Vigencia de Abel Quezada Rafael Vargas

martes, 29 de diciembre de 2009 · 01:00

Nacido el 13 de diciembre de 1920, por estos días Abel Quezada habría cumplido 89 años de edad. Una grata manera de recordarlo y celebrarlo es visitar la estupenda muestra de sus cartones en las rejas del Bosque de Chapultepec, expuesta al público hasta el próximo domingo 10 de enero de 2010.

 

“Yo llegué a México en tren y con sombrero en junio de 1936. Tenía 15 años, había tranvías. Vendían gelatinas... La ciudad era adorable. No la habían destrozado ‘ejes viales’ ni ‘topes’. Todo olía –todavía– a ‘suave patria’. Antes de la crisis. Antes del saqueo. Antes de la deuda. Antes de la corrupción. Antes de la ineptitud.”

Con esas palabras se inicia el recorrido de Adorable y enemiga: la Ciudad de México en los trazos de Abel Quezada, muestra de cartones de ese caricaturista superior presentada por el Gobierno de la Ciudad en la Galería Abierta de las rejas de Chapultepec.

Al verla, lo primero que viene a la mente es la pertinencia que todavía tienen los temas de los que se ocupaba Quezada y la asombrosa actualidad de sus comentarios: la ciudad convertida en pandemonium gracias a los automóviles; los problemas de transporte; los lugares que se desvanecen por mandato de la rentabilidad; la contaminación; la falta de estética arquitectónica; la sobrepoblación (los tacos y los autobuses como reguladores del crecimiento demográfico); el derroche del agua; la abundancia de gordos; la policía ineficaz, abusiva y corrupta; la justicia al servicio del dinero… El contexto no ha variado: todo es igual –o peor.

Los cartones de Quezada parecen dibujados hace apenas unos días, pero no: los 97 ejemplos que ahora se exhiben de su vastísima obra –más de 10 mil piezas realizadas en el curso de 47 años– fueron realizados entre 1952 y 1989. Es decir, el más reciente de ellos (Quezada abandonó la caricatura en marzo de 1989 para dedicarse a pintar) tiene más de 20 años.

Al mismo tiempo, embarga a quien los mira la dolorosa conciencia de lo mal que debe estar México (la ciudad y el país) para que en tantos años ninguno de los males señalados por Quezada en sus cartones se haya corregido.

Los japoneses y los alemanes quedaron hechos pedazos al concluir la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a comienzos de los años setenta las economías de ambos países figuraban entre las más fuertes del mundo. Es decir, tras una hecatombe, lograron reconstruirse en menos de 30 años. Pero claro, en México, como ya lo describía Quezada en 1957, los empresarios “emprenden un negocio –se los financia el gobierno–, el negocio quiebra –se los compra el gobierno–, el gobierno se queda con todas las deudas y todavía les da a ganar –por supuesto, los capaces empresarios toman la precaución de quedarse con el dinero del financiamiento en sus bolsillos”.

Así, entre burlas veras, o verdades que él hacía que parecieran cuestión de risa, Quezada ponía en evidencia a la “familia revolucionaria”, a sus socios y amigos –prácticamente idénticos a la actual “familia reaccionaria”, sus socios y amigos, a los que don Abel ya anticipaba, como podrá constatarlo quien vea la exposición.

“A mí me gusta la verdad como fondo de las cosas. En todo lo que uno dice debe haberla. En el humor, si no existe la verdad, no hay ningún sustento en nada, es un humor intrascendente y frívolo, un chiste”, le dijo al escritor y cineasta Claudio Isaac en una conversación en 1985.1 Esa verdad es lo que da valor y vigencia a su trabajo. Para expresarla, Quezada se valía –además, claro, de la singular calidad de su dibujo– de textos breves, inteligentes, de aire inocente, pero cargados de sorna.

Sus cartones –los “monos gramáticos de Abel Quezada”, como los llamó un anónimo y atinado reseñista del desaparecido diario Novedades, en 1984 (el propio Quezada los llamaba “textos ilustrados”)– pueden leerse hoy como una contundente prueba de que la corrupción no sólo impide crecer al país: lo ahoga.

No obstante, la tragedia que reconocemos a través de ellos no merma su carga de humor. Valga un mínimo ejemplo de su manera de plasmarlo:

“Una de las ventajas de ser rico en México es que aquí todo le sale más barato a los ricos –inclusive los impuestos.

‘Que los impuestos los paguen los pobres –dice don Gastón Billetes–, al fin ellos tienen menos gastos que nosotros’.”

A través de diarios como Ovaciones, Esto, Excélsior, Últimas Noticias de Excélsior o Novedades, y semanarios como Cine Mundial, Quezada llevó a cabo una de las crónicas sociales y políticas más divertidas y menos complacientes del México moderno.

La selección de los cartones se debe a Alfonso Morales, quien hace 10 años capitaneó a un equipo de investigadores para realizar seis estupendas compilaciones temáticas de cartones de Quezada publicadas por Editorial Planeta (El mexicano. Los mejores cartones; El país problema. Los mejores cartones; El sistema. Los mejores cartones; El tapado. Los mejores cartones; El cine. Los mejores cartones; El charro Matías. Los mejores cartones). Con base en esa experiencia, su propuesta es impecable.

Ojalá que la Asociación Civil Abel Quezada y el Gobierno de la Ciudad capitalicen este trabajo y le den mayor difusión a través de un libro.  l

 

1 “Aterrizaje en la pintura. Abel Quezada entrevistado por Claudio Isaac”, Artes de México, número 6, invierno de 1989, pp. 69-71.

 

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