Biutiful

jueves, 4 de noviembre de 2010 · 01:00

MÉXICO, D.F., 4 de noviembre (Proceso).- Alejandro González Iñárritu tranquiliza a los admiradores que ha acumulado por todo el mundo a lo largo de toda una década, a partir del éxito de Amores perros. 

Biutiful (México-España, 2010) demuestra que el director de Babel bien sabe contar una historia dentro de un formato clásico; atrás quedaron el manierismo y los retruécanos de la estructura narrativa, rompecabezas un tanto forzados que empezaban pesarle a su público.

En Biutiful, el virtuosismo cede ahora el paso a una complejidad sicológica mejor interiorizada, no en balde Javier Bardem obtuvo el premio a la mejor actuación masculina en el festival de Cannes; Uxbal, su personaje, es muchas cosas a la vez: un hombre sentenciado por un cáncer terminal de próstata, hijo desamparado en la infancia y ahora padre que lucha contra la pobreza, dispuesto a todo por proteger a sus hijos; amante desesperado, negociante y mediador de cosas turbias, por si fuera poco, un síquico intermediario entre los vivos y los muertos. 

La actuación de Bardem recoge toda esa tremenda carga sin caer en excesos melodramáticos, el aura de estoicismo que imprime el actor establece el tono heroico de su personaje.

En una Barcelona sin ramblas ni marcha sabrosa pero llena de inmigrantes y vendedores ilegales, represión, con alguno que otro policía tan corrupto como en el país de origen del director, transcurre el drama de Uxbal. 

La vida cotidiana es un constante recorrido por el laberinto; el estilo renovado de González Iñárritu adquiere una cierta sobriedad y gana en lirismo, como lo muestra esa inquietante escena en la nieve entre el fantasma de un joven y Uxbal, todo esto sin que la cámara de Rodrigo Prieto quede quieta. Además, la maestría del realizador para construir secuencias de acción es más elocuente que nunca.

Agobiado por la inminencia de la muerte, Uxbal quiere perdurar en la memoria de sus hijos; González Iñárritu define su cinta como la carrera de un hombre por dejar una memoria; la intrascendencia es una noción insoportable en sus personajes, seres mortales, conscientes de sí mismos en el mundo. 

De ahí proviene, en gran medida, la ambición universal de este realizador mexicano; de ahí la multiplicidad de personajes en Amores perros que pretendía abarcar todas las esferas sociales, conectar a todos con todo; o la pretensión geográfica de Babel que engranaba Marruecos con Japón, México y San Diego. Una exploración de lo humano en condiciones extremas.

Permanece el internacionalismo en Biutiful, trabajadores chinos hacinados y explotados en Barcelona, africanos ilegales involucrados en drogas y ventas ilegales, nada fuera de la realidad: el periódico El País ha publicado reportajes sobre estos temas; pero esta vez la universalidad se concentra en el camino interior de un hombre, ni bueno ni malo, condenado a muerte, lastimado en la fuente misma de su virilidad, especie de rey Pescador preocupado por preservar su imagen en la memoria de sus descendientes; su reino son los bajos fondos de Barcelona, ciudad cosmopolita que González Iñárritu no eligió al azar.

El ímpetu moral y filosófico de Biutiful abruma a muchos de sus detractores; pero la intensidad emotiva, el conflicto moral en situaciones límite son elementos inseparables del cine de este realizador; el precio de la conciencia es lo suyo.

 

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