"Tata Vasco", la ópera

martes, 23 de febrero de 2010 · 01:00

MÉXICO, D.F., 23 de febrero (Proceso).- El género operístico nace en Florencia, Italia, a principios del siglo XVII, y rápidamente se extiende a las principales ciudades italianas, Francia, Austria e Inglaterra. En los tres primeros países se da un auténtico movimiento operístico en el que cada creador busca superar a sus oponentes, y con el tiempo aparecen verdaderas obras maestras del género que siguen representándose sólo por sus enormes méritos.
Crear ópera fue el sueño dorado de todo compositor. La ópera, si ha de ser memorable, debe tener amén de una música estupenda (solos orquestales, coros, arias, dúos, etcétera) un muy buen libreto: debe ser una obra teatral que mantenga al público interesado, al borde de sus butacas, pues la ópera es dramaturgia, con la peculiaridad de que los actores en vez de hablar cantan.
Miguel Bernal Jiménez (1910-1956), excelente compositor michoacano, murió muy joven: 46 años. Fue el máximo exponente del nacionalismo sacro, incursionó tímidamente en la ópera, de hecho su única obra en este género es Tata Vasco (1941), con libreto de Manuel Muñoz. Realmente no es una ópera, sino un “drama sinfónico en cinco escenas”. Esta interesante obra se presentó una vez más el 11 y 14 de febrero en el Teatro de La Ciudad y repetirá en noviembre en el Festival de Música de Morelia. La producción fue de la Ópera de Bellas Artes. Encomiable que en México se escenifiquen óperas nacionales, porque esta obra tiene no pocos méritos, aunque sería una verdad de Perogrullo decir que no es del nivel de las obras inmortales del género.
El director concertador fue el maestro Fernando Lozano, quien expresó para Proceso:
“El libreto de esta ópera es muy malito, pero la música interesantísima; llega a momentos de muy alta factura compositiva. No me explico cómo le hizo Bernal para estrenar esta complicadísima obra en Pátzcuaro en 1941, donde el autor dirigió la función.”
La actual puesta en escena contó con el vestuario y escenografía del escultor mexicano Sebastián, con su colorido estilo basado en figuras geométricas abstractas. La dirección escénica y coreografía fue de David Attie, y la iluminación de Jesús Hernández. Ellos tres supieron dotar a la producción de Tata Vasco de un interés visual sin el cual la pieza hubiera caído en una monotonía pavorosa.
Coreografías pobres y gazapos inexplicables en el vestuario y maquillaje: ya de por sí resulta alucinante ver al célebre misionero franciscano Vasco de Quiroga con un hábito monacal azul clarito y rabón, de brinca charcos, pero verlo al igual que los demás supuestos franciscanos sin tonsura (la típica calva que por regla usaban) va más allá de lo que el público está dispuesto a tolerar, sobre todo tratándose de un humanista notable que supo granjearse a los indígenas, quienes le apodaban cariñosamente Tata Vasco. Quien le dio vida fue Jesús Suaste, uno de los más solventes cantantes mexicanos, “el barítono de los pianísimos de oro”, quien cantó de maravilla.
La soprano Violeta Dávalos realizó un impecable trabajo actoral y canoro al interpretar a Coyuva, la princesa purépecha de cabellos castaños. El tenor José Luis Eleazar cantó la parte de Ticáteme, el esposo de Coyuva.
“¡Qué difícil papel!, está mal escrito –comentó Eleazar–, demasiados agudos sin sentido, que no destacan, muy cansada obra; Bernal escribe como si lo hiciera para un tenor de coro de niños. Es todo un reto cantar esta obra y al final ni te luces. Tata Vasco podría ser la gran ópera mexicana si algún experto la revisa, reescribe algunas líneas de canto, corta partes que no vienen al caso y deja otras que son bellísimas. Esta obra la escribió Bernal Jiménez con mucha premura, y se nota un trabajo no muy bien pulido.”
Excelente la participación del Coro de Niños Schola Cantorum de México, y sus solistas, así como la del Coro y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes. La sonoridad de ésta tapaba a ratos las voces de los solistas, y no por culpa del maestro Fernando Lozano, sino por la falta de oficio operático del autor, buen orquestador sin duda pues basta oír su Concertino para órgano y orquesta, pero la orquestación para acompañar cantantes solistas es un trabajo de filigrana que de no hacerse con extremado cuidado puede dar al traste con el trabajo de los cantantes.
Entusiasmo y profesionalismo de los demás solistas. El teatro medio lleno, ¡qué pena!

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