Cuba: Ante la crisis, cine alternativo
Nacido hace 49 años en La Habana, Cuba, el cineasta Juan Carlos Cremata Malberti alcanzó el reconocimiento de la crítica mundial en 2005, cuando su película Viva Cuba ganó más de 30 premios, entre ellos el Gran Prix Ecrans Juniors en Cannes. El también actor, escritor y director televisivo explica la llave del éxito para su reciente cinta, El premio flaco, pese a carecer de grandes apoyos monetarios.
MÉXICO, D.F., 20 de diciembre (Proceso).- El cubano Juan Carlos Cremata Malberti, famoso a nivel internacional por su película Viva Cuba (2005), en todos sus relatos cinematográficos representa a la sociedad de la isla caribeña, sus raíces y vida cotidiana.
De visita en México para proyectar por primera vez su tercer largometraje El premio flaco (2009), donde rinde homenaje a las cinematografías mexicana y argentina de los años cincuenta, Cremata concede entrevista a este semanario, en la cual acentúa:
“A pesar de las crisis, bloqueos económicos y limitaciones, la voluntad de un pueblo, en este caso el cubano –pero también el mexicano, el latinoamericano y el mal llamado tercermundista–, es expresarse en sus pantallas, sus bailes, su artesanía, su cultura en general.”
Su cuarto filme, Chamaco, se encuentra en posproducción y aún sin terminarlo, ya participó en Latinoamérica primera copia del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana, efectuado del 2 al 12 de diciembre. Allí obtuvo el premio Alba:
“Significa la posibilidad de terminar con 60 mil dólares los trabajos de posproducción digital y una empresa brasileña se encargará de su conversión a 35 milímetros.”
Su otro largometraje es Nada (2001). Y su corto experimental Oscuros rinocerontes enjaulados (1999) dio la vuelta al mundo en varios festivales.
El premio flaco, filme basado en la gloriosa obra teatral homónima de su compatriota Héctor Quintero que significó un hito en 1964 y se convirtió en un clásico de la escena, lo proyectó en el pasado Festival Internacional de Cine de Aguascalientes, coordinado por Daniel Amézquita. Fue su primer contacto con el público mexicano.
El realizador expresa con gozo que es un melodrama (aquí contó con la colaboración de su mamá, Iraida, en la dirección) en el que rescata el espíritu humano:
“Ese rescate es muy necesario para los tiempos que estamos viviendo. Hemos avanzado mucho tecnológicamente, pero hemos retrocedido mucho sentimentalmente. Hay gente que cree que teniendo posesiones materiales es mejor ser humano y no hace falta tanta posesión material para ser un buen ser humano. Las nuevas generaciones han caído en una tremenda crisis de valores. No creen en nada. Lo más triste es que existe muy poca ayuda al prójimo.
“Además, el filme dice que se puede no tener dinero, pero no se puede ser miserable del alma. A pesar de la pobreza económica hay que conservar una riqueza espiritual y creer en los seres humanos.”
Así, El premio flaco es “una justificación para adentrarse en el comportamiento de los seres humanos”, y “reflexiona hacia dónde va nuestro comportamiento, hacia dónde van los seres humanos”.
La historia se centra en un barrio pobre de Cuba en 1958, donde Iluminada Pacheco, una mujer que trabajó de payasa en un circo ambulante de mala muerte, se gana una casa en la lotería del jabón Rina y regala casi todas sus pertenencias.
Meses después, su vida se convierte en una tragedia, sin que por ello renuncie a seguir teniendo fe en la gente. El premio flaco sólo se ha estrenado en Bélgica, Estados Unidos y Guatemala.
Cremata Malberti nació el 18 de noviembre de 1961 en La Habana. Estudió teatrología y dramaturgia en el Instituto Superior de Arte (ISA) de la capital cubana. El también actor, escritor y director de televisión se graduó en la primera generación de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, obteniendo la beca Guggenheim, por lo que vivió un año en Nueva York.
Influencia de los años cincuenta
A través de otro personaje (la hermana de Iluminada, quien desea ser actriz y cantante), Cremata hace un reconocimiento al cine mexicano y argentino de los años cincuenta. La trama del filme muestra fotos de Arturo de Córdova y de Yolanda Montes Tongolele, entre otros.
–¿Por qué un homenaje al cine mexicano y argentino de esos años?
–En Cuba todavía se ve mucho ese cine, lo pasan en la televisión los sábados o los domingos por la mañana. En mi infancia y adolescencia se veía aún más el melodrama que me ayudaría a conformar no solamente mi espíritu, mi alma como artista, sino también nuestra identidad como continente.
Convencido de que el melodrama forjó “nuestra manera de ser”, se pregunta:
“Por qué negar al melodrama, por qué denostarlo, ¿por qué criticarlo? Dentro del cine mexicano y el argentino de los años cincuenta hay grandes historias y a veces puede uno reírse por la forma de actuar de esa época, pero hace sentir a mucha gente. Soy el primero que critica las telenovelas; pero este género cuenta con un público que necesita para seguir viviendo.
“De repente pensé en hacer una obra convencional donde no hubiese ninguna traba para la comunicación con el espectador, con ese espectador primario como el ama de casa que recibe la telenovela. Es el público más popular quien necesitaba conocer esta historia y, sobre todo, guardar la fe de que el ser humano será mejor.”
–Al abordar el melodrama, ¿no le preocuparon las críticas?
–Yo no vivo mucho de las críticas, el crítico hace su trabajo en la medida en que hacemos el nuestro. Si viviera pendiente de lo que dice la crítica, tal vez no haría nada.
Ejemplifica:
“Es como el cuento del niño, el viejo y el burro. Si el niño se monta en el burro, la gente critica por qué el niño va montado y el viejo no; después monta el viejo y la gente critica por qué el niño no va montado; después se montan los dos y la gente comenta que el pobre animal carga dos personas, y cuando no monta ninguno de los dos, ¡la gente critica que si para eso tienen un burro!
“Las personas siempre hablarán, y además la obra de arte es muy relativa. A veces una película tiene que ver con el estado de ánimo, con el nivel cultural, y entonces nunca baso mi trabajo en la crítica.”
El proyecto se filmó con “muy pocos recursos”, sin que participara en su guión el dramaturgo Héctor Quintero:
“No quise porque hubiera sido más una película de Héctor, aunque fuimos muy respetuosos de su obra. Él hubiera querido que nosotros ‘voláramos’ un poco más… También fui respetuoso con aquella impresión que me causó la obra teatral cuando era adolescente, tremendamente humana, y quise de alguna manera reproducir eso en el filme. La escenografía es casi una copia de lo que vi en el teatro y todavía se monta la obra bastante en todo el mundo.”
Conoció aquella pieza cuando tenía 11 años. Era la segunda vez que se presentaba, bajo la dirección de Héctor Quintero. Agrega que contar con pocos recursos no fue obstáculo en la creación de la película:
“Siempre pensé que era una buena historia para llevarla a la pantalla grande, yo desde que era estudiante se los repetía a mis amigos cineastas y me argumentaban que el tema ya estaba viejo, y les contestaba que no, que me parecía todo lo contrario.
“Básicamente tiene una sola locación. Y cuando surgió la idea de realizarla, propuse que como no había mucho dinero la hiciéramos con material gastado, con vestuario usado, escenografía vieja, desechos… Después, nos dimos cuenta que nos estábamos metiendo en camisa de 11 varas, pues no era precisamente una cinta fácil y rápida de hacer, porque nunca había hecho una historia de época. Tal carencia monetaria impuso la filosofía del largometraje.”
Otra obra teatral
Después de terminar El premio flaco, Cremata Malberti buscaba algún texto para desarrollar en un taller de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.
Encontró la obra teatral Chamaco, escrita en 2004 por su compatriota Abel González Melo; pero el taller no se llevó a cabo y él se quedó con las ganas de rodarlo, decidiendo “contra viento y marea” llevarlo al cine.
“En El premio flaco queda algún aliento para la esperanza y en Chamaco no hay ninguna. Los personajes están sumidos en una tragedia de la contemporaneidad cubana: la prostitución masculina. Aparte, es un largometraje que se realizó fuera de la industria e incluso con menos recursos que El premio flaco.”
–¿Qué tan difícil es hacer cine alternativo en Cuba?
–Cada vez se hace más gracias a la digitalización de los medios y a la democratización que ha traído consigo, si bien es más difícil también la distribución. En Cuba se hace mucho más cine fuera de la industria que dentro.
E invita a dar la batalla: “Tenemos el derecho de expresarnos. Es importante, para el cine cubano, para el cine mexicano y para toda la gente joven que hace cine, defender nuestra autenticidad. Creo que en la cultura está nuestra salvación”.