente en el cemento arenoso; bajó sopando maldiciones y lo despertó a cachetadas --¡Carajo travieso! ¿Por qué chingaos no avistaste que venías, cabrón? En casa, Doña Angelina tuvo que lidiar con el enojo de don Manuel y le preparó a Rodrigo un rico caldo de jaiba, su “manjar de campeones” como él calificaba a esa, su comida favorita Consoló al muchacho, quien no cesaba su queja: --No lo entiendo, mamá Es malo, muy malo conmigo ¿Cómo explicarle a su “gorrioncito”, como ella lo llamaba con ternura, el origen de las pesadas mañas tipo “manu militari” de Manuel? Su marido cambió de genio apenas se casaron, en aquel extraño viaje a Acapulco donde él montó un astillero con tanta fortuna, que los nativos se murieron de envidia, armaron el suyo y sin miramientos, el más moreno le advirtió una noche en que lo invitaron a beber: --¿Sabe “inge”? Hemos estado conversando acá mis hermanos y yo, queremos decirle algo Pos ya decidimos que mejor se regresa a Tampico, “inge” Acá el sol quema hasta a las iguanas y no hay dos pescados que traguen carnada en el mismo lugar, si usted me entiende y digo, con todo respeto Don Manuel no se amilanó: --Mire negro, no se ande con rodeos Creo que el que no comprende es usted porque aquí hay suficiente comida para todos Además, tener dos astilleros en la misma playa es lo mejor que nos conviene para la buena fama de los barcos, usté sabe negrito, que nadie talla como nosotros en toda la bahía Pero el moreno afiló los dientes de azúcar mientras sus carnales jugaban con los machetes en los cocoteros y fue directo al grano: --Le repito, ingeniero, el fuego arde hasta con los escorpiones más venenosos No se le vaya a meter uno así de güero y grandote en su astillero Se lo decimos como amigos, “inge” Ojalá no se llegue a arrepentir por no pescar a tiempo nuestro consejo Vuélvase al Golfo, compadre, allá en Tampico las redes están mucho más anchas Doña Angelina recordó que a su vuelta, fue otro: más intolerante, ambicioso, huraño Trabajaba hasta la madrugada, no bebía, y en pocos años se convirtió en el fabricante de barcos mejor pagado de todo Tamaulipas Angelina abrazó a Rodrigo con las palabras: --Tú eres muy travieso, gorrioncito Si sabes que no le gusta que vayas atrás en la camiona, ¿pa qué le llevas la contraria, corazón? Ya entenderás algún día a tu padre, te lo aseguro En vida uno debe ser muy abusado, m’hijo Y aprenderás a perdonarlo Esa noche, Rodrigo escribió en su diario: “Si alguna vez has estado al revés, sabrás ya bien a qué huelen tus pies” Cuando Rodrigo entró al Instituto de Ciencia y Tecnología de Tampico, el mentado TEC, a regañadientes su padre lo dejó ocupar un cuartito vacío en el jardín de la parte posterior de la casa Era “la covacha”, una emulación de “El Club de Tobi” donde sólo se admitirían “groupies”, su bunker para armar reventones con los cuates, fumar y cantar los blues Uno de sus amigos, Gonzalo Rodríguez (curioso: se llamaba como Rodrigo a la inversa) optó por llevar su guitarra española que apenas y sabía raspar, para que Rodrigo le tocara rolas de Donovan, Jimi Hendrix y Traffic Un tarde, Rodrigo consiguió una grabadora y propuso a Gonzalo comenzar un conjunto de rock, “Las piedras rolantes”, pues según esto ya tenía varias letras, había escrito cosas y traduciría canciones de Los Beatles, Dylan, Simon & Garfunkel Quienes lo vieron llegar con la guitarra de su papá desde el astillero, dicen que avanzaba tan pausadamente, que daba la impresión de que un pie amodorrado le pedía permiso al otro para caminar Ya lo esperaban en “la covacha” Gruñó: --¿Qué pasó, “locosss"? Pensando en los afanes por lograr riqueza de los capitalistas tampiqueños y en los rigores con que su padre sometía a los trabajadores del astillero, arrancó esa primera canción suya con letra y música original que había apuntado en su diario, con tono de La menor, Sol, Fa y Mi: “Canicas” “Esta historia que les voy a relatar es de un hombre rico que tenía lo que quería; pero ese hombre rico tenía una obsesión, eran las canicas que serían su perdición” Cuando acabó, Gonzalo y los demás no supieron qué decir y se burlaron con un “no manches”, por lo absurdo de la historia Era como una pieza para niños, medio ridícula aunque divertida, y ambos llenaron de carcajadas “la covacha” Había que festejar De la colonia Altavista varios se unieron, cogiendo la senda del cementerio La Trinidad Rodrigo se paró abajo del frontón de un mausoleo sucio, sacó un papel y comenzó a leer el cuento corto que había intitulado “Macabro en el Infierno”, con mención a OVNI y seres de ciencia-ficción Entre el silencio de las tumbas, Rodrigo leyó dos hojas y se detuvo Gonzalo lo animó a proseguir: --¿Y luego? --¿Y luego qué? –respondió Rodrigo --¿Qué sigue? Está bueno el rollo, parece como de ese bato, del Allan Poe, síguele loco --Es que todavía no lo termino, maestro Nomás les di una probadita a ver si me echaban una mano Lo rompió --¿Qué onda? Se te va a olvidar --Nel, tengo varios así Es pa’ que se inspiren con el final Pero ahora voy a sacarles un cigarrito de mis campos de algodón, “broders” Y ya encarrilados con los humos conejeros de mi planta “pot-a-biliz-adora”, al ratón nos lanzamos a La Perla para chelear A la noche siguiente, habría luna llena Rodrigo propuso a El Club de Tobi organizar una misa negra en La Trinidad Sólo “El Cacho” no estuvo de acuerdo: --No tires aceite, loco Esas son puras mamadas Desde la tarde se juntó el personal Estaban “El tomates”, apodado así por sus cachetes colorados de jitomate; “El Cacho Piñatas”, artífice de la mentira con sesgos de puritita verdad; también “El Chaquito” Santiago, a quien Rodrigo y Gonzalo llevaban serenata al terminar sus parrandas: “Estás perdiendo, estás perdiendo, estás perdiendo conciencia de las cosas” (Continuará)

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